Capítulo 4

2 1 0
                                    

— No me des la espalda, Philip.

Cansado de los gritos de mi madre, rodé los ojos.

— Está bien, madre, me sentaré aquí y escucharé todo lo que tengas que decir — me diré con desgana en un sillón de la sala de estar.

Hacía veinte minutos mamá había llegado a casa diciendo que quería hablar conmigo ( aunque siendo sincero, no sabía que a los gritos se les decía "hablar" ) en este preciso momento estaba hablando de una propuesta que me haría bien.
Quería que dejara el trabajo en el cine porque allí había mucho muchacho corrupto.

¡Va, que estupidez!

— Tienes que renunciar, es lo mejor — hizo cara de cachorro.

A veces en serio odiaba a mi madre. Sé que no debería, pero odiaba la forma en que se comportaba y en cómo le importaba más un simple comentario de un puñetero vecino, a algo con lo que yo me sentía bien.

— ¿Para quién es lo mejor? — gruñí — Al parecer es lo mejor para ti y tu estúpida dignidad, porque sabes bien madre, que lo único que amo hacer es ir a trabajar al cine donde están mis amigos, sí, esos amigos — agregué al ver la cara que puso cuando los mencioné — y ti lo que quieres hacer es arrebatármelo. Esto no es para nada justo.

— ¡Nada en la vida es justo! — gritó.

Sobresaltado la fulminé con la mirada.

— Por supuesto que hay cosas y personas justas, pero al parecer en tu mente e ideología eso no existe.

Ahora sí que estaba enojado. Me puse de pie y subiendo las escaleras, cerré mi habitación de un portazo, cual niño pequeño.

Hice casi omiso a los gritos provenientes del otro lado de la puerta, obligué a mi respiración a regularizarse hasta que me quedé dormido.

Levantándome de la cama, miré por la venta donde había mucho bullicio y alboroto, frunciendo el ceño me decidí ir afuera para ver de qué se trataba tanto jaleo.

Abrí mucho los ojos cuando llegué al pórtico de la casa, Magda estaba ahí con un grupo de personas que sabía eran también vecinos, ordenaban en un estrecho círculo a un chico al que no alcanzaba ver su rostro.

Un grito ahogado salió de mi garganta cuando miré que uno de los vecinos alzaba en el aire un cuchillo de trozar carne y lo dejaba caer con furia en el hombro del chico. Corrí hacia allí apartando a todo aquel que pudiera hacerle daño, miradas de odio me penetraron pero ignorándolos, sujeté el brazo herido del afectado y queriendo consolarlo le hablé con voz suave.

— Está bien, todo está bien — susurré — tengo que sacar el cuchillo, te dolerá pero vas a estar bien.

Una risa cargada de burla hizo a mi piel erizarse. Conocía esa voz, esa risa, sabía perfectamente que si levantaba la mirada me enfrentaría a algo inexplicable.

Sin ganas, elevé mi rostro enfocándome con unos ojos que eran tan malditamente verdes.
Un grito desgarrador se abrió paso en mi garganta, al saber que era yo mismo al que estaba atendiendo.

Exaltado, me senté súbitamente en la cama, mi respiración era irregular y podía sentir cómo una fina capa de sudor cubría mi frente. Por inercia me llevé una mano al hombro, todo estaba en su lugar, no había nada que temer. Dejé de tocar mi hombro y me froté el pecho, justo donde está el corazón, éste latía desenfrenado, como si fuera un caballo que al cabalgar demasiado rápido podría llegar donde nunca nadie ha llegado antes.

Me quedé así en esa posición, con la mano en el pecho y pensando abruptamente a qué se debía ese sueño.

Vaya sueño. Pero si casi pude sentir que me daría un infarto en cualquier momento.

— ¿Estás bien? — irrumpió en la habitación Sylvia, mi madre.

— Sí — dije cortante.

— Esto... escuché un grito y quise saber si te sucedía algo, pero veo que estás bien —  su cara amable cambió con una ligereza extraordinaria.

Luego de darme una mirada que no supe interpretar, salió de mi habitación. Con un resoplido me deja caer de nuevo en la cama, me puse sobre mi costado, la cortina de la ventana estaba abieeta así que, podía disfrutar de la vista del gran sol poniéndose a lo lejos, tan inalcanzable.

Traté de dormir otra vez pero me resultó imposible, así que me decidí por hacerme un par de sándwiches e ir a relajarme al paraíso, se me ocurrió llamar así a la laguna.

Al bajar a la cocina pensé que me toparía con mamá, pero al parecer se había ido a quién sabe dónde.

Luego de preparar los bocadillos y un poco de agua y jugo de naranja, seguí mi camino favorito.

Cuando llegué a la laguna, decidí remojar mis pies un rato y me quité los zapatos, arremangué mis pantalones hasta las rodillas y me senté a la orilla dejando que mis pies disfrutaran de la calidez del agua. Parecía extraño, el agua siempre estaba cálida.

Cuando me sentí satisfecho, me levanté y caminé hacia donde había dejado las cosas, me agaché a abrir la pequeña lonchera donde había metido los sándwiches y me dejé llevar por su sabor. Soltando un suspiro cargado de tensión, me recosté en el pasto y miré al cielo.

La luna comenzaba a asomar su iridiscente luz y algunas estrellas empezaron a hacer su aparición. El cielo era tan bello de noche, me encantaba ver las estrellas, trasmitían una paz a mi alma que no podía explicar con palabras, solo lo sentía muy dentro de mí.

Decidido a que ya había pasado bastante tiempo fuera de casa, me dispuse a poner mis zapatos en su lugar y a bajar el pantalón. 

Me puse a acomodar y limpiar todo lo que había traído, levantando un sándwich que no me había comido, sentí ese extraño estremecer.

Giré sobre mis talones encontrándome tan solo con la soledad de la noche y el leve canto de los grillos, me encogí de hombros restándole importancia.

— ¿Lo vas a tirar?

Mi corazón dio un vuelco al escuchar la melódica voz. Dando media vuelta, me encontré con el dueño de esa voz, e inimaginablemente... con el chico más bello que había conocido jamás.

Unsteady (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora