La mudanza

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Acababa de subir la última caja del camión, cerré la puerta de mi nuevo piso, puse mis brazos en jarras y observé.
Por primera vez, iba a vivir sola. Sin padres, sin hermana, sin amigos; había venido hasta Madrid en busca de mi sueño dejándolo todo atrás. Cuando mi amiga Lorena me dijo que en el restaurante de su hermano necesitaban una nueva camarera, no lo dudé ni un segundo, esta era la oportunidad que necesitaba, me vine a una ciudad nueva, donde solo conocía a Lorena a empezar una nueva aventura. Lorena me ofreció un sofá donde dormir por si no quería alquilar un piso, pero seamos sinceros, quien quiere dormir en un sofá, ¿No? Además, este piso estaba mucho más cerca del restaurante y del centro, así no necesitaría desplazarme en transporte público y si venía a por una aventura, iba con todo.

De repente oí a Frankie ladrar como loco a nada en particular, supongo que él estaría también nervioso de comenzar una nueva vida. Tengo a Frankie desde hace un par de años que le rescatamos de la calle, y desde entonces nunca se ha separado de mi, no sabéis lo difícil que es encontrar un piso en el centro de Madrid a buen precio y que admitan mascotas.

Lo primero que hice fue desempacar la caja de Frankie, su cama, sus boles de comida y de agua así como sus juguetes. Le tiré una peluche con forma de oso y se puso a jugar corriendo para arriba y para abajo y mientras él estaba entretenido, me dediqué a sacar lo principal y a colocar la guitarra en un lugar seguro fuera del alcance del monstruito de mi perro.
Cuando acabé de sacar unas cuántas cajas me di cuenta que eran ya las 7 de la tarde, madre mía y yo sin comer nada. Agarré una chaqueta y la cartera, dejé a Frankie durmiendo en su cestita y bajé a buscar un supermercado cercano. Al salir de mi casa oí unos ruidos en la casa de al lado, como si estuvieran golpeando la pared, extrañada me acerqué a la puerta por si oía algo extraño, pero los golpes cesaron así que seguí mi camino rumbo al Mercadona que según Google Maps estaba a 200 metros de mi casa.

Cuando volví cargada del super, al entrar al rellano pude oír a Frankie ladrando otra vez, hasta que se acostumbre al sitio nuevo va a ser un poco pesado, así que pensé que lo suyo sería por lo menos pedir perdón a los vecinos de al lado que los pobres se van a tragar todos los ruidos.
Entré en casa mimé a Frankie y me puse a hacer una ensalada, algo rápido pues me moría de hambre. Mientras cenaba, pensé que podía tener un detalle con mis nuevos vecinos, ya que íbamos a estar compartiendo pared, por lo menos llevarnos bien, y así me disculpaba por las molestias ocasionadas por mi perro; así que decidí ponerme a hacer un bizcocho mientras veía una serie en Netflix.
En la pared de al lado habían vuelto los golpes, pero casi no les hacía caso con el ruido de la televisión.

Cuando la alarma del horno sonó, me levanté a emplatarlo y a dejar que se enfriara un poco y mientras me miré al espejo. Tenía cara de cansada y unas ojeras hasta el suelo casi, pero es normal, me había pasado toda la noche muy nerviosa y luego todo el día desempacando. Lorena se ofreció a ayudarme, pero sabía que era el primer día libre que tenía en semanas y no quería que lo desaprovechara.
Me di cuenta que la camiseta que llevaba tenía una mancha de aceite de la ensalada de antes y los pantalones de chándal estaban llenos de pelos de Frankie, vamos, estaba hecha un cuadro. Me cambié la camiseta a una de Leonardo Di Caprio y me puse unos vaqueros negros y las Dr.Martens granates, me puse un poco de corrector en las ojeras y me solté la coleta que llevaba y me hice un quiqui en su lugar. Mirándome al espejo, ahora por lo menos parecía una persona. Quizá hasta podría aprovechar para dar un paseo por la zona después. Sí, lo había decidido.

Le puse la correa a Frankie y cogiendo el bizcocho con la otra mano, me dispuse a conocer a mis nuevos vecinos y a comenzar esta aventura por Madrid. Hacía un rato que ya no se escuchaban los golpes en la pared, así que esperaba no pillarlos ocupados.
Me planté delante de su puerta, hice sentarse a Frankie, toqué al timbre y esperé. Esperé como un minuto, y cuando iba a volver a llamar se abrió la puerta y apareció una chica morena de pelo largo que me miraba fijamente, pero lo más impactante de todo fue que llevaba lo que parecía ser una simple camiseta que le llegaba por debajo del culo. No supe cómo reaccionar así que fue ella quién rompió el hielo.

+ ¿Y tú quién eres?

Casualidad o destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora