Capítulo 5. Luz frente a oscuridad

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Sentada en la cama de su habitación, Charlotte se miró el vientre abultado y empezó a acariciárselo con suavidad. Aunque estaba en el último trimestre de su embarazo, todavía no podía creer que en un par de meses iba a ser madre. En concreto, de una niña, pues esa misma mañana Owen por fin había conseguido verla bien y se lo había confirmado.

Todavía tenía pendiente ver a Yami, que se suponía que volvía ese mismo día de una misión de la que no podía deshacerse, aunque la noche ya había caído y todavía no tenía noticias de él. Quizás se le habían alargado de más aquellos asuntos.

Todo el proceso de gestación había sido bastante difícil. En primer lugar, por las molestas náuseas y antojos y por la maldita recomendación de descansar. Charlotte estaba cansada de descansar, en cierto modo. No la dejaban prácticamente hacer nada, ni sus chicas ni mucho menos Yami, a quien no había visto tan atento y preocupado por alguien en todos los años que llevaba conociéndolo. Eso en realidad le derretía el corazón, aunque de vez en cuando también hacía que el Capitán de los Toros Negros se ganara una que otra burla de alguno de sus inadaptados, que él mismo se encargaba de cortar de raíz amenazando con matarlos. Ahí finalizaban todas las bromas.

Sin embargo, lo que fue realmente complicado fue desvelar su relación y futura paternidad a todos. Fue una noticia que no dejó indiferente a absolutamente nadie, tanto para bien como para mal. Hubo gente que la recibió con ilusión porque la confirmación de esa relación significaba que todavía quedaba algo de esperanza para la clase plebeya en el Reino del Trébol. Nunca antes había habido un precedente de una noble que estuviera con un plebeyo —todo agravado porque Yami además era extranjero— y eso hacía pensar a muchos que un cambio en aquella sociedad tan hermética y clasista era posible.

En cambio, la clase alta de la nobleza no lo había recibido con tanto anhelo. La mayoría se oponía a que alguien de tan alta alcurnia como la descendiente y heredera directa de los Roselei se emparejase con Yami, que no solo pertenecía a lo más bajo del escalafón de la sociedad, sino que además era de otras tierras y no tenía buena fama ni como hombre ni como capitán de orden.

Los padres de Charlotte habían sido los más críticos sin duda alguna, pero a ella no le importó ni su opinión ni la de los demás, porque se había propuesto no seguir escondiéndose nunca más para poder así ser feliz. Y su felicidad solo podía estar junto a aquel hombre que era tan repudiado por todos. Cortó todo contacto y comunicación con su familia durante un tiempo, pero, al final, acabaron cediendo pues nadie desea perder a su única hija.

En cuanto a ellos dos, no se habían llegado a establecer juntos. Era algo realmente complejo, porque, al fin y al cabo, ambos eran capitanes de orden y no podían desatender sus obligaciones. Además, Charlotte podía hacer sola y exclusivamente trabajo de despacho; despacho que, por supuesto, estaba en la sede de las Rosas Azules. Por tanto, intentaban mantener el contacto a diario en alguno de los dos edificios.

La relación entre Charlotte y los demás integrantes del escuadrón de Yami también había mejorado mucho, especialmente con Asta, que era el que más ilusionado estaba con la idea del embarazo de la mujer de mirada clara.

Usualmente, acariciaba el vientre y le hablaba, narrándole todas las aventuras que viviría una vez que fuera un integrante más de los Toros Negros, a lo que Yami lo amenazaba para que dejase tranquila a Charlotte y ella le decía que no se preocupara, que todo estaba bien porque se notaba que al bebé le gustaba la compañía del chico, ya que se revolvía inquieto cuando notaba su presencia cerca.

En esos momentos, Charlotte se daba cuenta de que Asta era un muchacho noble, altruista y, sobre todo, válido. A veces hasta se arrepentía de no haberlo seleccionado en la prueba de acceso, incluso siendo un chico, porque realmente era asombroso el poder que había adquirido a través de entrenamiento y esfuerzo y sin una gota de magia en un mundo en el que era imprescindible para vivir.

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