THE MOVING...

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Se había quedado sin palabras mientras los veía mover cajas, cajones y muebles. No quería decir adiós porque sabía que si se iba, nunca lo volvería a ver. No pudo moverse de ese lugar, pero entendió que era la única forma de sobrevivir a la tragedia.

A John le gustaba esa casa, pero su memoria pesaba más sobre él todos los días y la única forma de continuar era mudarse. Creía que de esta manera podía escapar del recuerdo de esa vida en la que todos habían sido felices; le era difícil recordar que él también había sido feliz. Soñaba con el día en que pudiera mirar por la ventana y ya no ofrecerse ante su vista el estanque desnudo que había tomado toda su vida. Ansiaba apropiarse de su mundo nuevamente, lejos de los recuerdos y la muerte.

Las cajas iban y venían. Había estado observando el ajetreo y el ajetreo del viaje, como si fuera de otra vida. Estaba tocando las escaleras que habían deambulado por el acecho y escuchó el chirrido de los muebles que resistieron (como él) abandonar su hábitat, y una triste tristeza lo invadió, hasta que lo ahogó, no quería pensar. sobre esa palabra

Él comenzó a llorar incontrolablemente. Sus amigos trataron de calmarlo, pero nada pareció aliviar ese dolor. Por mucho que trató de hacer visibles las ventajas de irse, nada lo convenció. La vida ya no era suficiente para él. Los recuerdos siempre lo perseguirían, sin importar dónde intentara esconderse. No puedes esconderte de la vida, le había dicho su amiga Marga; John sabía que ella no podía entenderlo.

Miró al techo, sin desear, sin pensar, envidiando a los ácaros que viajaban sin preocupaciones de un rincón al opuesto de ese cielo artificial. Deseó poder quedarse allí para siempre, como ellos, sin tener que continuar. Era la única forma, pensó, que la vida no encontraría.

Pero el tiempo pasó y era hora de irse. Besó las paredes, echó un último vistazo a las criaturas que deambulaban por los tejados y cerró la puerta de forma segura. La voz de su hija pidiéndole que no la abandonara se hizo eco de la violencia en su alma. Es mi cabeza, se dijo. Y se fue sin mirar atrás. Podía ver los pasos de pequeños pies mojados que salpicaban el umbral de la puerta de esa casa, donde una familia feliz había vivido una vez ...

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