Mía

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La arrogancia de la que era dueña aquella joven, tenía la cualidad de exacerbar su mal humor.

Sólo tenía que abrir la boca para que Diana sintiera que la sangre le corría como lava por las venas.

 

Una sensación un tanto desagradable, pues no era bueno perder el control para ella.

 

Sobre todo porque hacía muchos esfuerzos por no soltar alguna retahíla de insultos. Eso sería ponerse al nivel de la arrogante joven. Aún cuando reconocía que a esa edad, Diana era incluso más insolente e insoportable.

 

— Si bueno, paso de ello, no me dice nada tu escrito, parece como si lo hubiese hecho un niño de cinco, no...no, creo que un niño de cinco lo hubiese hecho mejor, esto es una soberana porquería. ¿Y te dices escritora?¿Que edad tienes? ¿Tres?...

 

Con el desprecio en el joven rostro, los papeles que sostenía en la mano fueron a dar al bote de la basura, ante los ojos atónitos de Diana.

 

Los siguientes tres segundos fueron como un lapso donde el tiempo y el espacio se funden en la nada.

 

Para Diana, no importaba que estuvieran en medio de una sala llena de gente que iba y venía ocupada en sus propios menesteres.

 

Todo su ser quería tomar los papeles botados en la basura y hacérselos tragar uno por uno. ¿Quien demonios se creía? Por unos segundos se dejó llevar por la rabieta, no por la crítica que le había hecho aquella chica, sino porque no era aquella una manera de dirigirse a nadie, y menos a ella.

 

Sin poder contenerse, la tomó por la fuerza, empujándola contra la pared del cubículo, estrellando con fuerza el cuerpo femenino contra la pared de madera pulida.

Sujetándola firmemente por el pelo, tirando su cabeza hacia atrás, su rodilla incrustada en la parte baja de la espalda. Mientras la sorpresa impedía que la insolente reaccionara.

 

Un chillido histérico salió de sus labios mientras Diana sujetaba los brazos en la espalda de la chica.

 

— ¡Cierra el pico! -siseó Diana en el oído de esta, el amenazante sonido de su controlada voz no logró intimidarla sino enfurecerla aún más.

 

— ¡Suéltame maldita bruja!- se revolvió la chica, que con el rostro aún incrustado en la pared intentaba liberarse de su repentina captura- ¿qué demonios crees que estás haciendo?

 

— Enseñándote modales -contestó Diana, mientras desanudaba la mascada de seda negra de su cuello, e insertó el delicado paño dentro de la boca de la histérica chica.

 

Furiosa por la invasión a su boca y la fuerte restricción por la habilidad y fuerza de Diana, la chica intentó con todas sus fuerzas rebelarse contra la insólita situación. Sin poder gritar ni moverse, se quedó quieta, esperando a que Diana la liberara.

 

— Eso es – susurró Diana en su oído una vez más - ¿vés que no te cuesta nada cooperar?

La Vida Secreta De Una Joven Domina (cuentos cortos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora