Parte 8 - EL DESPUÉS

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Cuando los médicos te dicen algo que parece complicado de tu hijo debe ser difícil asimilarlo, imagínense a mi madre, que llevaba días sin dormir ver la cara del médico diciéndole que su bebé, su muñeca (hasta hoy me sigue diciendo así, yo me hago la enojada, pero me gusta), no iba a llevar una vida normal.

Le dijo las consecuencias de mi enfermedad: mi comida siempre sería diferente, yo viviría cansada, mi estatura y desarrollo físico sería diferente, las personas que tienen mi enfermedad, constantemente presentan hinchazón y su estatura es muy baja. Lo más difícil fue cuando le dijo que yo difícilmente llegaría a ser madre aun cuando en su momento logre un transplante de riñón.

Allí el otro punto de preocupación, como si ya no hubiera suficientes, el médico aclaró que, por los tres episodios cardíacos sufridos, un eventual transplante sería demasiado riesgoso.

A partir de allí los viajes a Tucumán para mi control y tratamiento eran rutina.

En la cabeza de mi madre rondaban las palabras del médico: la niña no llevará una vida normal. Mientras tanto en su corazón solo existía una alegría inmensa porque yo estaba viva.

Después, el después fue todo un tema. Mi hermana recuerda al antes y el después de mi operación siempre. Las cosas cambiaron y mucho. Había que pagar todo lo que mi madre había sacado de las tarjetas, devolver todo lo que le habían prestado y bancar mis viajes a Tucumán y mi tratamiento.

Fueron momentos muy difíciles en mi familia, debieron serlo, pero nunca escuche a mis padres renegar de ello. Lo sé porque mi hermana me relata como era antes, me imagino porque durante años mi madre continuó pagando cuotas y más cuotas. Nunca más tuvimos un auto. Cuando le pregunto a mi mamá que pasó con el auto siempre evade la pregunta. Mi hermana que iba a colegios privados desde los dos años, se cambió a una escuela estatal. Muchas cosas cambiaron, pero como les dije antes, lo que nos rodea cuando hay amor no importa.

Viaje durante tres años a Tucumán una vez al mes con mi madre. Siempre la misma rutina: llegar a la Balcarce, poner mis brazos en una mesita para que me saquen sangre. Caminar dos cuadras para que me pongan una inyección. Comer en el mismo restaurant. Ver a la doctora que revisaba mi panza. Mi rutina terminaba en el consultorio del doctor. Una vez cada año la rutina cambiaba. Llegaba a Tucumán y me llevaban a un lugar donde me inyectaban en el brazo y yo tenía en mi cabeza la loca idea de que me tocaba por un momento viajar a la luna. Hoy ya es diferente, lo llamo el turno de la tomografía.

Pero esa es la parte linda, porque lo que nunca olvidaré es la cistouretrografía, el estudio más tortuoso que aún hoy cuando lo recuerdo me duele.

Todo se cumplía a rajatabla lo que decía el doctor: la medicación, mis cuidados, el tratamiento. Pero siempre era igual.

Estas hojas de papel serán hoy testigo de una confesión: Nunca lloré. Jamás me quejé. Sigo sin quejarme hasta hoy.

Siempre cuando estaba con los estudios, lo recuerdo bien, miraba a mi madre. Era un pacto que sin decirlo ni planearlo lo hicimos las dos. Cada pinchazo la miraba a ella y sonreía y ella me respondía la sonrisa. Aún hoy continúa ese pacto.

No es que antes no me dolía y ahora tampoco. Pero con una sonrisa, aprendí que duele menos. Para que llorar si así el dolor no aminora, aprendí que mis lágrimas solo hacen crecer el dolor ajeno, por eso aprendí a sonreír y hacer reír, así el dolor desaparece, porque en una sonrisa siempre hay amor.

Me llaman valiente, pero no es verdad, soy muy cobarde, pero tengo un ejército que viene siempre conmigo y que no le puedo fallar: todos los que creen y confían en mi dándome su amor. Desde aquellos desconocidos que me llevaron juguetes, los que aportaron poco o mucho para mi operación, los médicos, los amigos y mi familia. No es que sea valiente, la razón es diferente, se equivocan de término, no es valentía, es compañía. Es el estar hoy, sabe que puedo tomar sus manos, saber que siempre estuvieron, que están, que estoy....

Recuerdos mis sueños de ese momento: conocer a Lazy Town, tener una casa de Barbie y ver el mar.

Cuando cumplí seis años fue la última rutina en Tucumán. Me dieron el alta de allá.

Instrucciones: mucho cuidado, control mensual con una médica de Jujuy. Todo iba a seguir igual, yo pequeña, barriga hinchada (mi vejiga tenía tres veces el tamaño normal) cara redonda y ojos chiquitos por la hinchazón

Para que no se queden con la intriga les diré: como siempre mi madre me cumplió mis tres deseos, pero es largo de contar.

TODO ES POSIBLE - Cuando crees que no podes másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora