Capítulo 6

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— ¿A dónde crees que vas? — casi gritó mi madre.

Rodé los ojos, me imaginé lo que diría a continuación.

— Ya hablamos de esto. Philip, por favor.

— Está bien, madre — suspiré derrotado — ya no iré a trabajar más, pero sabes que no me quedaré en casa de todo el día de brazos cruzados.

Tuve la sospecha de que mamá diría algo que no me iba a gustar.

— Claro que no estarás en casa todo el tiempo. La mansión de los Roth está abierta, hace una semana, Mike volvió y me dijo que te necesita.

Fruncí el ceño, Mike Roth, era el empresario dueño de una cadena de restaurantes en Virginia y Centro América. Era uno de esos señores panzones y desagradables que  van a misa los domingos, solamente a sentarse y ver a las jovencitas que empezaban a ser conscientes de las dos montañas creciendo cerca de su esternón. 

— ¿Y como para qué me necesitaría ese señor? — arrugué mi nariz en una mueca retorcida.

— No preguntes, solo has lo que te digo. Tienes una reunión con él a las... — miró el reloj en su muñeca – ... ¡Oh, vaya! Qué rápido pasa el tiempo, en un cuarto de hora.

Gemí.

Regresé a mi habitación a cambiarme de ropa, me puse unos pantalones de vestir color negro y una camiseta roja de cuello alto. Decidí dejarme las zapatillas negras con las que me iba a trabajar.

De pie en el centro de mi habitación, ojos negros aparecieron en mi pensamiento. De dónde conocía esos ojos; un sentimiento de estar olvidando algo se hizo presente en mi cabeza y un revoloteo se instaló en mi estómago.
Le di un beso en la frente a mamá y salí de casa.

Puntual, me detuve frente a la gran reja que cubría la mayor parte frontal de la mansión. Tenía un poco de curiosidad, pues nunca antes había estado dentro de tan lujoso hogar; abrí y cerré mis manos con nerviosismo, con un suspiro di un paso al frente y toque el timbre de color verde que estaba al costado de uno de los barrotes de la reja, pensé que alguien saldría u otra cosa pero no, con un sonido chirriante, casi tétrico, la mitad de la gran reja se abrió. Dubitativo, me abrí paso por un sendero, extrañamente, hecho de...

Joder, ¿eran esos caparazones de tortugas?

Definitivamente.  Me estremecí al pensar en lo que había sufrido cada uno de los desafortunados seres.

Oh, hombre. Qué mierda tenía esta gente en su cabeza. Probablemente eso, mierda.

Antes de llegar al final de tortu-sendero, la gran puerta de entrada hecha de madera de pino con un color oscuro extraño, se abrió.

Lo primero que vi salir de ésta, fue la gran panza de Mike, me miró de pies a cabeza y me dedicó una sonrisa socarrona.

— Philip — dijo — qué gusto volver a verte. Has crecido mucho, hasta casi estás tan alto como mi hijo.

Espera, ¿Qué? ¿Este ser tenía un hijo?

¿Te has enterado de que un chico guapísimo se mudó a aquí? El recuerdo de lo que había dicho Leah vino a mi mente.

Joder, ahora entendía el porqué de sentir que olvidaba algo.

Sebastián se cruzó por mi memoria. Pero ese tal Sebastián era como un Adonis, de rostro fuerte y atractivo, alto, hombros anchos, brazos musculosos y podría apostar que tenía una tableta de seis cuadros. Oh, y esto sin hablar de su... paquete. Nada que ver con el hombre que estaba frente a mí. Deseché la idea de que probablemente él era hijo de este... hombre.

Recordaba haber tenido mi cuerpo en un completo manojo de nervios, pero eso no me impidió observar las vistas.

Alejé esos pensamientos de mi mente, no debía darle la razón a la gente y que dijeran que en realidad si soy muy, muy gay.

— Mi madre dijo que tiene un trabajo para mí — mi tono salió más serio del que quería.

Soltó una desagradable carcajada.

— Al punto, ¿eh? Eres igual que tu padre — apreté mis puños — pasa muchacho, estás en tu casa. Mi oficina está por ahí — señaló a una puerta tan grande como la principal — toma asiento y relájate, en un momento mandaré al que te necesita.

— ¿No es usted? — pregunté consternado.

— Oh, no. Yo solo cumplí con hacerte llegar hasta aquí — me guiñó un ojo.

¿Para qué mierda he venido? Resoplé.

Con delicadeza me adentré a una oficina que era del mismo tamaño que la planta de arriba de mi casa. En el centro de la gran sala de ubicaba un gran escritorio de roble oscuro, encima, al lado derecho de éste había una computadora con un monitor y teclado al lado, al lado izquierdo tenía una apilado un puñado de papeles y, al frente del escritorio, había dos sillas acolchadas.

Se veía tan suaves que inmediatamente me dejé caer en un de ellas. Oh, chico. Eran jodidamente suaves.

Deslicé mi mirada alrededor de la sala, un estante lleno de libros estaba pegado a la pared derecha bajo una enorme pintura al óleo de La Mona Lisa. Este lugar estaba lleno de lujos, y observando todo lo demás me di cuenta de que había un cuadro en la pared, cubierto con un manto blanco.

La curiosidad me comenzó a corroer por dentro, pero decliné la idea de ver qué era porque escuché pasos avecinarse.

Sin explicación, mi corazón comenzó a latir rápido. La fragancia más masculina que había sentido nunca, inundó mis fosas nasales. Inhalé y exhalé profundamente complacido.

— Lamento hacerte esperar tanto — dijo una voz a mi espalda.

Esa voz. Maldita sea.  Mi corazón ahora estaba a punto de salirse de mi pecho.

Leves pasos avanzaron hacia la silla lujosa detrás del escritorio. No había visto esa silla antes.

— No imaginas el placer que me da verte otra vez.

Sebastián puso sus firmes manos ruidosamente en el escritorio, sus ojos , que parecían de color negro, me invitaban a sumergirme en ellos por horas. Mi cuerpo se tensó al imaginarme sus manos recorriendo mi cuerpo.

— Esto... — aclaré mi garganta — también es un placer para mí.

Hubo un destello en sus ojos.

— Bien — dijo, se sentó en escritorio sin apartar la vista de mí — necesito a alguien que me ayude con mis pinturas, mi agenda y ventas, y un par de cosas más. De las demás personas que conozco en esta ciudad, tú me pareces el indicado.

Eso sonaba a secretario. De qué tengo cara.

— El pago es de cincuenta dólares la hora — mis ojos casi se salen de sus órbitas — para ser sincero, espero que digas que sí.

— ¿ Y por qué yo? — cuestioné.

— Porque algo dentro de mí, exige que seas tú desde que te vi en la laguna — susurró.

Unsteady (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora