La otitis

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Aquella noche me pidió que la acompañase al hospital por el incremento de dolor y de la temperatra corporal que le producía su otitias. Una vez nos atendió el facultativo y recogimos el medicamento en la Farmacia, yo me ofrecí voluntariamente a pasar lo poco que quedaba de noche en su casa para descansar el tiempo que me quedaba antes de entrar al geriátrico.

Hacía tiempo que la búlgara no salía de casa, así que cuando la ví en la calle ella llevaba una mascarilla FFP2 y guantes que había comprado en la Farmacia. Ella lucía inquieta por si  las medidas no era suficientes y por si se estaba comportando irresponsablemente. Los científicos y los soviéticos suelen ser bastante rígidos con las normas y la búlgara tenía algo de ambos.

Tras lavarme insistentemente las manos y de ejecutar el protocolo que la búlgara había estado ideando durante días, pero que no había dejado escrito, dando la impresión de que era una de las pocas cosas que no había dejado escrito si te fijabas en las anotaciones que adornaban las ventanas y paredes de su apartamento, recogimos el salón y sacamos algunas cosas del sofá para que yo pudiera descansar en este. Como todavía tenía que tomarse el medicamento, la acompañé a la cocina para idear algún alimento que la búlgara pudiese ingerir para tomar el antibiótico y que no le sentara mal. Después de muchos movimientos cerebrales vanidosos sobreanalíticos, como reflexionar en la inconveniencia que podían albergar los excipientes del augmentine en el cuerpo, ya que a la búlgara le sienta mal la lactosa, decidimos que lo más sensato era tomarse el medicamento con un vaso de leche, no sin antes recordar que la leche era contraproducente en interacción con ciertos antibióticos, pero ni la búlgara ni yo sabíamos en ese momento hasta que punto lo era, y ninguno de nosotros se movilizó para investigar en ese momento sobre el tema. En cualquier caso, y por evitarles algún tipo de frustración empática hacia la búlgara, debo decir que esta no tuvo ninguna sintomatología gástrica , y el antibiótico acabó por aliviar el dolor y curar la infección. Aprovecho el paréntesís también para aclarar que aquella noche no le toqué las tetas a la búlgara.

Tras charlar y recoger superficialmente la cocina, nos quedamos abrazados en el sofá de la habitación el resto de la noche. La búlgara charló sobre un par de temas más, pero yo no quería excitar sus ideaciones así que me limité a escuchar hasta que sus temblores disminuyeron y consiguió quedarse dormida.

Cuando a las ocho sonó el despertador, yo le escribí alguna cosa entre las anotaciones de sus ventanas, recogí por encima el salón, me despedí de ella y abandoné el recinto para dirigirme hacia el trabajo. Me encendí un cigarrillo mientras conducía y pensaba donde podía tomarme un café y algún dulce, así que aparqué en un local que mis compañeros de trabajo me habían aconsejado de los que comenzaban a abrir su puertas durante la fase 0. El dueño del local me sirvió un café y una napolitana mientras criticaba las medidas del gobierno nerviosamente, cosa que me recordó a los movimientos de la búlgara mientras pensaba en las interacciones de los excipientes en su cuerpo. Yo no tenía sueño. Me encontraba con energía. Y acabé llegando como de costumbre impuntual a un trabajo donde me pasaría el resto del día realizando con monotonía las cuestiones de enfermería pensando en la noche, y en la otitis, y en la boca de la búlgara,  como si de un rezo se tratase.

Del placer que no llega (colección de cuentos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora