Recuerdos de Acero

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  • Dedicado a Madeleine Revillod
                                    

Aquella noche hacía un frío inusual, me había internado ya hace más de cinco días en las montañas Celestes en busca del Dios Trueno, era de esperarse que me perdiera por la fiera tormenta que hacía nula mi visibilidad.

Estaba algo nervioso, pues tenía que matar al Dios Trueno, nunca hubiese imaginado que algún día acabaría siendo un asesino. Esta existencia como la divinidad de Fuego comenzaba a ser desagradable para mí.

Desperté algo aturdido por el frío, sino hubiese sido el Dios de Fuego hubiese muerto congelado allí mismo, agradecía en cierto modo mi maldición, pues no podía llamar de otra manera a mis  poderes recién adquiridos.  Intenté levantarme en vano pues mi cuerpo aun no se reponía luego de la larga caminata de casi cinco días en la ventisca a la cual lo había sometido. Decidí permanecer quieto unos instantes y recuperar algo de mi energía, sin embargo, estaba muy cansado y acabé durmiéndome bajo la sombra de un árbol cubierto de nieve.

- Van despierta, es hora de que sigamos- La voz de Leo importunaba mi sueño. Abrí lentamente mis ojos y divise al Dios de la Tierra quién se había sentado en unas rocas a escasos metros de mí.

- ¿Estas bien?- Atiné a preguntar

- Si, es solo que la tormenta me dejó algo mareado. Llevamos cinco días sin ninguna pista del Dios Trueno y Acero.- Leo estaba bastante cansado por la extenuante búsqueda sin resultados

- ¿Acero también esta aquí?- Estaba confundido, no tenía las más remota idea que el Dios de Acero también hubiese venido al planeta.

- Así es, quizá debimos avisar a Klaus-

- Ni lo menciones, ese bastardo me hizo cruzar por la mitad de una cascada de tamaño colosal el mes pasado, la presión del agua casi me rompió las costillas- Articulé enfadado recordando mi mala experiencia- Lo más probable es que nos hubiera hecho cruzar el río que se encuentra abajo  de estos acantilados. Siempre busca la ruta más cómoda para él. Hubiésemos muerto congelados  hace mucho si Klaus venía con nosotros- Leo bostezó vulgarmente mientras escuchaba mis argumentos. Finalmente acabó por convencerse.

Nos tomamos nuestro tiempo para seguir con nuestra búsqueda, estábamos cansados y pronto se nos acabarían todas las provisiones, el agua comenzaba a escasear junto a nuestra moral.

El terreno era escarpado y lleno de obstáculos bastante difíciles de sortear, había en la zona múltiples riscos y precipicios de gran altura, sin embargo, era lo que menos me preocupaba, pues la fauna del lugar era la más peligrosa del planeta. Había osos enormes de casi cinco metros, hombres lobo y alguna que otra criatura de aspecto horrible. Para nuestra suerte, una ardilla invernal nos había robado la mitad de las provisiones hace dos noches, si bien intentamos atraparla fue en vano cuando se la devoró un reptil enorme de casi dieciséis metros de altura, el cual nos obligó a huir si es que no deseábamos ser parte de su cena. Así fue como nos habíamos separado y la tormenta había caído sobre nosotros.

- Van, mira allí. Es el Templo de la Nieve- La cara de Leo se iluminó por unos instantes

- Gracias al Padre Vacío- Articulé

En el Templo de la Nieve se entraban los sucesores del Dios de la Escarcha o también llamado Dios Sabio, pues en el Templo de la Nieve se guardaban muchos secretos que ni si quiera los Dioses Mayores  tenían acceso, secretos no solo de nuestro mundo, si no del universo entero. Por aquella razón era un lugar sagrado para los Vangelis, se consideraba que cualquier persona que solo llegara a divisar aquel santuario sería bendecido por la Madre Luz, sin embargo, lo único que buscábamos con Leo era comida y asilo. Para ser dioses siempre acabamos metidos en líos, o bien, perdidos en el planeta al cual nos enviaban las corrientes astrales, y, aunque nos encontráramos en nuestro planeta natal, la situación era exactamente igual; estábamos perdidos y abatidos.

Bajo el Ardiente CieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora