Hacía semanas que no era capaz de tolerar ciertos comportamientos de mi compañero de piso. Él jamás se enfadaba y parecía que habíamos conseguido crear un tipo de convivencia donde nos entendíamos y en la que ambos nos encontrábamos cómodos. No discutimos ni una sola vez durante la cuarentena y ambos parecíamos satisfechos con las tareas del hogar; además, como los dos teníamos trabajo, la casera parecía contenta.
Las bolsas completas de botellines de cerveza pendientes de ser depositadas en el contenedor del vidrio se acumulaban en la puerta de la entrada; yo no solía bajarlas por pereza y porque salir de casa para dirigirme al geriátrico donde trabajaba a jornada completa me resultaba suficiente responsabilidad. De todas formas, no tenía demasiado tiempo para preocuparme de mi compañero de piso. Me prometí a mí mismo no obsesionarme con ese tema. Además, disponía del dinero suficiente como para irme a vivir de alquiler a cualquier estudio de mierda de la ciudad; puede que allí al fin consiga la soledad suficiente como para dejar de fantasear con la idea de convertirme en un gran escritor y comience por sentar mi culo en una silla y con la práctica de redacción seriamente. Por el contrario, tal vez la soledad sirva de alimento a esos pensamientos fantaseosos y acabe por presentar conductas tales como presentarme en el trabajo apestando (o timbrar a tu casa a las cuatro de la mañana).
Sumido en esa clase de pensamientos, me decidí por buscar en internet consejos de redacción y escritura creativa. Este tipo de conductas y las lecturas del viejo Bukowski me llevan a pensar que si necesito acudir a cursos de escritura creativa o admitir consejos de redacción puede que no esté preparado para ser escritor; aunque, por otro lado, tal vez si me decidiera por leer cuentos y novelas de autores que no sean el puto Charles Bukowski, tal vez conseguiría mejorar la calidad de mis textos. Al fin y al cabo; Bukowski es un viejo borracho que murió hace mucho tiempo, y yo me cago en los pantalones con la idea de convertirme en un panzudo incapaz de meter mi polla en sitios interesantes si continúo con la ingesta de cerveza. Y la culpable de la mediocridad de mi cuerpo no es la cerveza; sino que ni de coña me levanto del sofá. Culpar a la cerveza de mis problemas es una conducta perezosa porque si no consigo follar tanto como me gustaría, no es por mi maldito físico, sino por alguna carencia relacionada con la idea de que no soy capaz de escribir un texto en condiciones, lo que me produce grandes frustraciones por motivos que ahora no vienen al caso, y no quisiera aburrirles con ese tipo de divagaciones.
El caso es que este mes conseguí despertar el interés de una de las muchas chicas en las que me había estado fijando, y tengo la suerte de que la chica es una preciosidad ansiosa de follar. Ella probablemente jamás ha pasado una semana seguida sin ser agujereada desde los dieciseis años. Y ahora, que por fin tengo aquello que tanto deseaba, que por fin he conseguido a una preciosidad de veintisiete años, por algún extraño motivo vuelvo a sentar mi culo en la silla para escribir algunas líneas que, como me ha pasado en otras ocasiones, aumentarán el riesgo de que acabe jodiéndola con esta chica, cuando descubra la historia que me dispongo a comenzar. Espero que sea de su agrado.
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Del placer que no llega (colección de cuentos)
Conto¿Dónde encontrar el alivio que ponga fin a toda esta ansiedad?. Un buen trabajo, cuidar a la familia, tener cierto éxito académico... todo eso no funciona a un personaje, el enfermizo escritor Pedro Rodríguez, que necesita altas dosis de placer para...