El primer Sello

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  • Dedicado a Madeleine Revillod
                                    

No me agradaba la idea de vagar solo por el planeta Tierra. Aunque no trabajaba mucho en equipo, pensaba que si tenía compañía las cosas cambiarían un poco, podríamos terminar con la guerra más rápido y rehacer mi vida, como tanto soñé. Fui ingenuo, nada ocurrió según lo planeado. Desde que había llegado al planeta Tierra, me había dedicado a perder el poco tiempo que tenía, estar con Kana me hizo dudar de mi misión como Dios y comencé a actuar como un crío. Sin embargo, ahora puedo decirlo claramente, amo a Kana. A pesar de todo lo que ocurrió, la amo, todo aquel tiempo que pasé junto a ella me hizo madurar un poco, enfrentar mi pasado había contribuido bastante en mí manera de ver las cosas. Quizás Kana no entienda el por qué la dejé, pero era lo único que podía hacer.

Había decidido partir solo hace bastante tiempo, incluso antes de que llegara Leo y los demás Dioses, no me quedaba opción. Al menos yo podría abrirles el camino y estar tranquilo, pues confiaba en que cuidarían bien de Kana. Fue una dura decisión dejarla sola, quería que empezáramos desde cero otra vez, reconstruir mi vida con ella, pero, este no era ni el momento ni el lugar. Aquel pensamiento retrasó considerablemente mis avances, me sentía avergonzado de mí mismo, supuestamente había cambiado. Kana me condenó a ser un asesino, debería odiarla, no amarla.

La única manera de acabar con esto de una maldita vez era romper los sellos que hacían posible que los Vangelis transitasen de Balha hasta la Tierra. Ningún ser es capaz de moverse de una galaxia a otra debido a la distancia entre cada una de estas, a menos que sea un Dios Mayor, o que exista una abertura entre el espacio dimensional, como era el caso. Ninguna raza existente en el universo poseía la tecnología para crear algún tipo de transporte que sobrepase la velocidad del vacío.

Mi plan era privar a la Guardia del Arrepentimiento de refuerzos y suministros, con eso su actividad bajaría, se verían obligados a mantener posiciones, esperando la reparación de los sellos que mantenían abierto la grieta dimensional,  debería tomarles  seis a nueve meses en reparar los sellos. En ese tiempo, debía destruir o dañar de gravedad la Colmena de los Káisers y de paso asesinar a la Reina, así no podría engendrar a más pieles roja y su prole disminuiría exponencialmente. Era una tarea ardua, el ideal era cumplir el plan en grupo, pero conmigo bastaba. No hay necesidad de arriesgar más vidas.

Los Vangelis ocupaban nueve puntos en distintos lugares de la Tierra para mantener abierto un enorme portal, cada uno de estos puntos estaban fuertemente protegidos, y según mis conocimientos, existía un guardián en cada uno de ellos. Además, aquellos guardianes eran encargados de proteger la entrada al palacio de Alastor.  Estos famosos guardianes no eran Vangelis comunes y corrientes, eran lo suficientemente hábiles como para darme un dolor de cabeza a mí o a Leo. Esta era la razón de por qué había decidido  ir solo. Leo y yo éramos los más fuertes del grupo, y en lo que respectaba a mí no podía tolerar la idea de poner en peligro a Kana y a los demás.

Luego de mi batalla con el señuelo enviado por Alastor, al pelear con sus guardianes me vi en la necesidad de desaparecer. Los formidables guardaespaldas de Alastor eran fieros guerreros, hábiles y letales. Estos nueve guerreros utilizaban un poder el cual desconocía, y este poder había sido la causa por la cual había decidido retirarme en aquella batalla. Siendo Vangelis comunes y corrientes habían sido capaces de tumbarme en tan solo unos minutos. En aquellos momentos había sentido que mis poderes de divinidad de fuego habían sido anulados completamente, mi cuerpo se tensó mucho más de lo habitual y mis piernas con suerte respondían para esquivar los mortales mandobles que lanzaban. Hubiese muerto si hubiese sido un simple Vangelis que había adquirido los poderes de Dios. Yo tenía mis propios poderes como Vangelis y luego los de Divinidad, aun así dejé a tres de esos desgraciados agonizando. Solo quedaban seis guardianes.

En mi mente solo apareció una idea:”No puedo dejar a Kana exponerse a este peligro, si yo no soy capaz contra ellos, Kana no sobreviviría a un encuentro con estos guerreros”

Bajo el Ardiente CieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora