Intermedio: Aquel que susurraba en las tinieblas 2.

668 66 12
                                    


—Luce... siniestro —murmuró Imin—. ¿Es seguro que este es lugar?

—Por supuesto —le contestó Albien, sonriendo—. Hay que entrar.

El nerviosismo de Imin era comprensible, la entrada al tiemplo del tiempo era bastante... especial. El templo en si era una estructura tallada de forma que la fachada frontal imitaba a un rostro cuyos ojos eran dos cristales que parecían vernos con miedo. Y en su boca, hecha de tal forma que recordara a un grito, se encontraba una puerta simple de madera, sin adornos. Estaba abierta, como invitándonos a entrar.

—No hay que tener miedo —dijo Thalia—. Apresúrense. Grandote, vas primero.

Obedeciéndola, Dreon se adelantó y entro en el templo. Visto desde afuera parecía como si se lo estuviera tragando entero. Me estremecí de solo pensar en eso, porque, siguiéndolo, el grupo tuvo que traspasar ese umbral, siendo yo el último por conveniencia táctica.

Tal vez fue mi imaginación, pero sentí como si aquella cosa estuviera comiéndoselos de uno en uno, esperando por mí.

Tras traspasar la puerta nos encontramos con unas escaleras que bajaban a la oscuridad. Albein entonces tomó una piedra de luz de su mochila y la lanzó para ver hasta donde llegaban. Parecía ser que el descenso no era muy largo, pero era extraño que aquel lugar, cuyas paredes estaban excavadas en la misma roca, se pareciera más a una caverna que aun templo.

Ni siquiera habían pedestales para lámparas o algo parecido que sirvieran iluminar el camino.

—Se supone que aquí resguardaban sus tesoros los antiguos sacerdotes —comentó Thalia, sintiéndose claramente desorientada, al igual que el resto de nosotros—. Seguro que por eso es así.

Ninguno la contradijo, aunque todos estábamos nerviosos y algo asustados por la atmosfera tan pesada que se sentía nada más ingresar.

Bajamos las escaleras y nos encontramos con una nueva sorpresa: justo debajo se bifurcaba el camino.

—¿Hacia dónde? —preguntó Dreon.

—A la izquierda —respondió Albein, tras pensarlo un momento.

Tal vez, de haber ido al otro lado, las cosas hubiesen sido diferentes. Tal vez.

Después de varios minutos caminando nos encontramos con una solitaria puerta. Al contrario de la primera, está estaba sumamente decorada con una inscripción grabada en oro sobre la madera pulida.

—"Más allá se encuentra el primer hijo del mundo. Quien pase esta puerta está destinado a la tormenta"

—¿Qué significa? —preguntó Imin, nerviosa.

—No lo sé.

Esa fue la única respuesta de Albein, quien prosiguió a abrir la puerta. Un aire rancio salió de la abertura, con un olor que bien podria describirse como el de la muerte-

—Hay algo aquí, Albein —susurró Thalia, quien fue la primera en entrar.

La arqueóloga ilumino las paredes y llamó a su esposo, señalando extraños símbolos que lo decoraban todo, brillando con un siniestro tonó azulado.

—¿Qué es eso? —le pregunté a Albein, mientras su esposa se acercaba para arañar la pared con una espátula pequeña y meter el contenido en una bolsa pequeña de cuero.

—No lo sé —respondió nuestro experto en idiomas, lo que significaba que aquellos símbolos eran de una antigüedad mayor a las de los humanos—. –Hay que continuar.

Seguimos avanzando por varias horas por un camino que claramente era descendente. Al principio no se notaba, pero simplemente calculando se podria decir que bajamos unos cien metros.

Theria Volumen 7: El torneo de VireliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora