29. Quinta de Fa Mayor

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Los sombreros blancos pueblan el patio y mi acompañante parece contento por tantos ojos mirándolo

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Los sombreros blancos pueblan el patio y mi acompañante parece contento por tantos ojos mirándolo. Mi bandoneón suena como agrietado, algo le falta, aunque nadie parece notarlo. Don Elmiro canta con la voz tomada por la borrachera y la gente lo aplaude como si los estuviera agasajando. Quizás sea por eso de confundir un poco el tango con música del tiempo de los barrios bajos, pero grandes concertistas lo sacaron de su estatus callejero para volverlo un baile de sociedad, de salones finos y palabras rebuscadas. Goyeneche y Piazzolla, Gardel y Castaña, y que el mundo se ve lindo desde la ventana de mi casa, allá en La Boca. Yo no sé ni cómo explicarte.

—Gracias, muchachos. Con todos ustedes, mi hijo mayor: ¡Tahiel! —presenta papá sonriente por tantos regalos en la fecha de su cumpleaños. Los invitados en la finca siguen con sus aplausos ceremoniales mientras mi voz les llega desde la orilla de un cuerpo sin conexión con esta tierra.

«Porque yo la tuve entre mis brazos, y llevándola hacia mi pecho el corazón se me hizo polvo». No parecen entender que no les estoy contando una de esas mentiras que uno suelta por la radio para que suene a canción. Sonríen, no sé por qué.

«Me tiró al suelo y salvó mi vida, y se volvió su risa inefable despedida. Cielito lindo, no me dejes. El corazón se me hace polvo, no me dejes».

Ríen y comen, beben cosas que yo no entiendo. Me costó mucho dejar las drogas como para rendirme a otros vicios..., ya aprendí: soy débil.

Bajo de la tarima que oficia de escenario y me alejo pasible del aplauso de la gente. Papá viene a abrazarme, algo que no puedo evitar. Nos amigamos con el paso de los años, y siempre que ando por la zona paso a visitar.

—Qué placer tenerte acá, los invitados están muertos de envidia.

—No conozco a ninguno, pero si a vos te hacen bien, a mí también. Me contaste al menos una cosa buena de cada uno por teléfono.

—Es que hay veces que tenés algo bueno escondido, pero no te das cuenta. Míranos a nosotros: yo tenía a un talentosísimo músico como hijo y no tenía idea. —Sacó un habano de su saco y me lo ofreció, pero yo me apuré en rechazarlo.

—La última vez que prendí un cigarro maltraté a una enfermera. No quiero ser así con la gente. Mejor no ceder ni un paso.

—Pero un cigarrillo no te va a ser cambiar, no te presiones tanto. Tomá, tu celular estuvo sonando mientras cantaba Elmiro.

Me abarajó el aparato mientras se iba con sus comensales y yo lo desbloqueé sin gran emoción hasta que vi de quién se trataba. Entonces, feliz, corrí hacia el primer rincón calmado que pude encontrar y devolví la llamada. La voz de René me contestó desde el otro lado.

—¡Por fin, che! Ya temía que te hubiera secuestrado algún gaucho de por allá y te olvides que tenés amigos en Buenos Aires. Dicen que algunos tienen un cuchillo grandote como...

La Clave de SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora