"Qué sea la última vez que te pones agresivo con un comensal.
-Pero...
-Ni pero ni pera, le interrumpió el gordo de voz ronca, ¿crees que te contraté por gusto? Si tu viejo no me lo hubiera suplicado antes de pasar al otro barrio, estarías en la calle muchacho."
Diego ni se molestó en contestar, tiró el delantal al suelo y se fue corriendo por la puerta trasera. Le calló una lágrima que se disimuló entre la lluvia torrencial que caía sobre su rostro. Sino, la habría retenido cómo siempre ha hecho. Iba cabizbajo subiendo las calles del barrio de Santa Cruz. Cuando aún le quedaban dos kilómetros para llegar a su piso, la lluvia se intensifico, el viento alzó, el silbido ensordecedor hacía mover las ramas de los arboles al unisono. Fue entonces cuando se puso a correr con vigor. El pelo mojado le caía por detrás de las orejas, el flequillo moreno pegado a la frente, y Diego seguía reviviendo en bucle lo que había pasado esa tarde en el Poseidón. Hizo un giro repentino en la calle Luis de Morales, que iba en cuesta hacia arriba. La rabia que ardía en sus adentros le dio la fuerza de correr cómo para atravesar dimensiones.
Se escuchó el grito a 2 kilómetros a la redonda. Diego perdió el equilibro pero se mantuvo de pie al apoyarse en el capó de un coche. Se secó los ojos con la camiseta, descubriendo su entrenado abdomen, para aclarar la incertidumbre que lo invadía. Una chica rubia, con vestimenta de enfermera, estaba tumbada en el suelo. Diego extendió su brazo para levantarla de la acera de piedra. La camisa había cogido un color grisáceo, el chico intentó sacudirla para limpiarla. Mientras que le peguntaba a la chica cómo se encontraba, está se separo de él en un sobresalto, cogió el paraguas de en medio de la carretera y se fue corriendo. Diego no tenía ni tiempo ni ganas de analizar lo que acababa de pasar.
Siguió corriendo hacía su casa. Llegó por fin a la puerta del edificio, pero cuando quiso sacar las llaves, no las encontraba. "Mierda, se me habrán caído cuando me choqué con aquella chica". Entonces, llamó al telefonillo de su vecina Antonia que le habriria al menos la puerta del portal. No contestaba, y esto extraño a Diego, "a esta hora siempre esta viendo supervivientes". Decidió llamar entonces a su vecino Egihuerta, el propietario del edificio y el que cobra a los inquilinos. Tuvo una pelea con él hace poco por haber pagado tarde la renta del mes anterior.
"¿Diga?
-Ábreme, que no encuentro las llaves.
-¿Cómo? ¿Quien eres?
-Por favor, abre.
-No abro a okupas, lo siento.
-Egihuerta que soy yo, Diego. Haz el favor de abrir, que esta lloviendo que no veas.
-¿Has vuelto a perder las llaves?, no hay quien te aguante. Te quiero fuera del piso en menos de un mes, o acudiré a otros recursos que no te van a gustar. Ah, y te cobraré 100€ adicionales por el juego de llaves.
Este colgó el telefonillo de inmediato.
-¡Egihuerta! ¡ABRE!"
Diego apoyó el brazo sobre la pared mientras deslizaba su espalda hasta tocar el suelo. Se quedó pensativo, mirando la cruz colgada del cuello que heredó de su padre. El ruido persistente de la lluvia golpeando todo lo que se cruzaba por su camino, hizo que Diego terminará acostumbrándose, entrando así en la primera fase del sueño, la menos profunda pero la que la conciencia sigue controlando. Un destello interrumpió el sueño, seguido de una detonación que hizo que se levantara. Un trueno fue lo que le impediría coger una pneumania. Recordó que si rodeaba el edificio por la callejuela del cuarto de bicicletas, hay una escalera de emergencia de incendios.
Al llegar, se percató de que la escalera estaba diseñada para saltar desde el primer piso al suelo (unos 2,5 metros) en caso de incendio. De esa forma, los ladrones no lo tendrían fácil para entrar y simultáneamente que el vecino que perdiera las llaves no consiguiera volver a su casa. Hasta los 17 años estuvo en el equipo de rugby de la ciudad, y a posteriori siguió haciendo ejercicio en gimnasio. Más que nada por mantenerse. Cogió carrerilla, se propulsó con el pie en la pared, y estiro sus brazos contrayendo todos los músculos de la espalda. Se agarró con determinación a la barra que ejercía de escalón pero sus manos resbalaron. Tumbado en el suelo miro hacia arriba impactado por el agua que derrochaba la escalera. Volvió a intentar la misma maniobra con éxito. Flexiono los brazos y se impulso hacia arriba para poder apoyar los pies en la barra. Ahora sólo tocaba subir al tercer piso, sin hacer mas ruido del que ya había causado, abrir la ventana del pasillo de un golpe e infiltrarse. Los cierres eran mas antiguos que la soberbia de Egihuerta, por lo que era más sencillo que abrir una lata.
No tuvo demasiado problema tampoco en abrir la puerta de su piso. Calentó una taza de agua en el microondas mientras se desvestía para secarse. Sacó la taza, le puso la bolsita de poleo menta y encendió la tele. Llamó su atención escuchar unos llantos, dudó que fueran efectos especiales de Cuarto Milenio. Pero se intensificaban y eran constantes. Diego se asomó por la ventana y vio a una chica en un coche parado en medio de la calle, con la puerta abierta.
"¡Oye! ¿Que te pasa?
- ¿Quien habla? ¡Ah, tú desde ahí arriba! Me he quedado sin gasolina y no tengo a donde ir. Vivo en Soria.
- Pues si que andas lejos, sube, que te vas a enfriar."
Sergio después de leer los acontecimientos de la noche del 14 de abril, le dijo al jefe de comisaría:
"Lo que no consigo entender es porqué el chaval mató a la pobre chica."
Diego, 19 años.
Sergio, 23 años. Policía desde los 20 años y el mejor de su comisaría.
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Conexiones
RomanceDe gran envergadura, abdominales y pectorales marcados, la melena al viento y una sonrisa que derrite tanto como su mirada, el joven Diego. Tras un trauma, la mejor de las curas es una conexión tridimensional que encontrará por las más curiosas de c...