Capítulo 4

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Pasadas las tres horas de inspeccionar el sanatorio, ya había cubierto los tres pisos. Antes de revisar los sótanos, procedió a almorzar. Comía sin ganas un desabrido arroz frito. Nunca le había gustado comer eso y menos en aquella ocasión. Muchas dudas se agolpaban en su cabeza. Mientras comía, leía los registros y documentos que le habían enviado hasta el momento. En las historias clínicas no había nada de interés. Todo aparentemente había marchado bien. En el libro de reclamaciones sí encontró las quejas. Una señora se quejaba de que su marido se encontraba más delgado de lo usual y que, al preguntarle, le contó que no le habían dado de comer sus tres comidas diarias, sino que a veces solo le daban almuerzo y nada más. Un señor se quejó de que su hija, una jovencita que se encontraba en el segundo piso del pabellón femenino, había sido abusada sexualmente por alguien del personal. Le encontró heridas en el cuerpo y le costaba sentarse con normalidad. En la historia clínica del primero, solo se reportó una disminución en el peso y masa corporal del paciente, pero no se indicó un causante. En la historia clínica de la segunda, se reportó que la paciente se había golpeado al tener una crisis agresiva y que, cayó sobre sus glúteos al ser derribada.

Aquello despertaba el interés de Mark, intentó buscar a la Doctora Torres para tocarle esos temas, pero no la encontró en ningún lugar. Preguntó por ella, pero al parecer, nadie sabía dónde estaba.

Ya sin esperarla, se dirigió hacia el sótano del pabellón femenino. El primer nivel era bastante similar a los pisos superiores. Eran pasillos llenos de habitaciones; sin embargo, en estos, no había tanta tranquilidad. Algunas pacientes hacían ciertos sonidos que eran desagradables, otras pacientes lloraban, otras dormían. Un guardia paseaba por el pasillo, llevaba un uniforme característico del personal de seguridad y una porra en la mano.

- "¿Por qué lleva eso?", preguntó Mark en voz baja.

- "Oh, son órdenes de la doctora Torres. Después de algunos incidentes en ambos sótanos, emitió la orden de que todos los miembros de seguridad tengan una porra, para poder reducir a los pacientes más agresivos. Créame, si usted viera cómo se ponen en esas situaciones, preferiría usar su arma de fuego".

Había razón en eso. Sin duda, Mark no tomaría recaudos si algo así sucediese. No toleraba la idea de que pudiesen atacarlo. Siguió bajando y llegó al segundo sótano. Justo antes de ingresar al pasillo de las pacientes, fue interceptado por un guardia.

- "¿Va a entrar? Normalmente no dejaría que ingrese solo, pero como usted es policía, lo permitiré. Tenga mucho cuidado allí dentro, camine por el centro del pasillo y guarde la compostura. Le sugiero una visita rápida".

Agradeció por la advertencia e ingresó. Allí adentro, el panorama no era alentador. Era un pasillo lleno de celdas bastante distanciadas entre ellas. Las puertas eran de acero y eran bastante gruesas. Tenían una abertura rectangular para colocar la comida. Había leído cuál era el protocolo para poder ingresar a cada celda por si había que reparar algo o cambiar algo. Debían dormir al paciente con somníferos gaseosos, los cuales eran emitidos a través de aquella abertura. Aquellas pacientes eran sumamente peligrosas. Muchas estaban ahí por ser las autoras de terribles masacres. El ambiente no era tranquilo, los gritos eran aterradores. La luz, proveniente de un pequeño foco en el techo, no era continua, sino que tenía ligeras interrupciones, fruto de fallas eléctricas. Las pacientes emitían todo tipo de improperios, gritos de dolor, algunas incluso chillaban en otros idiomas. Escuchaba golpes en las paredes, las pacientes se estrellaban contras las puertas y paredes, intentando romperlas.

Se acercó a una de las celdas y miró a través de la abertura. Estaba oscura la habitación, solo era iluminada por un pequeño foco amarillo en el techo. En una esquina del cuarto yacía una mujer encogida mordiéndose las uñas de las manos. Sus cabellos cubrían su rostro; pero, a través de ellos, podía ver sangre y saliva. Se acercó a otra y miró a través de la abertura. Un brazo emergió de aquella abertura, intentando agarrarlo. Mark retrocedió rápidamente y se alejó de aquella celda. Una risa macabra inundó el lugar.

- "¿Por qué te vas? Ven infeliz. No te voy a hacer nada".

Veía muchos rostros mugrientos a través de las aberturas. Todos tenían una expresión burlona y asesina que lo ponía muy nervioso. Se asomó en una última habitación y vio en ella, una cama sin tender y sobre ella, estaba su ensangrentada hermana, sonriéndole. Salió de aquel pasillo y subió hasta el primer nivel.

<< No pienses en ella. No es real. Ella ya está muerta. >>

Apenas se hubo calmado, se dirigió a su habitación y se sentó en su cama.

<< Esas sí son condiciones bastante deplorables; sin embargo, es lo que esperaba al pensar en pacientes así. Hasta ahora, no he encontrado nada que pueda comprobar la veracidad de aquellas acusaciones. >>

A la mañana siguiente, se dirigió hacia el pabellón masculino. A visitar al paciente más interesante de aquel sanatorio.

- "Revisé tu historia clínica, Román", le dijo Mark con un rostro inexpresivo. Había pedido prestada una silla y la había colocado frente a la ventana de su habitación. "Resulta que Román no es tu nombre. Te llamas Víctor Hayes Estrada. ¿De dónde es ese apellido?"

- "Es irlandés", respondió a secas. "Pero ese no es mi nombre. Mi nombre es Román Fernández. Ese nombre que usted ha dicho es el que me pusieron para que no puedan identificarme fuera del manicomio. Si busca por Román Fernández, encontrará que fue hallado muerto años atrás, en un río en la selva. ¿Cómo apareció ahí? Es un misterio".

- "Los doctores te encasillaron como un típico caso de apropiación de identidad. ¿No crees que quizás tengan razón?"

- "No. Era un periodista", respondió con un aire de decepción. "Descubrí que habían alterado ciertos documentos para que sean aprobados por la Asociación de Psiquiatría. Pensé que me asesinarían, pero no. Prefirieron llamarme loco y encerrarme aquí de por vida".

Sonaba tan convencido que, por un momento, Mark pensó era verdad todo aquello.

- "Dime Román", le intentó seguir la corriente. "¿Qué sabes sobre la doctora Elaine?"

Román guardó silencio repentinamente. Volteó y le dio la espalda.

- "Váyase".

Aquella reacción incrementó su interés.

- "Pero dígame Román, ¿qué es lo que sabes?"

- "¡Váyase!", exclamó sin voltear. "No hablaré nada sobre la doctora Torres".

Se dirigió hacia el área de investigación. Ingresó silenciosamente y preguntó por la doctora. Sin embargo, la respuesta fue la misma del día anterior. No sabían dónde se encontraba. Almorzó con aquel joven, Alex, que conoció el día anterior.

- "Lo he visto conversando con Hayes. Ese paciente me sorprende cada vez que hablo con él. Está convencido de ser otra persona".

Mark miraba su plato de comida. Los tallarines rojos eran uno de sus platillos favoritos. Sin embargo, no tenía hambre. No tenía una respuesta para eso, sino más preguntas.

- "¿Sabes dónde está la doctora Torres?", preguntó en voz baja. "No la he visto desde ayer".

- "Debe haberse escapado. Odia los fideos", respondió Alex con risita. "Tampoco la he visto. Como le dije, aparece cuando metemos la pata, para gritarnos frente a los pacientes y sus familiares"

- "¿Sabes a dónde podría haber ido? No la he encontrado ni en su oficina ni habitación".

- "No, quizás salió del sanatorio. Ya sabe, fue a comer en la calle".

Durante la tarde, la pasó revisando historias clínicas, pero no obtuvo ningún resultado. Empezaba a perder la paciencia. Ningún documento le arrojaba algún hallazgo de relevancia. O eso creía, hasta que le entregaron las copias de las cámaras de seguridad. Buscó primero el vídeo del día de la queja del primer paciente hacia atrás. Descubrió que el enfermero le llevó su comida tres veces todos los días sin excepción. En el segundo caso, intentó buscar si algún enfermero, asistente o doctor había estado a solas con la paciente durante un momento y no lo encontró. Lo que si encontró fue que muchos corrieron a su celda e ingresaron rápidamente. Al cabo de unos instantes salieron. Supuso que fue por la crisis violenta que tuvo. En los demás casos, encontró lo mismo. Las pruebas de vídeo y escritas desmentían lo que los familiares alegaron.

<< Quizás eran puras patrañas. Si no encuentro nada en estos días, podría concluir el caso>> Sin embargo, la curiosidad fue su mayor error. 

UtopíaWhere stories live. Discover now