IV

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Caminaba con suavidad y gracia por los jardines del palacio con una libreta y una pluma en su mano, mientras siente el aire mover sus cabellos platinados.

Sus ropajes que visten su bien formado cuerpo le cubre del frió que hace en Xhamin. Alza su mirada, sus iris; ámbar y verde ven con alegría el despejado cielo, tan azul, tan profundo, tan infinito, tan misterioso.

El sonido de varias aves acompaña su soledad, y tras caminar llega al pequeño riachuelo; su lugar favorito desde que era un niño. Se sienta a la orilla de este y empieza a escribir unas cuantos versos de un poema que ha estado rondando en su memoria hace unos cuantos días.

Minutos pasan sin interrupción hasta que el joven consejero escucha el sonido de unos pasos que lo desconcentran de inmediato, cierra con apuro sus escritos y se levanta de golpe.

Mira de un lado a otro. Varias maldiciones casi inaudibles se perdían en la lejanía.

Siguió el sonido de aquella voz que no reconocía de nada. Varias flores y la hierva vestían el suelo, era gigantesco, pero también demasiado hermoso.

Enchinó sus ojos para mirar con más claridad, solo logró distinguir una cabellera negra perdida entre algunas flores.

Dejó de importarle e iba de nuevo a retomar lo que hace unos minutos hacía, hasta que de nuevo un grito viniendo de aquella persona llegó a sus oídos.

Se apresuró y lo encontró.

—¿Se encuentra bien?—Lysandro tocó el hombro de aquel joven que estaba arrodillado sujetándose  con dolor su mano derecha.—Dejadme ayudarlo, por favor...

Aquel chico como si apenas se diera cuenta de la presencia del consejero alzó sus ojos hacía donde él se encontraba. 

Como si el tiempo pasara más lento Lysandro observó sus rasgos finos, sus ojos azules que estaban aguados debido a que había llorado no hace mucho, sus labios eran finos, y su nariz pequeña y respingada.

—M-me corté...—el joven también lo miraba fijamente, y como si el tiempo se alineara para los dos, se quedaron en silencio mientras el viento junto con los pájaros recitaban versos de amor que ellos no podían escuchar.

—Oh, claro—Lysandro sacado de sus pensamientos se arrodilló frente a él, quedando a su misma altura—¿Por qué se cortó?

—Fue la hoz—señaló con su fino dedo el aparato que en su cuchilla tenía unos restos de sangre—Estaba podando el césped que cada estaba crecido y en un descuido la tiré muy fuerte cortándome también.

El consejero rompió la camiseta que poseía y enseguida el chico de brillante cabello negro la retiró.

—¿Qué estáis haciendo? ¿Por qué rompe su vestidura de esa forma?

Lysandro elevó una sonrisa al ver la preocupación del chico, y acercándose tomó con delicadeza nuevamente su mano—Es para parar la sangre.

—L-lo sé... pero-

—Tranquilo, solo es tela—acabó de romper lo que faltaba y empezó a envolver la herida haciendo que aquel pedazo de tela se empape por la sangre. 

Una vez terminado Lysandro seguía sosteniendo su mano. Ambos levantaron su mirada chocando y reteniendola por unos cuantos segundos.

—¿Eres el nuevo jardinero?—preguntó el albino, levantándose de golpe, aún sintiendo el calor de la mano del joven en la suya.

—S-sí—balbuceó y repitió la acción del consejero, limpiándose su ropa con rapidez.—Hoy es mi primer día, y la verdad nunca había trabajado en algo como esto, es por eso de los accidentes—lo miró con una sonrisa—Tiene todo mi agradecimiento ¿Sir...? Si no fuera por su pronta ayuda ya hubiera muerto desangrado.

Amante「casthaniel」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora