A veces se recuerda el pasado mejor o peor de lo que fue. Los buenos momentos se hacen más hermosos y los malos se vuelven terribles. Y a veces ese mismo pasado es el que nos ata y no nos deja ir por más que lo intentemos.
El dolor que sentí cuando mi interior estalló no fue nada comparado con la impotencia de ver a mi esposa e hija muriendo frente a mí sin que pudiera hacer nada para impedirlo. El metal retorcido del automóvil desecho me impedía llegar a ellas y por más que hice el esfuerzo en evitarlo, mis ojos al final se cerraron, dando paso a la muerte.
Y entonces ocurrió lo peor, porque supe desde el principio que no las volvería a ver ni siquiera en el otro mundo, pues mis ojos e volvieron a abrir a la vida.
Pero en esa otra vida tuve una nueva familia y un amigo por el que daría incluso mi alma.
*
Ocurrió un día, cuando tenía trece años. Con las manos llenas de sudor, mugre, aceite y sangre, llegué al lugar que en ésta vida llamaba hogar. No teníamos mucho, solo una pequeña y descuidada casucha a las afueras de una cuidad también pequeña, pero era más que suficiente para nosotros.
—¿Te fue bien, Xartos? —me preguntó una niña unos tres años mayor que yo al entrar a la casa.
Su cabello era cenizo, casi tan blanco como el mío, aunque no llegaba a tanto y largo hasta la cintura, pero sucio y descuidado. Por desgracia no podía ser de otra forma, pues ella, Alicia, mi hermana, no podía pensar mucho en si misma ya que se la pasaba todo el día cuidando a nuestra madre enferma, mientras que yo y mi hermano pequeño, Mishael, trabajábamos.
—Sí —le respondí—. ¿Madre esta despierta?
—No, ahora está durmiendo —me contesto Alicia, sirviendo un plato de estofado.
Me senté el suelo al lado de la diminuta mesa de patas cortas frente a la una buena cantidad de comida ya servida.
Era de esperarse, lo único bueno que teníamos en casa era la comida, pues a Mishael le pagaban con ella. El pequeño, de diez años, ayudaba en el mercado al carnicero a desollar a las bestias que le llevaban. La carne se vendía bien entre los de la clase alta, pero dejaban atrás muchas cosas buenas. Esas eran las que Mishael traía consigo.
El trato era justo. Esa carne costaba más que todo el salario mío en una semana y siempre teníamos para comer, usando lo que yo ganaba en las medicinas de madre, quien a penas podía pararse de la cama.
La vida era dura, apenas teníamos para vestir y ya no se dijera para algún lujo o un juguete para Mishael. Pero siempre fue así en los barrios pobres, un lugar al que nos habíamos adaptado a vivir.
—¿Mishael aún no ha llegado? —le pregunté a Alicia, mientras tomaba uno de los platos.
—No, lo que es raro... Xartos, ¿te importaría...?
Sabía lo que me iba a pedir, así que ya me estaba levantando, cuando la puerta se abrió de repente. Era Mishael, quien la entró apresuradamente. Alicia contuvo el aliento al verlo, pues su carita estaba llena de rasguños y tenía rastros de sangre en la nariz.
—¿Qué te paso? —le preguntó Alice, acercándose a él para examinarlo.
—Fue atacado para robarle sus cosas —contestó la voz de un joven, quién entró tras Mishael.
No tenía más de veinte, de cabello oscuro y porte elegante. Pese a estar muy bien vestido, en su mano cargaba una bolsa manchada de sangre, lo que contrastaba con su apariencia, probablemente esa era la carne que le intentaron quitar a Mishael.
—¿Qué es lo que quieres? —le preguntó Alicia, muy seria, mientras colocaba a Mishael detrás de ella.
—Es quien me ayudo, hermana —intervino él.
—Muy buenas tardes, señorita —saludo el hombre. De forma casi instintiva me coloque delante de mi hermana, en caso de tener que defenderla.
—Entiendo que estén preocupados, pero no voy a hacerles daño —repuso el joven. No fue hasta ese momento en el que me di cuenta que llevaba una pequeña bolsa en su cintura—. Verán, soy un comerciante. En el camino hacia aquí el pequeño me menciono la enfermedad de su madre y creo que tengo algo para ayudarlos.
El joven sacó una pequeña botella de la bolsa y se la entregó a Alicia, a la vez que me daba la bolsa de carne.
—Es un extracto de una planta muy rara. comúnmente llamada joya roja —dijo el joven—. Es muy rara de encontrar, pero con gusto se la ofrezco. Úsenla si quieren hoy y ya mañana vendré a ver qué tal les fue.
Suspiré aliviado cuando se fue, Alicia, por su parte, abrazo muy fuerte a Mishael, aunque después me dijo que estaba un poco avergonzada de haber tratado a aquel joven de una manera tan brusca.
A pesar de mis protestas, Alicia le dio la medicina a madre, lo que, contrario a lo que pensaba, le ayudo bastante. Estuvo despierta y hablando muy felizmente toda la noche, cosa que nunca había hecho antes, o al menos no en mucho tiempo.
Al día siguiente, como había prometido, el comerciante regreso cuando ya estábamos todos en casa. Lo esperábamos nerviosos, pues esperábamos que nos pidiera una cantidad exorbitante de oro por su medicina. Sin embargo, lo que nos dijo a continuación nos dejó a todos helados.
—¿Qué tal una comida? Muero de hambre y la de ayer olía muy bien. ¿Qué les parece si intercambiamos uno de los frascos por una comida al día? Por cierto, soy Dilan.
*
Aunque al principio parecía que Dilan solo estaba de paso se terminó quedando por casi dos años en los que intercambiaba casi a diario la medicina de madre por comida. Al principio solo tomaba un recipiente que Alice le daba, pero pronto se quedó a comer con nosotros. Luego de unos meses ya se la pasaba todo el tiempo ahí y comenzó a ayudar un poco en las tareas del hogar. Día a día se acercaba más y más a Alicia, lo que me llevó a pensar más de una vez que aquel primer encuentro fue solo para ver a mi hermana.
Una vez, mientras regresábamos de la ciudad, se lo llegué a preguntar.
—Sí, claro —respondió sin miramientos—. La vi una vez en el mercado y desde entonces no me la saque de la cabeza. Al saber que el niño al que salvé era su hermanito no pude dejar pasar la oportunidad, ¿O tú lo harías?
—Pensé que lo negarías...
—¿Por qué lo haría? Además, tú, Mishael y Felili también me caen bien. He estado pensando en que si llegó a casarme con Alicia y vivo aquí, bien podría ser bastante feliz.
—¿No te gustaría seguir viajando en tu carruaje? Podrías ver muchas cosas y conocer a muchas personas.
—Podría, pero en realidad nunca me agrado estar de aquí para allá. Mi sueño siempre ha sido establecerme...—Ya estábamos a punto de llegar, cuando Dilan me detuvo con su brazo—. Xartos, lo que te estoy a punto de decir es un secreto, así que no se lo digas a Alicia.
—¿Qué es?
—La verdad es que la planta para hacer la medicina para Feili se me está acabando y necesitó ir a la cuidad capital de Ulien por más. Solo ahí crece. Quiero que vengas conmigo. Eres talentoso, podrías ayudarme más que cualquier guardia que contrate.
—¿Y porque necesitas ocultárselo?
—No quiero preocuparla. El lugar es sumamente peligroso. Si se llega a enterar no nos dejaría ir a ninguno de los dos o intentaría hacerlo ella misma. Si no quieres está bien, iré solo, únicamente te pido que no le digas a donde voy ni que ya no puedo hacer más frascos.
—Es mi madre, yo también iré —le respondí. Después de todo, solo serían unas semanas de viaje a lo mucho. O eso pensé en aquel momento.
Sin embargo, fue el peor error que pude haber cometido. Debí haberme quedado, debimos habernos quedado, pues después de montar el carruaje y despedirme de ellos, no volví a ver a mi madre ni a Mishael con vida otra vez.
Sin embargo, como dijo mi futuro amigo, hay veces que el destino no se puede cambiar y tal vez ni siquiera quedándome podría haber evitado lo que se venía.
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Theria Volumen 7: El torneo de Virelia
AdventureEl torneo de Virelia, celebrado cada tres años desde su fundación, casi doscientos años atrás. Al menos así había sido antes. La muerte del pensador trajo intriga y miedo a los altos mandos del consejo de Vireria, quienes creían fervientemente en la...