Confusión

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Vegetta.

-¡Nieves! ¡¿Pero qué has hecho?!

-¡Lo siento, Rubén! ¡No! ¡Para!

Abrí mis ojos con el ceño previamente fruncido, no entendía como las paredes, a veces, podían ser tan holgadas, los gritos continúan pero ya no alcanzo a percibir lo que dicen, ¿Quién es Nieves? Más importante aún, ¿Qué ha hecho que mi vecino se escucha tan alterado?

Mire la hora de mi móvil, son las cuatro de la mañana de un domingo, por desgracia tengo el sueño ligero, cualquier mínimo ruido me despierta o me altera cuando duermo o estoy por dormir.

-¡¿Cómo es posible que lleves solo un día aquí, y ya hiciste un desastre?!

-¡No me grites! ¡Además, ya te pedí disculpas!

-¡Claro, hombre! ¡Pedir disculpas arregla todo, ¿verdad?!

-¡Solo quería tomar agua!

Me levanté para dejar de escuchar aquella conversación que no me incumbe, al bajar a la cocina, me encontré con un visitante detrás de la ventana que me miraba fijamente. Wilson comenzó a raspar con su patita el vidrio mientras maullaba en bajo volumen. Tomé el picaporte y lo abrí.

-¿Por qué estás mojado? -le di el espacio para que entrara, los golpes de al lado me tomaron por sorpresa, la discusión continuaba sin ánimos de que se terminara pronto, miré al peludo amigo, ahora se veía mucho más su gordura, Kira nos miraba desde la mesada sin moverse mucho -Parece que solo te has escapado de aquello -tomé un vaso para servirme algo de leche, así el sueño no tardaría en llegar.

Más golpes y gritos se escucharon hasta que un repentino silencio brindo todo el piso del departamento. Mis compañeros felinos me miraban curiosos. Yo simplemente hice un gesto de desentendimiento.

-¿Se habrán matado? -pregunté para mí mismo.

La respuesta fue respondida de una manera poco tranquilizadora, volvieron los golpes, sí, pero eran producidos en la entrada de mi departamento.

-¡Voy! -grité.

Al abrirla, me encontré con dos personajes vestidos en pijama. Uno era el castaño que ya conocía como mi vecino y compañero de trabajo, su cara estaba roja y pude apreciar varias venas sobresalir de su frente, a su lado, una joven pelirroja de ojos celestes, me miraba con una cara curiosa, completamente distinta a la de Rubén.

-¿Si? -mi voz sonó confusa.

-Samuel, ¿puedes venir un segundo a mi departamento? No sé qué hacer -su respiración era agitada, algo que me preocupó.

-Vale, espérame -junté la puerta para poder tomar un abrigo, busqué mis pantuflas que dejé debajo del sillón y volví a la entrada de mi hogar, ellos aún me esperaban -¿Qué sucede?

-Esta señorita que ves al lado mío, acaba de hacer maravillas.

-¿Y vas a seguir Rubén? Te dije que lo sentía.

-¿Tan grave es? -pregunté.

-Velo por ti mismo -Mi vecino se paró en la puerta de su casa, abrió y cuando mis ojos se posaron en la parte de adentro, no me lo podía creer.

La sala estaba inundada, completamente inundada, retrocedí cuando vi que parte del agua comenzaba a salir del departamento. No quería mojar mis pantuflas.

-¿C-como fue que pasó esto? -cuestioné mientras miraba a los dos.

-Explícale Nieves, dile lo que pasó -la joven no tardó en hacer una mueca.

Anémona Donde viven las historias. Descúbrelo ahora