Ruido. Aquello era lo que envolvía a la ciudad, una espesa contaminación acústica a la cual pertenecían molestas sirenas, voces de algún que otro imbécil que seguramente había bebido demasiado, música a todo volumen que parecía que podría taladrar los oídos a más de uno...
Matt ya estaba acostumbrado a todo esto, así como a la densa capa de nubes grises que se cernía sobre él. Era lo normal para él, vivía en aquel lugar desde que nació al fin y al cabo. No era el sitio más bonito o pintoresco, ni tampoco el más seguro, pero ahí, en Crimson City, estaba su hogar.
Caminaba con paso firme, algo encorvado, mientras fumaba el que podría ser seguramente su octavo cigarrillo del día y jugueteaba con las pocas monedas que tenía en el bolsillo del pantalón.
Sabía que fumar no era lo más saludable del mundo, pero ya era un hábito para él llevarse uno de los cigarrillos a la boca e inspirar aquel humo mientras sus pulmones se llenaban de él... Lo que le gustaba era la sensación de ligereza y calma que le producía el soltar aquella nube tóxica y dejarla salir de sus pulmones. Le relajaba.
Miraba de reojo a las personas que andaban por su lado, sonriendo con picardía cuando éstas desviaban la mirada con cierto miedo. No le molestaba, mas bien le hacía gracia que debido a aquella quemadura, la cual ocupaba la mitad de su cara, le diera un aspecto tan amenazante para algunos. La consideraba su medalla de honor, así como una de las cosas que le hacían más atractivo pues le daba un cierto toque de misterio.
Siguió aquellas calles tan abarrotadas de gente. Ya había caído la noche y aquel era el momento en que la ciudad cobraba vida: luces de neón, alcohol, sexo, drogas, peleas, asesinatos, robos, ... el paraíso.
Se paró entonces en seco, dando una profunda calada antes de entrar en el bar que había frente a él, cerrando la puerta tras de sí para ir al taburete de siempre, justo al final de la barra.
Aquel establecimiento era muy oscuro, la única luz que había procedía de la ya escasa que se colaba por las ventanas tintadas y de las débiles lámparas que colgaban del techo. Las sillas y las mesas parecían haber pasado por días mejores, pero su estado no era tan malo. Solo había seguramente un par de asientos con riesgo de romperse. La única decoración de aquel sitio eran unos pocos posters de películas de los ochenta, una diana con un par de puntas de dardos ya clavados en ella y una máquina tragaperras a la cual le fallaban las luces y no paraba de parpadear.
Matt dejó el cigarrillo a medio fumar en el cenicero, soltando una nueva bola de humo a la cara del camarero.
- Buenas Freddy, ponme lo de siempre.
El camarero tosió y aspeó su mano, intentando disipar el humo que el muchacho le había escupido. Entrecerró los ojos, alzando una ceja y mirándolo con cara de pocos amigos.
- ¿Sabes pedir las cosas "por favor"? ¿O al menos sin hacerme tragar esa mierda? De verdad que no tienes remedio... Y te tengo dicho mil veces que no me llames Freddy, me pone de los nervios.
Suspiró y sacó de la nevera que había tras la barra una oscura botella de vidrio, vertiendo su contenido en una jarra. La espuma rebosaba del recipiente, pero había sido lo suficientemente cuidadoso como para que no se derramara sobre la madera. Aunque su esfuerzo fue en vano, porque Matt cogió la jarra con brusquedad y parte del contenido acabó por caerse y mojar todo... y encima lo acababa de limpiar. Frederick era bastante maniático con la limpieza de su establecimiento, pues la imagen de su humilde bar lo era todo. Llevaba años manteniéndolo y le tenía un gran cariño.
- Me importa un cojón y medio que te moleste vejestorio. Te llamaré como me dé la gana. Mira el lado positivo, ... ese mote te da un toque más juvenil, ¿no te parece?

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La Niebla De Tus Ojos
RomanceNo aguantaba más, necesitaba escapar. Leo había estado planeando desde hacía meses, y estaba deseoso de huir de una vida en la que solo podía sufrir. Aquella mansión, aquel hombre que le mantuvo preso durante diez largos años... Sabía que la mafia d...