Parte 11 - SE PUEDE

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Música dulce, relajada después de hacer mi tarea de Psicología en cuarentena. Aunque con un poco de incertidumbre sobre que sucederá con el próximo cuento de Laberintos Humanos. Me intrigan esas historias que me llevo a la almohada e imagino su desenlace, aunque al otro día me sorprendan de nuevo y al leerlas me roben una sonrisa.

Sola frente al monitor, lista para recordar.

Les conté que mi hermana me salvó dos veces de ahogarme, por eso fue necesario aprender a nadar.

Alguien dijo que cada uno recibe la gracia de la habilidad en un deporte. Según mamá, yo nací para nadar. El tema es que me gusta nadar, pero para divertirme, no para competir.

Solo pensaba en esas dos opciones, pero no estaba consiente de algo que entendí cuando crecí un poco. Tenía doce años, mamá me insistía en nadar porque eso, abría mis pulmones (yo venía de una Neumonía) y estimulaba mi crecimiento (otra vez mis riñones). Pero yo no lo sabía, o al menos no era consiente. Entonces hacía mi pelea para entrenar cada vez que me arrastraban junto a mi hermana mayor. Como ella realmente amaba nadar y competir, se esforzaba y daba todo en cada entrenamiento todos los días, no tenía ni sábados ni domingos. Así que, como me llevaban con ella, yo admiraba y miraba como entrenaba.

Cada veinte largos que ella hacía yo la acompañaba en dos y el resto admiraba su destreza (broma). En realidad, ese no era el caso, sino que nuestra entrenadora (mi mamá), salía a ver algo o simplemente a caminar fuera de la pileta y yo me frenaba sin que ella lo sepa.

Era siempre la misma frase: naciste para nadar Jazmín, nadas hermoso. Y después el reclamo: pero no entrenas.

Mis piernas kilométricas y mi altura son una ventaja en la natación.

Pero era todo un tema, yo no quería nadar, no me gusta competir. Además, confieso, que es muy difícil en ocasiones, tener que seguir siempre el ritmo de otro.

Cierta vez había una competencia en Formosa, había que viajar en equipo, iban mis padres y por ende tenían que llevarme porque no me iban a dejar sola. Solo tenía nueve años.

Mi hermana había entrenado muchísimo para esa ocasión, los nadadores del litoral son buenísimos. Era una competencia muy difícil.

Llegamos con todo el equipo, eran veinte nadadores periqueños. No, diecinueve, yo era la veinte, pero iba de colada.

Para viajar nos ayudó la municipalidad, como iban nadadores de todo el país y algunos de Brasil, habían conseguido que nos den la Traffic.

Llegó el último día de competencia y mi mamá se dio cuenta que al regresar debía presentar el listado de resultado de los nadadores que habían viajado. Entonces dio la orden: Jazmín, tirate.

Sonaba hasta broma, yo no había entrenado ni un solo día, me la pasé comiendo y jugando los tres días que habíamos pasado ahí. Nos reímos todos. La nadadora más chica que había tenía diez años y todas ellas ya venían compitiendo desde los siete por todo el país. Además, a diario, mientras yo jugaba en la otra pileta, veíamos como ellas entrenaban.

Entonces llegó la explicación: debía competir, aunque no llegara a la meta, pero figurar en los listados que había largado en la carrera, para así justificar que había ocupado un lugar en el viaje.

Entonces me dijeron: vos largas, cuando te canses anda al costado y salís.

Como era la única pequeña del grupo, era como la mascota del equipo.

Así que, todos mis compañeros, se pusieron a la orilla de la pileta para hacerme hinchada y darme aliento. Todos diciéndome lo mismo: es un juego, vos nada hasta donde puedas.

Me pusieron a la orilla, obvio, en natación, los mejores tiempos van al medio. Mis compañeros no se cansaban de gritar: ¡Dale Jazmín!

Largaron.

Cincuenta metros estilo Crol.

Llegué a la meta.

Mamá me abrazó y no paraba de decir que era muy valiente.

Fue toda una anécdota. Todos los de mi equipo habían entrenado muy fuerte para lograr una medalla, pero solo dos lograron un cuarto lugar y las medallas solo eran para los tres mejores tiempos de cada categoría. Pero igual les servía la experiencia de haber participado con los mejores.

Volvimos al pueblo todos felices por la experiencia. Como siempre nos esperaba el canal de televisión para las entrevistas.

Pero esta vez me tocó a mí hablar por micrófono (cosa que no me gusta).

Porque la única medalla que logró mi equipo:

fue la mía.

Con lo sucedido mamá no dejaba de insistir que debía nadar. Decía que, si había ganado sin entrenar, significaba que podía hacerlo aún mejor. Pasaron los años y ella seguía insistiendo. Hicimos un trato, como me gustaba correr, arreglamos cambiar de disciplina y así empecé en el Aquatlón (nadar y correr).

A los doce años me presenté a la competencia para formar parte del seleccionado de Aquatlón de Jujuy, debíamos nadar cien metros y salir de la pileta, colocarnos en el menor tiempo posible las zapatillas y correr un kilómetro y medio.

Qué creen...: otra vez gané.

Así llegue hasta la final nacional de los Juegos Evita, en Mar del Plata, representando a Jujuy.

En la ficha médica decía mi diagnóstico, pero a mí no me importó, un diagnóstico no dice lo que podés hacer o no, aprendí que eso no debe marcar un límite. Solo te sirve para que pienses:

Lo voy a lograr.

Solo nadé una sola vez más: en el Nacional de Santiago del Estero. Conocí ahí a los mejores nadadores del país. Hasta compartí el hotel con la campeona mundial de natación Delfina Pignatiello. Conocí a un medallista olímpico y a toda la selección nacional. Una experiencia más.

Cuando regresé hablé con mi entrenadora: mi mamá.

Fue fácil hacerlo esta vez, ella sabía que, para mí, nadar es una diversión nada más y que lo que realmente me apasiona es el deporte que me enseñó mi papá: el Vóley. Cosas de altos diría mi hermana.

Mi padre, ama el deporte, nadaba, jugaba mucho al futbol y sobretodo, al vóley cuando era chico.

Desde que lo conozco solo jugaba conmigo a ser papá, pero de deporte solo pasaba horas mirando por tele, nada de practicarlo.

Hasta que le dije que quería jugar a vóley. Ahí me empezó a alentar. Me enseñaba los saques, las posiciones y me llevó a mi primer equipo de Vóley: "Club amigos del Vóley".

Con papá compartí una de las experiencias que recuerdo con más emoción y cariño, ver a las Panteras.

Ahora pertenezco al seleccionado de mi Colegio, tengo a dos entrenadores que adoro.

Mis profes son: Eduardo Aguirre (motoquero y el que me corrige todo) y Lorena Videla (no pudo ir a mis quince, pero la amo), son los mejores. No solo son profes de Educación Física, la profe Lore es mamá, amiga y hasta hace de policía. Digo así porque me entero por mi mamá, que a la profe le cuentan que, le pasa algo a una chica y hasta que no la salva no descansa.

Mamá reniega porque dice que ellos dos me miman mucho. Pero ellos son así con todo el equipo. Dos seres excepcionales que nos enseñan, nos acompañan y con quienes disfrutamos jugar.

Es donde pertenezco.

Mamá me acompaña en todos mis entrenamientos, pero esta vez solo es mamá, aunque a veces la supera la situación y se transforma en mi fanática.

El deporte es eso: disciplina, juego, diversión, compañerismo, superación.

El deporte es el espacio donde aprendo en cada entrenamiento, en cada reunión, en cada partido: que no estoy sola, que somos un equipo, que juntos se puede más.

Que siempre se puede.

TODO ES POSIBLE - Cuando crees que no podes másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora