Capítulo 1

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Concretamente, todo inició con el final. La sensación de obtener un final feliz se fue esfumando con el paso de los días. Inició un peregrinaje que no culminaría hasta su muerte. Un camino que lo llevaría a la tumba. Revisó una y otra vez sus memorias, revisó una y otra vez su ser. ¿Cómo es que terminó ahí? ¿Cómo es que las cosas tomaron ese rumbo? Perdió la noción de los días, perdió la compostura. Sentado en la misma silla, durmiendo en la misma cama, comiendo la misma comida, mirando a través de la misma ventana.

Días atrás se encontraba en su departamento. Era el primer día de la semana y el ruido urbano llegaba hasta el último piso de su edificio. Se levantó desnudo y fue a su cocina. Se sirvió vino en una copa y se sentó en uno de los muebles de su sala. Los años pasaban factura, su cuerpo no era tan ágil como antes, su mente no era tan rápida como antes. La espesa barba cubría toda su mandíbula y era del color de su cabello, el cual era negro. Sus cejas eran muy pobladas; sus ojos, grandes y juntos, carentes de vida. Su nariz era gruesa y tosca. Su cuerpo estaba lleno de cicatrices y heridas más recientes. Era alto y bastante delgado para su edad. Sus manos eran grandes y firmes y sus brazos largos.

Encendió un cigarro mientras miraba, a través de su ventana, la enorme ciudad que lo rodeaba. El día era gris y carente de alegría. Las constantes lluvias habían dejado las calles como si fueran poderosos ríos. Se temía una posible inundación del río más cercano.

Recibió una llamada que lo cambiaría todo. El trabajo lo haría pisar tierra. Se sospechaba de trato inhumano a los pacientes del manicomio más antiguo de la ciudad. Se reportaron muchos abusos por parte de los doctores, por lo que la policía lo enviaría a investigar si era cierto o no.

No deseaba aceptarlo, pero no tenía opción. Se vistió con su uniforme habitual. Una camisa blanca que parecía ya gris por lo vieja y usada, una chompa gris manga larga y un pantalón negro con zapatos del mismo color. Todo era cubierto por un gran saco negro que lo cubría desde el cuello hasta los muslos. Guardó su placa en el saco, junto con una cajetilla de cigarros, un encendedor, su billetera y, por supuesto, una nueve milímetros con un cartucho de recarga. Tenía una maleta ya lista para salir, la cual no era muy grande, y tenía ruedas inferiores para poder arrastrar.

Odiaba los hospitales, odiaba el olor a medicamentos, odiaba el olor a enfermedad. Nunca confió en los doctores. O bueno, sería más acertado decir que perdió la confianza en ellos. Era una noche muy oscura cuando ingresó a emergencias junto a su pequeña hermana. Un accidente automovilístico los llevó a la tragedia y los médicos no hicieron mucho. Su pequeña hermana falleció y él se sumergió en el mundo del licor.

La ciudad era gris, fría, sin nada que resalte a la vista. El viaje hasta el sanatorio era largo, lleno de relieves, lleno de semáforos. Le tomó una hora entera llegar hasta aquella edificación.

Era grande, muy grande. Era una edificación de tres pisos, con un enorme jardín alrededor. Parecía estar en ruinas, parecía que iba a derrumbarse en cualquier instante.

Bajó del vehículo con el recelo con el que una bestia sale de su jaula. Caminó lentamente hacia el manicomio. Lo observaban a través de las cortinas. Podía sentir ojos clavados en él, podía sentir miedo y odio, repulsión, locura incontrolable. Por un momento, dudó en ingresar. Se detuvo en medio del jardín, mirando la puerta de ingreso. No había puesto un pie en ningún edificio médico en años, se sentía como niño vacilando en entrar a un nuevo colegio.

La imagen de su hermana inundaba su mente, podía verla sentada en el césped, mirándolo con una sonrisa. Era una imagen triste y repulsiva. Su cabello y cabeza estaban teñidas de rojo por la sangre, la cual goteaba a su ropa. La piel de su frente estaba rasgada y dejaba al descubierto un poco del hueso frontal. Tenía astillas de vidrio clavadas en su cabeza y rostro. Así la recordaba en el hospital, luego de que saliera disparada a través de la ventana delantera del vehículo en el que se encontraban y se estrellara contra el pavimento.

Respiró profundamente e ingresó al sanatorio. Lo recibió un joven asistente.

- "Buenos días Señor Córdova, lo estábamos esperando", lo saludó estrechándole la mano. "Pase, pase. La doctora está por salir en un momento".

Lo guio hacia una pequeña sala de espera y lo dejó solo por un momento, el cual fue se prolongó más de lo deseado. No estaba precisamente orgulloso de su paciencia, por lo que se levantó del asiento tras pasar treinta minutos y salió de la sala. Se dirigió a la sala de espera y al encontrar al mismo joven, le hizo un gesto con la mano.

- "No te preocupes muchacho, yo mismo buscaré a la doctora".

El muchacho intentó detenerlo, pero lo miró de tal modo que se detuvo en el acto. Odiaba ser interrumpido o cuestionado cuando ya había tomado una decisión. El joven le dio unas instrucciones de cómo encontrar a la doctora y le dejó ingresar.

Caminaba lentamente por los pasillos del manicomio mirando cada rincón posible. Los pasillos eran largos y llenos de ventanas en las paredes. Había telarañas en las esquinas del techo, polvo en el piso y el aire estaba cargado de olor a fármacos. Los doctores iban y venían, de un lado a otro, al igual que los enfermeros y asistentes. Era un día de arduo trabajo y Mark Córdova sentía estorbar. Sin embargo, su deber estaba claro y no podía finalizarlo ahí.

Ya estaba por llegar al final del pasillo cuando la puerta frente a él se abrió de par en par y tras ella, apareció una doctora.

No era muy alta, le llegaría a él al mentón. Era bastante hermosa, con facciones muy delicadas. Su cabello era ondulado, castaño con ligeros tonos más claros. Sus labios eran delgados, bastante finos. Sus ojos eran profundos y atrevidos. Vestía con un uniforme azul sin ningún detalle resaltante y un guardapolvo blanco que la cubría hasta las rodillas. Usaba unos lindos anteojos negros que le daban un aspecto intelectual bastante interesante.

Lo miró con una ceja en alto y se detuvo frente a él.

- "Así que usted estará a cargo de la investigación"; dijo con una mirada que lanzaba fuego. "Veo que no pudo esperar tranquilamente, veo que es impaciente. Pues, bienvenido al sanatorio. Espero que lo encuentre agradable durante su estadía. Soy la doctora Elaine Torres y estoy a cargo de la instalación, así como de facilitarle todo lo que necesite durante su estadía".

Notaba la tensión en el ambiente. Ninguno de los doctores de aquel manicomio estaría contento con su visita. Ninguno estaría tranquilo trabajando con un extraño supervisando sus movimientos. La noticia llegó por familiares de los pacientes, que acudieron a las autoridades para denunciar malos tratos hacia ellos. Desde incumplimiento de régimen alimenticio hasta ofensas y golpes. Obviamente, antes de sancionar o dictar alguna sentencia, la policía debía enviar a alguien a comprobar la veracidad de esas acusaciones. Por lo que el detective se quedaría en el manicomio los días que considere necesario.

- "Es un placer conocerla Doctora Elaine", respondió estrechando su mano. "Soy Mark y sí, en efecto, supervisaré que todo marche bien por los días que considere adecuado. Odio esperar y hacer esperar, así que, le agradecería si pudiéramos iniciarla visita desde ahora".

La doctora asintió con la cabeza y le hizo un gesto con la mano, indicándole que la siguiera. Cruzaron la puerta y llegaron a otra sala de recepción con muchas sillas para los familiares que deseaban visitar a los pacientes.

- "El edificio está compuesto por dos pabellones, cada uno de 3 pisos hacia arriba y dos sótanos. Cada piso tiene su propia área de recepción y espera, así como un área de visita. En cada piso alojamos a no más de cincuenta pacientes. El pabellón izquierdo les corresponde a los pacientes masculinos; el derecho, en el que nos encontramos, a los femeninos". Comentaba la doctora sin quitar la vista de un pequeño cuadernillo, lleno de números, que llevaba en las manos. "Ordinariamente, el ingreso está permitido solo al personal autorizado; sin embargo, ya que debe supervisar cada rincón del edificio, le daremos acceso autorizado a cualquier instancia del manicomio. Sin embargo, lo mejor sería que nos avise a dónde se dirige o que lo acompañemos. Algunas instancias no son tan agradables como esta".

- "No se preocupe doctora. Créame que solo necesitaré de un guía turístico hoy. Tengo buena memoria espacial. No me perderé".

- "No me preocupa que se pierda. Me preocupa que interfiera en nuestras actividades o que ocurra algo imprevisto".

- "Para eso he venido doctora. Para vigilar que no ocurra nada imprevisto. Para verificar que todo marche bien y que no tengan que sancionar a nadie".

UtopíaWhere stories live. Discover now