Todavía no pasaban ni diez minutos desde que la batalla contra Ameis concluyo, pero el tiempo se me había hecho eterno. Necesitaba ir a detener a Xartos y ayudar a Sarah y Clarisse, quienes seguramente tenían dificultades. El problema no solo era que ya no estuviera físicamente bien, sino también que incluso la amiga de Aria, Minerva, podía mantenerme sentado en uno de los bancos del coliseo casi sin esfuerzo.
—Y entonces dime, ¿disfrutas hacer este tipo de cosas? ¿Acaso eres masoquista? ¿Ese es tu gran secreto? Si es así entonces entiendo porque lo nuestro no funciono —me dijo Aria, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. O al menos eso pensaba. Mientras no se alejara demasiado podía verla más o menos bien, pero ella se mantenía en la necedad de estar más allá de mi campo de visión—. ¿Qué ocurre Minerva? ¿Qué pasa con sus ojos?
—No es masoquista, solo es idiota —respondió mi hermana, quien en ese momento se encontraba acostada en una de las bancas, más allá. Al parecer aún no se recuperaba lo suficiente como para levantarse por sí misma, pero aparte de eso estaba bien. Cansada, pálida y seguramente seguía asqueada por haber vomitado, pero bien. O como mínimo mejor que yo.
—Yo que tú no opinaría —le contesté—. También te metiste en esta pelea... ¡Espera!
Minerva me tomo del rostro y abrió mis parpados con sus dedos, examinándome los ojos.
—Cálmate, "señor de la tormenta". El resto de sus heridas se pueden curar con magia, pero esto va más allá de mis conocimientos —me dijo, examinándome con ojos expertos—. Incluso dudo que tenga cura. Parecen quemados, pero no podría decirlo a ciencia cierta...
Bueno, ya me habían advertido que algo así podía pasar si abusaba de mis habilidades... aunque eso no evitaba que me encontrara algo decaído. Digo, ¿por qué no mejor perdí un dedo o algo? No sé, incluso un diente... mis ojos eran algo que esperaba se mantuviera bien siempre, sobre todo teniendo en cuenta que no existían optometristas en ese mundo y que el resto de extremidades se podían recuperar con magia experta.
—Pero dejando eso a un lado por ahora —intervino Aria—. Hill, hay muchas cosas que me tienes que explicar.
Lo sabía, había llegado el momento. Respire profundo, en espera de sus preguntas, una de las cuales seguramente era el destino de su madre.
—Pero será después, ahora hay asuntos más importantes que atender —intervino otra voz. No sé si se escuchó mi suspiro de alivio, esperaba que no, digo, nadie lo menciono ni me llamo cobarde, pero no podía estar seguro.
Tardé unos segundos en darme cuenta de quién era la voz.
—¿Karla? —pregunté, mirando a mi alrededor para ver donde estaba. Eso hasta percatarme que salía de la esfera de comunicación que había sacado de la bolsa mágica un poco antes—. ¿Chicas? Pensé que vigilaban la entrada de la máquina. No hemos sabido de ustedes desde hace un tiempo.
—Tal vez sea, idiota, porque tenías oculta la esfera en tu bolsa —intervino mi hermana, acercándose lentamente para escuchar.
Aria no pareció contrariada debido al hecho de que la esfera estuviera hablando, simplemente me miró con el ceño fruncido. Minerva, al contrario, miró a todas partes intentado encontrar la fuente del sonido y Cere endureció su semblante en cuanto la vio, tal vez pensando en las runas que cubrieron su árbol sagrado y que ahora adornaban la esfera, aunque se tratase de dos escrituras diferentes.
—De no haberla tenido escondida se habría roto —le respondí—. Pero díganme que les paso, ¿Suzanna?
—Estábamos vigilándolo —me respondió Suzanna, haciendo caso omiso de Tyna—. Pero entonces surgió una complicación y tuvimos que huir para curar las heridas de Karla. Hill alguien nos atacó, alguien que controlaba una marioneta.
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Theria Volumen 7: El torneo de Virelia
AventuraEl torneo de Virelia, celebrado cada tres años desde su fundación, casi doscientos años atrás. Al menos así había sido antes. La muerte del pensador trajo intriga y miedo a los altos mandos del consejo de Vireria, quienes creían fervientemente en la...