9. Debussy

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Para Leo aquellos viajes en moto se le hacían extraños. La sensación de ir a gran velocidad le asustaba y no le era agradable, y el casco le apretaba y no soportaba sentir que le oprimían el cráneo. Pero ganaba aquel sentimiento de libertad que le llenaba al sentir el viento en su cara.

Se agarraba a la cintura de Matthew, muy pegado a él pues tenía el miedo de caerse en cualquier momento. Temía que le estuviera apretando muy fuerte, pero parecía que al muchacho no le importaba demasiado. El motor de la moto hacía mucho ruido, pero Leo era capaz de distinguir a la gente de la ciudad pegar voces, saludarse, podía escuchar hasta la voz de algún otro niño pidiendo a su madre que le comprase aquel juguete que tanto deseaba. En su cabeza recreaba aquellas escenas, sonriendo , por una parte, con tristeza al desear poder ver aquello con sus propios ojos. Pero por otro lado en su sonrisa se notaba un leve sentimiento de esperanza, pues hacía siglos que no escuchaba tantas cosas tan distintas y cotidianas a la vez... y quería pensar que a partir de ese momento aquello fuese lo habitual para él en vez del silencio de aquella habitación, de aquella cárcel en la que le mantenían prisionero.

Matt se desvió de la carretera, siguiendo un camino de tierra por el cual, al no haber nadie, aumentó la velocidad. Para él, aquello era una maravilla, era como tener alas: aquella moto era como una extensión de su cuerpo y recorrer grandes distancias a lomos de su montura era lo que más felicidad le otorgaba. Sonreía como un niño, ignorando a Leo hasta que noto que su agarre se volvía más fuerte todavía. Tal vez no debería ir tan rápido...

Tras unos tres cuartos de hora llegaron a su destino: una especie de casa de montaña que dadas las proporciones que tenía se asemejaba bastante a una mansión, pero su aire rústico hacía que se complementase con la naturaleza y la fauna que allí habitaba. Matt bajó de la moto, quitándose el casco para dejarlo sobre el manillar. Tomó la mano de Leo e hizo que bajara, sujetándole del brazo para evitar que se desequilibrara.

El cambio de escuchar aquella ruidosa ciudad al ahora encontrarse con el trinar de los pájaros y la brisa pasando entre las hojas de los árboles era para Leo como haber pasado por un portal hacia un nuevo mundo. Se quedó quiete un momento, escuchando con atención aquella combinación de sonidos que le resultaba sumamente relajante, pero Matt tiró de él con suavidad, instándole a que se moviera y le siguiera.

- Vamos, no es plan de echar raíces aquí antes de ir a por lo que hemos venido.

Se acercaron a la puerta de entrada y Matt llamó a la puerta. No tuvieron que esperar mucho tiempo, y una cara conocida con el pelo despeinado y unas ojeras tremendas les abrió la puerta.

- ...¿Se puede saber que hacéis vosotros dos, en mi casa, y a estas horas?

- ¿Sabes acaso que hora es? Son casi las doce y media, duermes más que las sábanas. Anda, déjanos entrar de una vez, no tenemos todo el puto día.

Katya resopló, apartándose de la entrada para dejar pasar a los dos muchachos.

- Si me hubieses al menos llamado no te abriría con estas pintas. Y si duermo tanto es para mantener mi belleza. A todo esto, ¿a qué habéis venido? ¿No os habrán seguido, no?

- Tranquila, no soy tan gilipollas como para que nos sigan. Además, ambos íbamos con los cascos así que era imposible que alguien nos reconociera mirándonos a la jeta. Y bueno... - Miró a Leo, que se veía un poco tímido. Apretó un poco su mano para darle ánimos y volvió a mirar a Katya – Le he traído para que pudiese tocar tu piano, necesita destensarse un poco y me ha dicho que tocando logra relajarse. Hubiese ido a otro lado pero no hay mucha gente que conozca que tenga pianos por casa.

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⏰ Última actualización: Jun 23, 2020 ⏰

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