CAPÍTULO CUATRO

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La mañana siguiente, Oikawa arrastra de nuevo a Kuroo para almorzar en el jardín, esta vez sabiendo muy bien que el moreno persigue sus propios objetivos; sin embargo, Kuroo nunca ve a Akaashi o a Bokuto y no sabe si estar feliz o molesto. Las palabras de Yaku dan vueltas en su cabeza. La noche anterior se quedó dormido viendo el techo, dándose cuenta de que su amigo tiene razón, no sabe una sola maldita cosa sobre Akaashi, pero hoy se encargará de cambiar eso.

Le sacó una fotografía al retrato de Akaashi antes de salir de su departamento y, después del almuerzo, se la muestra a Oikawa. El castaño acerca y aleja la imagen por un buen rato, murmura algo, rasca con su dedo sobre algunas partes, como si esperara corregir errores a través de la pantalla del teléfono, y, finalmente, presenta un veredicto.

—Definitivamente necesita desnudarse.

No agrega nada más, pero su trágica y pensativa expresión habla por él. Kuroo se ríe porque significa que le gustó. O que está celoso. Es difícil entenderlo.

—Eso intento —asegura, a punto de justificar sus perversiones ante el mismísimo pervertido, pero, repentinamente, Oikawa se recarga con confianza en su hombro y sonriendo le aconseja:

—Habla con él. Serás atractivo para cualquiera si intentas tener una conversación personal, y Akaashi es tu modelo, no tiene opción.

Kuroo piensa que, en general, tiene buenos amigos.

Por la tarde, antes de que llegue Akaashi, se las arregla para preparar onigiri, decidiendo de forma muy madura que la tarea de Historia del Arte puede esperar. Yaku lo sermonea por no darle orden a sus prioridades, pero cuando ve una pequeña sonrisa en el rostro de Akaashi después de probar los onigiri, lo manda mentalmente al infierno.

—Aquí —dice cinco minutos después, sosteniendo el retrato.

Cuando Akaashi lo toma, las manos de Kuroo tiemblan ligeramente. Se siente como nunca lo ha hecho frente al Comité de Evaluación presentando un examen final.

La respiración de Akaashi es serena y examina el lienzo con la misma seria indiferencia con la que revisó los otros trabajos de Kuroo. Toca las líneas de lápiz sólo una vez, sobre la curva del cuello, como si temiera que el retrato fuese a desmoronarse por un toque descuidado, y pregunta:

—¿Puedo llevármelo?

—Desde luego —Kuroo tose—, si realmente lo quieres —y, como si se balanceara sobre la orilla de un barco a punto de saltar al océano, agrega—. ¿Te gusta?

Akaashi está en silencio, mordiendo sus labios concentrado, luego mira a Kuroo y sonríe vacilante.

—Ni siquiera pensé que podría lucir así. Es... muy hermoso, de verdad —y concluye titubeante—. Me gustaría que hiciéramos más, si no le importa.

—No me puedo negar —responde con una sonrisa burlona, tratando con todas sus fuerzas de mostrarse calmado, aún cuando sus emociones están desbordándose todas al mismo tiempo como agua en una fuente—. Al contrario, insistiré. Tengo muchas ideas, así que, si no te importa, yo...

La siguiente media hora se convierte para Kuroo en la más difícil de su vida.

Hace que Akaashi se siente sobre el descansabrazos del sofá y abra sus piernas, pero la pose evoca imágenes muy vulgares de modelos con leotardos de leopardo, por lo que sacude la cabeza. Lo coloca cerca de la ventana y le pide "ver a la distancia con la mirada perdida", sin embargo, la iluminación no lo convence. Akaashi luce perfecto en cualquier posición, no obstante, Kuroo no quiere simplemente dibujarlo, sino encontrar una pose que sea conveniente para él y simple para Akaashi.

Obra MaestraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora