Esta mañana Adelina, como todos los días se levanta con el cantar de los gallos de la granja de la vecina de al lado, Greta Koch. La luz entra acariciando las sabanas, creando una estancia cálida incluso para ser un día antes de Navidad. Oye los pasos de su padre en el primer piso, en la cocina, seguramente terminando de desayunar para irse al trabajo. Es cazador, uno de los mejores del pueblo. Gracias a ello su difunta esposa pudo cumplir su sueño al casarse, una humilde pastelería. Desde ese entonces, toda su vida se vio sumergida en el local, incluso Adelina había nacido allí. Pero poco antes que la niña cumpliera diez años, Hannah, su madre, murió de una fuerte neumonía. Ahora ella se encarga de la tiendita, junto con una antigua amiga de su madre, la señora Otto.
Su padre, Bernardo, un hombre rudo, nunca rebeló el dolor de la perdida de su mujer. Como todo un hombre de campo, nunca rebeló el dolor de perder a su amada esposa, siguió su vida como si no hubiese pasado nada, pero los los días, los meses y los años pasaban y todas las noches seguía llamando a su dulce mujer Hannah.
Para vivir y dedicarse al campo, no eran de las familias más humilde como he dicho antes, Bernardo era el mejor cazador del pueblo, aunque ya envejecido pero quieras o no, tenia cierto reconocimiento y por ende clientela. Aunque con ello, por su citada brutalidad, también llegaban las habladurías, de como un hombre tan grotesco podía tener a una hija tan delicada y amable como Adelina o incluso cosas peores llegó a escuchar esta de su padre, en su propia pastelería, como farsas que si el había matado a tu propia esposa con su escopeta.
Las rutinas y las habladurías como en todos los pueblos eran costumbres.
Adelina ya levantada de la cama y vestida para empezar su jornada, baja a la cocina para despedirse de su padre. Este le da un beso en la frente como cada mañana.
-Trabaja mucho.-Dijo mirándola a los ojos, los mismos ojos morrones pardo de su madre.
El sonido de la puerta vieja retumbo en el pasillo.
De camino a la pastelería, era todo bosque. Ellos vivían a las afueras del centro del pueblo pero solo se tardaba media hora en llegar a la calle General. Eran las ocho de la mañana y la señora Otto, una mujer gruesa y barrigona la esperaba vestida con arropajos con los que era casi imposible taparse del frió.
-Niña, tienes que ser un poco mas atenta con los mayores, no ves que son en punto y una señora mayor como yo no puede estar cogiendo este frió asqueroso inglés.
-Lo siento señora Otto, las sabanas se me enredaron, esta mañana fue una de las más bonitas y cálidas he visto en invierno y me entretuve.
-Venga , basta de hablar y abre, que hoy tenemos una larga lista de pedido y como siempre los voy a terminar haciendo yo.
Cuando entraron a la pastelería, claramente la señora Otto fue directa a las galletitas que habían sobrado del día anterior para quitarse la pena de la mañana, todo esto sin que la viera la niña, que era sí como llamaba a Adelina y argumentaba que por eso no podía corregir a una mujer como ella, que llevaba en el negocio antes de que ella naciera, con su madre, codo a codo.
Y pasaron las horas. Los panes de leña se habían horneado, habían sacado los encargos de Navidad y las galletillas de regalo por compras grandes, los bizcochos de zanahorias, las palmeritas, todo estaba dentro de la vitrina de cristal. La gente empezó a entrar, removiendo los olores de pan recién hecho y dulce. Todo el mundo quedaba encantado con el trato, incluso pueblos vecinos sabían de la pastelería y acudían a ella para encargos de ceremonias importantes.
Al día siguiente, horas antes de la cena de Navidad.
Adelina se ha quedado sola en la pastelería por que la señora Otto, debía hacer la comida para la cena con sus hijos y su marido.
No entra apenas luz de la calle y el interior da sensación de melancolía. Son las siete de la tarde y el pueblo esta en silencio. De vez en cuando se oyen voces de personas apuradas y hombres regresando del trabajo. El padre de Adelina el señor Bernardo le dijo que le esperara en la tienda, iría sobre las siete y media, y cenarían allí. Era costumbre que cenaran la nochebuena en la pastelería, como hacia cuando su esposa vivía. Después de un día ajetreado con encargos y mas encargos, la tienda quedaba abarrotada de sobrantes y podían arrimar poco a poco una buena cena, un buen postre, el ya se encargaba de la carne.
De pronto todo queda en silencio, un silencio sepulcral y suena el timbre de la tienda. Adelina un poco impresionada deja la cocina para abrir. Se va acercando a la puerta y puede ir divisando a medida que camina un joven, un joven de cabellos rubios, vestido elegante, un traje azul oscuro y un abrigo pesado, pero no le puede ver los ojos, el cartel de la tienda justo está a la altura de su mirada.

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Adelina
Roman d'amour23 de Diciembre de 1929, en el pequeño pueblo de Bibury, en Inglaterra. Las luces navideñas iluminan la fotografía de la cuidad, sus calles, los escaparates de algunas boutiques, niños corriendo por las lozas de la carretera o mirando las juguetería...