Capítulo 7. Regresión

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El ambiente de aquel día se preveía totalmente calmado. El viento removía las hojas de los árboles con gracilidad, el sol brillaba pero sin que sus rayos produjesen molestia o calor excesivo y el cielo tenía un color azul espectacular.

A lo lejos, unos pájaros cantaban melodiosamente y el sonido de la naturaleza lo impregnaba absolutamente todo.

Yami, sentado en la hierba que adornaba la entrada de la sede que capitaneaba desde hacía muchos años, escuchaba a lo lejos la risa inquieta de su hija, que, ya habiendo cumplido cinco años, jugaba con Asta a unos cuantos metros de donde se encontraba.

Le parecía mentira que el tiempo hubiese pasado tan rápido. No podía negarlo; la paternidad al principio fue increíblemente difícil. Básicamente, él no sabía absolutamente nada de bebés. Nada. Suerte que Charlotte estaba a su lado. Tampoco ella era una experta, pero aprendió mucho más rápido que él. Tal vez fuera el instinto maternal y esas cosas que no podía entender con totalidad.

Hikari se parecía, en el físico, mucho a su madre. Tenía el pelo completamente liso, la piel pálida y los ojos del mismo tono azul deslumbrante que Charlotte. Solo había obtenido el color oscuro de cabello por parte de él. Pero eso estaba bien. Sabía que, cuando fuera creciendo, debería lidiar con los chicos que se le acercaran porque era muy sobreprotector. Siempre lo había sido; primero con sus idiotas, después con Charlotte y ahora lo era con su hija.

—Estás aquí, ¿eh? Te estaba buscando.

La calidez de la voz de Charlotte lo devolvió a la realidad. Se sentó con cuidado a su lado y le dio un breve beso en los labios. Después, ambos se quedaron en silencio mientras observaban a la niña.

—¿Querías algo?

—No, solo quería estar un rato contigo. He acabado por fin todo el papeleo que tenía atrasado —explicó Charlotte mientras se volteaba un poco para mirarlo.

Del mismo modo, Yami se giró para mirarla e inmediatamente sonrió. Todavía no lo podía creer. Que una mujer tan perfecta como Charlotte se fijara en él era extraño, pero que aguantara sus manías, el hábito de los cigarrillos del que no se había podido deshacer, que se hubiese quedado junto a él durante años, que le hubiese otorgado el regalo más grande de su vida —su hija— y que lo amara con tanta bondad y generosidad era completamente inverosímil.

Sin duda alguna, era un hombre afortunado; de eso no le cabía ninguna duda. En ese momento de su vida, no necesitaba nada más. Era cierto que nunca había pedido algo así. Jamás había pensado en mantener una relación estable con nadie y mucho menos en tener hijos. Era algo que nunca supo que necesitaba tanto hasta que Charlotte y sus reacciones vergonzosas se le cruzaron en el camino.

Siempre le había llamado la atención. No podía negarlo; le gustaba desde hacía años. Porque era bella, carismática, fuerte, independiente y con carácter. Tenía todo lo que le gustaba de una mujer. Absolutamente todo. No había intentado nunca nada con ella antes por el simple hecho de que la veía inalcanzable, en otra liga, una mujer que no era para él. Suerte que el destino había entretejido sus hilos y finalmente la Capitana de las Rosas Azules se había decido a actuar. Si no, tal vez nunca hubiesen estado juntos. Pero esa era una alternativa que ni siquiera quería imaginar.

—Trabajas demasiado.

—Y tú muy poco —replicó Charlotte—. Además hueles a tabaco.

—Sabes que no puedo dejarlo.

—Eres un desastre.

Qué verdad más grande. Realmente lo era, pero ese detalle también lo hacía especial. Si antes de estar junto a él Charlotte estaba enamorada, ahora ese sentimiento era tan gigantesco que ya no cabía en ninguna parte de su cuerpo.

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