5. Obsesión

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La lluvia aún azotaba las calles de la ciudad. Noche cerrada, todavía quedaban algunas horas antes de que el sol volviese a salir de su escondite.

Él había llegado apenas unos minutos a la mansión tras haber recibido una muy desagradable noticia a través de uno de sus subordinados, y aquello le había obligado a volver cuanto antes a la que era su base principal dejando de lado los negocios que tenía pendientes. Y estaba de muy, muy mal humor.

Había encendido uno de sus puros, dejando que su olor se expandiera por su despacho. Esperaba con una calma que se podría denominar agresiva a que trajeran al individuo que había sido cómplice del atentado que se había producido bajo el techo de su morada aquella misma noche.

La puerta se abrió de un golpe, y dos de sus guardas de mayor confianza trajeron a rastras a un hombre de tercera edad, el cual parecía no tener intención alguna de luchar por su libertad. Le tiraron al suelo, y el pobre desgraciado soltó un quejido de dolor, obligándose a ponerse de pie y a mirar a quien era su amo. Intentaba ocultar el temor, pero le era imposible.

- Y pensar que llevabas trabajando en esta casa durante tatos años para que después te dignases a traicionarme.

Se levantó de su silla, acercándose lentamente y con paso firme a donde el viejo mayordomo se encontraba. Soltó el humo de su puro en su cara, obligándole a respirarlo mientras le miraba con aires de superioridad.

- Querido Anton, ... ¿Así es como echas a perder mi confianza? Te consideraba como parte de mi familia. ¿Acaso te he tratado mal a lo largo de los años?

Anton se resignó a abrir la boca, manteniéndose firme aunque temeroso ante la figura de aquel hombre. Había aceptado lo que le iría a ocurrir a continuación, pero es no quería decir que estuviese preparado. Por eso no podía dejar de temblar.

Aquel corpulento y fornido hombre vestido de traje volvió a ponerse el puro entre sus labios, inhalando una vez más aquel tóxico humo que se le hacía una delicia.

- Manipulaste las cámaras de vigilancia dios sabe cómo, te cercioraste y soplaste los horarios de las guardias de mis hombres y dejaste que mi pequeño pajarillo escapase de su jaula. Y lo hiciste aun sabiendo las consecuencias. He de decir que eso ha sido muy valeroso por tu parte.

A medida que hablaba el humo que había retenido en sus pulmones iba expulsándose, formando varias nubes tóxicas a sendos lados de su rostro. La calma con la que hablaba no era natural, y aquello era lo que más miedo le daba a Anton. Solo oír su voz le causaban escalofríos, a ese nivel era de intimidante aquel hombre. Pero a pesar del temor mantenía su cara rígida y trataba de disimular cierta tranquilidad.

- ¿Sabes qué? Como recompensa a esa osadía que has conseguido realizar te daré la oportunidad de rectificar sin que tenga que hacerte daño. Así que dime... ¿A dónde se ha ido Leonardo?

Anton se quedó en silencio unos instantes, reuniendo el valor que le quedaba para así poder mirar directamente a los ojos de su señor y hablar de la forma más firme posible.

- ...señor Hooligan, sé muy bien que aunque revelase el paradero del señorito Leonardo usted acabaría por matarme, de una manera u otra. Así que seré conciso:

Mis labios están sellados.

Russel apartó su puro y cerró los ojos, dejándolo en el cenicero que tenía en el escritorio. Se volvió hacia Anton, y sin previo aviso le propició un potente gancho en el estómago que le hizo caerse al suelo y retorcerse de dolor. De la fuerza del golpe, el viejo mayordomo se quedó sin respiración por unos segundos, llevándose las manos al origen del dolor. Hooligan en estos casos sonreiría, disfrutando del sufrimiento ajeno.

La Niebla De Tus OjosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora