La ventisca caia persistente, los hombres de las familias que acompañaban el acto de despedida, permanecían frente a la que en breves sería la tumba permanente de quien en vida fue una de las personas más importantes para muchos.
Las mujeres y los niños, resguardados en los autos, esperaban a que se calmara un poco la llovizna para salir e ir al lado de los demás. Algunas féminas lloraban, otras rezaban y habían otras quietas que solo observaban atentas los movimientos de fuera.Las únicas mujeres que contemplaban el momento del entierro eran la esposa y la hija del señor. Tratando de ser consoladas por un hombre alto con expresión ausente. El hijo mayor era quien se encontraba a la par del nicho en el mausuleo familiar, temblando por la ropa mojada y el llanto que no lograba contener.
Llegó entonces el momento de dar el último adiós al fallecido. Al terminar de dar la oración final se procedió a introducir el ataud en el respectivo lugar.
La tumba fue sellada, la lápida colocada junto a la jardinera para las flores, colocaron las coronas y todas aquellas flores llevadas por los presentes.Al cabo de un rato regresaron a los autos rumbo a sus respectivas casas, y unos pocos en dirección al hogar de la madre de la ahora viuda.
Jimena veía por la ventana en su habitación de esa casa, la casa de su abuela. Las lágrimas en su rostro caían a momentos, sus ojos rojos, hinchados y cansados daban muestra de no haber descansado en absoluto desde hace más de 24 horas. Su mente en blanco no le permitió percatarse de que alguien se acercaba a ella y posaba en sus hombros una colcha que le ayudara contra el frío que se estaba sintiendo.
—Te diría que vayas a dormir un rato, pero sé que no me harás caso... —su hermano, ya cambiado, fue en busca de su hermana, sabía que su madre en ese instante sufría más que ellos al perder a la persona que ha amado, pero en ese momento le preocupaba su hermana, era la más pequeña después de todo.
—Sé que no podré hacerlo. Me siento cansada, pero no podré dormir... —su voz salía en un hilo, en tono bajo.
—estaremos bien, a él nunca le gustó vernos llorar —la abrazó, el también estaba destrozado por la pérdida de su padre, pero debía ser fuerte.
—Sofía... —un hombre se encontraba en la habitación de la viuda, ambos con una taza de café a medio beber, sentados en una mesa redonda cerca a la ventana.
—yo... —la voz de la mujer sono quebrada, ronca, sin ánimo.
—Sofía —volvió a hablar, su voz grave fue más suave que la primera vez. —Sofía, debes darme una respuesta. —bebió de un solo el café restante un tanto ansioso. —Sabes las consecuencias que podrían desarrollarse si este asunto no llega a una solución.
Entendía la urgencia del asunto, pero ¡por Dios! ¿No podían esperar a que pasara su tiempo de duelo? Apenas ayer murió su esposo, su mejor amigo, padre de sus hijos... Y ¿debía tomar una desición tan apresurada? Era algo tan insensible por parte de "ellos". Pero, a fin de cuentas, debía dar una respuesta ahora, porque así se decidiría el futuro no solo de grandes negocios, sino también la vida de muchas personas.
—Gerardo... —pronunció luego de minutos de pensamientos y reflexiones. —haz lo que tengas que hacer después de que se hayan cumplido los cuarenta días de la muerte de mi esposo. Pero solo con una condición, dejarás que ellos decidan, no quiero que sean obligados. —su alma no soportaba la idea de que sus niños, sus bebes, cargaran con tan grandes y peligrosas responsabilidades.
Sintió alivio de escuchar esas palabras, comprendía lo que sentía su compañera en ese momento, el pasó por lo mismo, más no sabía que tan grande era la pena que ella sentía por sus hijos.
—no te preocupes, no pensaba obligarlos de todos modos, solo espero que tomen una desición correcta.
—te encargo a quien decida tomar su lugar, por favor —pidió entre lágrimas.
—son mis sobrinos, tu eres como mi hermana... Ten por seguro que los cuidaré, sin que me lo pidas...
Se levantó, se acercó a la mujer y poso su mano en su hombro para darle confort y salió en busca de aquellos niños.
Los encontró sentados en la cama sin hacer o decir nada, necesitaban su espacio pero antes de dejarlos solos debía informarles de un asunto importante.
Se acercó a ellos y se sentó con uno a cada lado. Los abrazó para darles apoyo.
—No es bueno que sigan despiertos... —exclamó viendo al frente.
—lo sabemos —ambos jovenes respondieron.—Sé que no es momento para esto, pero deben saberlo. —Se detuvo brevemente. —La sentencia de ese hombre será la próxima semana, el jueves a las 11:00 de la mañana. —Puso atención a los movimientos y expresiones de los menores. Una comenzó a llorar en silencio por la impotencia. El otro se veía enojado y dolido.
En su interior no lograrían perdonar a aquel desgraciado que les arrebató la vida de su amado padre. Esperaban que ese sujeto también muriera y de la peor manera posible. Sabían que hacían mal en pensar así, pero no les importaba, les daba igual en ese instante.
—Quiero estar en primera fila para verle la cara a ese maldito hijo de puta. —Sentenció el mayor de los hermanos con amargura.
—Esa no es forma de hablar Alexander. —Reprendió el mayor al joven.
—Lo siento Gerardo, pero mi hermano tiene razón. —Jimena lo vió a los ojos, reprochando con su mirada al adulto.
Suspiró, sería mejor dejarlos solos o podrían descontrolarse, sabía como eran ambos. Los conocía desde que nacieron. Conocía como se comportaban al enojarse y no era bueno que lo hicieran por el momento.
—Disculpen. —se apresuró a decir. Se colocó de pie para salir de ahí. —Vendré dentro de unas horas, vayan con su madre, los necesita.
Se fue entonces dejando atrás a unos jovenes que lo veían analíticos y con atención.
Antes de salir de la casa y realizar unos asuntos se encaminó con la matriarca de la casa -la abuela de los menores- para decirle que lo llamaran de inmediato por cualquier cosa. Tras eso se fue. Perdiéndose entre las calles.
Nil y sus padres se encontraban en esa casa por petición de la viuda. Charlaban con la madre de la mensionada. Le eran fiel a la familia en luto y no los dejarían. Su lealtad era dirigida a ellos.
El jueves a las 09:00 a.m. muchas personas ya estaban sentadas esperando las tan importantes once de la mañana.
Y como había dicho Alexander, él y su hermana se posicionaron en la primera fila del lugar. Su madre estaba tras ellos en conpañía de su abuela Angélica y Gerardo.
Cuando llegó el momento de la verdad, lo conocieron por fin. A ese infeliz, a quien querian desaparecer. Su aspecto era de lo peor, su expresión despreocupada hacía enojar a la familia... sin duda, una completa basura de la más desagradable.
Escucharon atentos al juez todo el tiempo. Todos los cargos de que lo acusaron fueron enumerados uno a uno.
Y lo más esperado del momento llegó, la sentencia. El juez llegó al dictamen de 15 años de prisión, sin posibilidad de libertad condicional.
Esto no era suficiente para ninguno de los afectados, pero por su desgracia no podían hacer nada.
En el momento que el hombre pasó frente a ellos llevado por dos policias, los vió con burla y les sonrió, él sabía que esas personas eran la familia del tonto a quien mató.
Alexander y Jimena, trataban de controlar su enojo ante esa acción. Querían golpearlo y hacerle sufrir. Su respiración se volvió agitada y temblaban de la adrenalina que sentían por querer hacer algo por su cuenta.
Una mano en el hombro de cada uno los hizo ver atrás, era su madre viendolos triste suplicando no hacer nada.
No podían, lo sabían, no podían hacerlo... ¿o si?
Actualización nueva!!!
Espero les haya gustado
Hasta la próxima
-Saeli
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Abello
ActionEra solo una persona con un sueño, un sueño que no esperó realizar de manera inmediata y como menos se lo esperaba, teniendo que tomar complicadas desiciones para llevar a cabo su deber. Ahora, tendra que lidiar con quienes van en su contra y dejar...