Capítulo 6

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—Ok, está hecho —dijo Rogers.

Gokú abrió los ojos.

— ¿Ha sido...?

—Ella está bien. No hay señales de relaciones forzadas ni de ningún tipo de trauma. —Se oyó un chasquido, como si el médico se estuviera quitando los guantes.

Gokú flaqueo y los guerreros aguantaron el peso. Cuando finalmente levantó la cabeza, vio que Rogers había apartado el sangriento camisón, había cubierto nuevamente a Milk con la toalla, y se estaba colocando un nuevo par de guantes. El macho se inclinó sobre el maletín, sacó un par de tenazas y unas pinzas, y luego miró hacia arriba.

—¿Me ocuparé de sus ojos ahora, ¿está bien? —Cuando Gokú asintió, el médico sostuvo los instrumentos—. Tenga cuidado, señor. Si me asusta podría dejarla ciega con estas. ¿Me entiende?

—Sí. Sólo no le hagas daño...

—No sentirá nada. Lo prometo.

Gokú sí observó esta parte, y fue eterna. Tenía una vaga idea de que hacia la mitad de la cura ya no se estaba sosteniendo a sí mismo. Black y Vegeta estaban cargando con todo su peso para mantenerlo en pie, la cabeza le colgaba sobre el costado del macizo hombro de Vegeta mientras miraba atentamente.

—La última —murmuró Rogers —. Bien he sacado todas las suturas.

Todos los machos de la habitación respiraron hondo, hasta el doctor, y luego Rogers volvió a sus suministros y recogió un tubo. Puso un poco de ungüento sobre los párpados de Milk; luego guardó todo en su maletín. Cuando el médico se puso en pie, Gokú se desasió de sus hermanos y caminó un poco. Vegeta y Black extendieron los brazos.

—Las heridas son dolorosas, pero por ahora ninguna pone en riesgo su vida —dijo Rogers—. Para mañana o pasado mañana estarán curadas. Está desnutrida y necesita alimentarse. Si se va a quedar en esta habitación, necesitara encender la calefacción y trasladarla a la cama. Cuando se despierte debe ingerir comida y bebida. Y otra cosa más. En el examen interno encontré... —sus ojos pasaron por Vegeta y Black, y luego se fijaron en Gokú. —Algo de índole personal.

Gokú fue hacia el doctor.

—¿Qué?

Rogers lo llevó hacia un rincón y hablo despacio. Para cuando el macho terminó, Gokú estaba aturdido, sin palabras.

—¿Estás seguro?

—Sí

—¿Cuándo?

—No lo sé. Pero relativamente pronto.

Gokú miró hacia Milk. Oh, Mierda...

—Ahora, ¿Asumo que tiene aspirinas o Motrin en la casa?

Gokú no tenía idea; nunca tomaba remedios para el dolor. Miró a Black.

—Sí, tenemos —dijo su hermano.

—Suminístrenselas. Y les daré algo más fuerte como respaldo para el caso de que no alivien del todo el dolor.

Rogers sacó un pequeño frasco de vidrio que tenía un sello de goma rojo como tapa y se puso en la palma de la mano dos jeringas hipodérmicas envueltas en paquetes estériles. Escribió algo en un pequeño bloc, y luego le entregó el papel y los suministros a Gokú.

—Si es de día y siente mucho dolor cuando se despierte, puede darle una inyección de esto de acuerdo a mis indicaciones. Es la misma morfina que le acabo de administrar, pero debe prestar atención a las dosis que le indico. Llámeme si tiene preguntas o si quiere que le asista en el procedimiento de dar inyecciones. Por otra parte, si el sol ya se puso, vendré y le daré la inyección yo. — Rogers miró la pierna de Gokú—. ¿Quiere que examine su herida?

Cicatrices del Alma II: RedenciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora