Capítulo 8

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Zarbon pateó el costado del Taurus de Recoome con fuerza. La maldita caja de mierda estaba atascada a un lado de la carretera. En algún sitio elegido al azar de la Ruta 14, a veinticinco millas del centro de la ciudad. Le había llevado un buena hora enfrente del ordenador de Recoome encontrar el coche, porque la señal del localizador fue bloqueada a causa de quien sabe que mierda. Cuando la maldita señal apareció en la pantalla, el Taurus se movía velozmente. Si Zarbon hubiera llevado refuerzos, habría dejado a alguien pegado al ordenador mientras iba tras el sedán. Pero Recoome estaba cazando en el centro, y sacarlo a él o a cualquier otro de la patrulla de caza habría llamado mucho la atención.

Y Zarbon ya tenía suficientes problemas... problemas que estaban haciendo sonar su móvil otra vez siendo esta la llamada número ochocientos. La cosa había empezado a sonar hacía veinte minutos, y desde entonces las llamadas no habían parado de llegar. Sacó el teléfono de la chaqueta de cuero. El identificador de llamadas mostraba el número como desconocido. Probablemente Recoome, o aún peor, el señor Dodoria.

Había corrido la voz de que el Centro había sido incinerado.

Cuando el móvil dejó de sonar, Zarbon marco el número de Recoome. Tan pronto contesto, Zarbon dijo:

—¿Me estabas buscando?

—Carajo, ¿Qué paso ahí afuera? ¡El señor Dodoria dijo que el lugar estaba destruido!

—No sé lo que paso.

—Pero estabas allí, ¿verdad? Dijiste que ibas a ir.

—¿Le dijiste eso al señor Dodoria?

—Sí. Y escucha, será mejor que te cuides. El asesino jefe está furioso y buscándote.

Zarbon se apoyó contra la fría carrocería del Taurus. Infierno sagrado. No tenía tiempo para esto.

Su esposa estaba de algún lugar, apartada de él, viva o muerta, y sin importar en qué estado se encontrara, necesitaba tenerla de regreso. Luego tenía que ir detrás de ese guerrero con la cicatriz que la había secuestrado y poner a ese feo bastardo bajo tierra. Duramente.

—¿Zarbon? ¿Estás ahí?

Maldita sea... Tal vez debería haberlo dispuesto para que pareciera como él si hubiera muerto en la explosión. Podría haber dejado el camión en el lugar para desaparecer caminando a través del bosque. Si, pero ¿y después, qué? No tenía dinero, ni transporte, ni refuerzos contra el Clan mientras iba detrás del de la cicatriz. Sería un desertor, lo que significaba que si alguien se daba cuenta de su acto de desaparición, toda la Organización lo cazaría como a un perro.

—¿Zarbon?

—Honestamente no sé lo que pasó. Cuando llegué allí era polvo.

—El señor Dodoria piensa que incendiaste el lugar.

—Claro que lo piensa. Asumir eso es conveniente para él, aunque si lo piensas no tengo motivos. Te llamaré después.

Cerró el móvil y lo guardó en la chaqueta. Luego volvió a sacarlo y lo apagó. Mientras se frotaba la cara, no podía sentir nada, y no era a causa del frío. Amigo, estaba de mierda hasta las cejas. El señor Dodoria necesitaba culpar a alguien de esa pila de cenizas, y Zarbon iba a ser esa persona. Si no lo mataban en el acto, el castigo ideado para él sería muy severo. Dios sabía que la última vez que le habían dado una reprimenda, Freezer casi lo había matado.

Maldito fuera... ¿Cuáles eran sus opciones? Cuando la solución le llego, se estremeció. Pero el táctico en él se regocijó. El primer paso era tener acceso a los pergaminos de la Organización antes de que el señor Dodoria lo encontrara. Eso significaba que necesitaba una conexión a Internet. Lo que quería decir que iba a volver donde Recoome.


Cicatrices del Alma II: RedenciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora