Capítulo XLVI

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Cómo el hermano Pacífico, estando en oración, vio subir al cielo el alma de su hermano Humilde

En la misma provincia de las Marcas hubo, después de la muerte de San Francisco, dos hermanos carnales en la Orden, el uno se llamaba hermano Humilde, y el otro, hermano Pacífico, ambos de gran santidad y perfección. El uno moraba en el eremitorio de Soffiano, y murió allí; el otro, en un convento muy distante. Plugo a Dios que el hermano Pacífico, estando un día en oración en un lugar solitario, fuera arrebatado en éxtasis y viera subir derechamente al cielo en un instante el alma de su hermano Humilde, sin ningún retraso ni impedimento, y ello en el mismo momento de separarse del cuerpo.

Muchos años después sucedió que dicho hermano Pacífico fue enviado al mismo eremitorio de Soffiano, donde había muerto su hermano. Por aquel tiempo los hermanos, a petición de los señores de Brunforte, abandonaron el lugar para ir a otro convento, llevando consigo, entre otras cosas, los restos de los santos hermanos que habían muerto allí. Al llegar a la sepultura del hermano Humilde, su hermano Pacífico tomó los huesos, los lavó con buen vino, después los envolvió en un lienzo blanco y los besó, entre lágrimas, con gran reverencia y devoción.

Los demás hermanos se admiraron mucho de esto, y no les pareció ejemplar aquel modo de obrar de un hombre de tanta santidad como él, pues parecía que lloraba a su hermano más bien por amor sensible y mundano y que mostraba mayor devoción a las reliquias de su hermano que a las de los otros hermanos de hábito, que no habían sido de menor santidad que el hermano Humilde, y sus restos no eran menos dignos de respeto que los de éste. Conociendo el hermano Pacífico el mal pensamiento de los hermanos, les dio satisfacción con humildad, diciéndoles:

Hermanos carísimos, no debéis extrañaros de que haya hecho con los huesos de mi hermano lo que no he hecho con los otros. No me he dejado llevar, gracias a Dios, como vosotros pensáis, de amor carnal, sino que he obrado así porque, cuando mi hermano pasó de esta vida, hallándome en oración en lugar desierto y lejano de él, vi cómo su alma subía derechamente al cielo; por esto tengo la certeza de que sus huesos son santos y de que un día estarán en el paraíso. Si Dios me hubiera concedido la misma certeza sobre los otros hermanos, hubiera mostrado la misma reverencia a sus huesos. A la vista de su devota y santa intención, los hermanos quedaron muy edificados de él y alabaron a Dios, que lleva a cabo cosas tan maravillosas en sus santos. En alabanza de Cristo. Amén.

Las Florecillas de San Francisco de AsísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora