Febrero

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Cuando Jean pensaba en qué era amor, por alguna causa terminaba pensando en Alice.


-John -llamo Jean-, ¿que es el amor?


John, quien estaba jugando videojuegos, se sorprendió al escuchar dicha pregunta. Claramente, no esperaba que Jean le preguntara algo así. John le puso pausa al juego y giró su vista hasta el pequeño.


-Pues... -Empezó a hablar-. Es algo complicado... ¿Por qué quieres saber?


Jean se encogió de hombros como si no le importara en lo absoluto. John creyó que lo más probable es que fuera pura curiosidad.


-Pues el amor es algo raro -afirmó el chico de doce años-. Para empezar, no sucede de forma esperada o predispuesta -explicó John mientras se acomodaba en uno de los sillones de la casa y Jean secretamente le ponía atención-, normalmente te das cuenta de que estás enamorado mucho tiempo después de que te hayas "enamorado", ¿me entiendes?


Jean afirmó con la cabeza, y luego preguntó:


-¿Y los niños también se pueden enamorar?


John se lo pensó un rato, pues no estaba muy seguro de si lo que diría sería correcto o no.


-Supongo que sí -dijo-, aunque tú aún estás muy pequeño como para tener novia.


Jean puso cara de asco, lo cual causó que John se riera.


Esa tarde, efectivamente era la tarde de un día de febrero muy cercano al día de San Valentín. John sabía que a Jean le daba curiosidad el tema del amor, pero se preguntaba si en realidad sí había alguien de quien Jean podía estar enamorado, o que por lo menos le gustara. Por otra parte, la historia de John era algo diferente.


A pesar de que John era muy bien parecido -alto, cabello oscuro, ojos azules-, no era demasiado popular entre las chicas. Es decir, tenía doce años y estaba en séptimo grado. Todas las chicas le veían como un niño apenas. Sin embargo, a John le agradaba una niña en particular, su nombre era Helena. Helena tenía el cabello muy rubio, casi dorado, y siempre lo llevaba sujetado en una coleta de caballo. Usaba lentes, y tampoco era muy popular entre los varones, pero su sonrisa irradiaba alegría, y de alguna forma a todo el mundo le caía bien ella. El problema aquí es que John nunca se atrevía a hablarle porque tenía una excesiva pena.


Esa precisa tarde, de hecho, John pensaba comprarle chocolates a Helena, pues al día siguiente se los daría como regalo. Al fin y al cabo se trataba del día de San Valentín, ¿no?


-John, ¿me llevas a la tienda departamental? -preguntó el pequeño como si le hubiera leído la mente al mayor.


-¿Para qué quieres ir ahí?


-Pues... -titubeó Jean-, tengo ganas de comer chocolate, ¿tu no?


-Sí, yo igual -respondió John con una sonrisa traviesa, pues sabía que Jean no era tan afecto al chocolate-. Déjame ver si la señora Evans puede llevarnos.


La señora Evans era la vecina de la casa de enfrente, quien era prácticamente la mejor amiga de la madre de John, y la única persona a la que podían acudir en casos como éste. John fue hasta su casa -porque ella no trabajaba y por lo general estaba en su casa-, y le pidió como favor que les llevara a él y a Jean al centro comercial para comprar chocolates. Después de pensárselo un poco, la señora aceptó y les llevó.


Eso solía suceder de vez en cuando. La madre de Jean no tenía problema siempre y cuando la señora Evans estuviera con ellos todo el tiempo.


Así que ese día, ambos jóvenes compraron una caja de chocolates cada quien, para luego envolverla como regalo cuando nadie estuviera viéndoles.

Jean & JohnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora