Adelina se ha levantado hace media hora, son las 7:30 de la mañana. Una pesadilla la ha despertado de golpe. Ha intentado conciliar otra vez el sueño pero sin querer su mente ha vuelto a recordar al chico de anoche. Que persona mas interesante, por este pueblo donde casi nunca pasa nada y menos a ella, pensó. La jornada de hoy será más tranquila, la tienda permanecerá cerrada por festivo y deberá aprovechar la ocasión para ir a la ciudad a ultimar el regalo de Navidad para su padre, antes de que este llegue por la tarde. La casa permanece en absoluto silencio y oscuridad, hasta que enciende el quinqué de su cuarto para poder arreglarse. Para el viaje se pondrá un vestido azul oscuro y un abrigo marrón con pelo alrededor del cuello. Un bolsito más bien pequeño, pero era el único que podía utilizar que no estuviera viejo para ir a la ciudad. El recogido del pelo sería sencillo y por último perfumada de jazmín parte hacia la estación. A las 8:29 llega, por muy poco casi pierde el tren. Esta maquina es de lo mas moderno por el lugar, una enorme mole de metal, de color negro y marrón oscuro, con diferentes acabados, algo clásico y a la vez romántico por la forma. Estaba bastante abarrotado ya que este tren estaba en medio de tres ciudades y era la única forma de circular a más alta velocidad. Olía a carbón, y veías como el humo llegaba hasta el cielo, un cielo encapotado, parecía que llovería pronto. El vigilante barbudo y con ropa de pingüino tomó su ticket y la acompañó a su asiento, al lado de la ventana. Los minutos pasan tranquilamente, sin importar el retraso, Adelina apoya su cabeza en la venta y como efectivamente predijo, ha empezado a llover. Las gotas chocan con la ventana y se van cayendo. Parece que ahora si, el tren se pone en marcha, se escuchan despedidas, la gente gritando. El tren por dentro es muy elegante, todo de madera y los asientos tapizados en tonos cálidos con formas parecidas a los rombos, pero sin seguir ningún patrón.
En los primeros vagones pareciera como si hubiera pasado algo por el gran alboroto que se escuchaba, pero Adelina no le dio importancia, y siguió dibujando a carboncillo la familia de patos, anas platyrhynchos que vio antes de marchar. Se había manchado la barbilla y la parte de las sienes intentando recordar la forma que posaban sus plumas, hasta que una sombra la sacó de su entusiasmo.
-Puedo sentarme- Dijo el individuo que se había quedado en el marco de la entrada a los asientos de su zona.
-Mucho gusto, me llamo Alex.-Acercó delicadamente la mano de Adelina a su boca y la besó. Por su vestuario Adelina supuso que trabajaría en alguna casa como recadero o chofer de los dueños. ¿Va a la ciudad también?- Dijo Alex acomodándose en el asiento.
-Si, me imagino que igual que usted.
-¿Tanto se nota?- Dijo él entre risas- Me tienen siempre de un lado para otro, pero es lo que tiene el trabajo. Ahora a la señora se le ha antojado un juguete de última moda para su sobrino, una avión para construir, y aquí el recadero a su disposición-Sonrió mirando hacia Adelina.
-Me imagino, a veces los señores de la casas son así, lo sé porque tengo una amiga que trabaja para los McDonalds, no se si los conoce- Ella para su sorpresa estaba bastante tranquila hablando con este nuevo individuo que desde que lo vio le transmitió serenidad.
-Si, claro que sí, y creo que su amiga es Marta si no me equivoco- Adelina se quedó boquiabierta por la sorpresa- Perdóname por la sinceridad, pero es que creo haberla visto alguna vez en la entrada de la casa.
-Ah, sí claro...
-No se preocupe, no soy un perturbador de la tranquilidad, solo que una chica como usted no es frecuente de ver-Y se volvió a reír ante el gran sonrojo que había provocado en Adelina.
Las dos horas de trayecto se pasaron volando, hablaban sobre cualquier tema y todo eran risas y por parte de él un coqueteo de lo más juvenil. Se llama Alex de Alexander, tenía 22 años, uno menos que ella y también era originario de Bibury. Alguna vez también la había visto en la pastelería cuando compraba algunos postres para la casa donde trabajaba, pero eso no lo dijo, no quería que ella pensara que se había fijado demasiado.
Cuando llegaron a la ciudad se despidieron y cada uno continuó con sus quehaceres. Eran las diez y media pasadas y los comercios prácticamente acababan de abrir. La dirección de Adelina eran unos establecimientos donde se podía comprar cualquier tipo de tabaco, cigarrillos, y a lo que venía, pipas. Su padre siempre había querido una, y este año había ahorrado para poder regalársela. El tren que cogería para volver sería el de la una del mediodía, así que le dio tiempo para tomarse un té y unas pastas en una bonita cafetería.
A la vuelta siguió dibujando tranquilamente, pero lo que no se esperaba era encontrarse de nuevo al chico de nochebuena esperando en la estación.

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Adelina
Romansa23 de Diciembre de 1929, en el pequeño pueblo de Bibury, en Inglaterra. Las luces navideñas iluminan la fotografía de la cuidad, sus calles, los escaparates de algunas boutiques, niños corriendo por las lozas de la carretera o mirando las juguetería...