Capítulo 4 Bodega de Vinos

11 0 0
                                    

No necesito decir nada, aunque estaban mal distribuidos por no darse tiempo y planeación suficiente, dispararon, cada uno con su objetivo fijo y casi al mismo tiempo. Al instante escucho a los cuerpos caer como costales. Los silenciadores les dieron la oportunidad de disparar sin armar escándalo. No les dispararon a todos, quedaban otros a quien nadie había apuntado todavía, a algunos incluso les disparo dos personas al mismo tiempo. Los mercenarios se apresuraron a liberar una descarga contra los supervivientes, como si ya no les importará tanto Gleason, como si lo que acabará de ocurrir fuera más un insulto al colectivo.

Aquiles que justo en el momento en que sus mercenarios dispararon, corrió hacia su vehículo, arrastrando con él al senador, ambos fueron casi alcanzados por la ráfaga. La descarga fue ensordecedora y agresiva, escuchó gritos y maldiciones parecidos a llantos, por parte de ambos bandos. La ventana de la puerta del vehículo fue sacudida y amenazaba con reventarse en cualquier momento. Tiró a Gleason bruscamente contra la alfombra del suelo, poniéndose él a lado. Notó que temblaba y sudaba, que fruncía la frente y que cerraba los ojos lo más fuerte que le era posible. Aquiles preparó un rifle, se bajo con sigilo del otro lado de la camioneta buscando un punto que le diera seguridad.

Cercano y lejano vio a Duncan corriendo hacia el lado contrario del inmueble,  parecía estar huyendo "Cobarde" pensó, no se sorprendió y decidió que aunque fuera el último en quedarse, se encargaría de todo. Le disparó a dos guardias que salieron por la puerta, que ni siquiera se habían dado cuenta de que estaba en acción. Sudaba, su nuevo uniforme comenzaba a empaparse.

Desde las ventanas disparaban algunos de los guardias que no salieron y Aquiles se estaba quedando sin hombres, no porque fueran muriendo como moscas, "Están huyendo como cucarachas" se dijo sintiéndose rabioso. Se escucharon más detonaciones que no iban hacia ellos, sonaban dentro de la residencia. De pronto vio a uno de los guardias recargado en los balcones por el torso, pero obviamente muerto por la gran abertura en su cráneo. Se descubrió para ver con claridad lo que sucedía, ahora los guardias cambiaban a defenderse pero desde el interior. Luego, en menos de un minuto, no se escuchó nada. Aquiles se dio la vuelta para ver cuántas personas acaudaladas y su servidumbre miraban impactadas. Ninguna, todas se habían encerrado en sus casas, en sus habitaciones del pánico o tiradas al suelo llenas de terror. ¡Cuántas denuncias le llegarían a Seguridad!, ¡cuántos artículos se escribirían sobre el tema!

Sudoroso, buscó una posición poco riesgosa para entrar, miró a Gleason un momento decidiendo arriesgarse a dejar a dos mercenarios para que lo vigilaran, uno negro y robusto y otra mujer de casi cuarenta años a juzgar por las marcas de la cara. En el balcón donde colgaba el cadáver, se asomó el mismo Duncan para levantar el arma victorioso, gritando insultos y tirando al cadáver de una patada. Aquiles recordó a la niña y a la servidumbre como un baldazo de agua fría. Los cuerpos tirados, en el que hacía unos momento era un fresco y moderno jardín ahora estaba juntando un charco de sangre que continuaba alimentándose, eran diecinueve hombres de la guardia de Gleason y tres mercenarios desprevenidos de lo que alcanzó a contar. Escuchó como los mercenarios lo rompían todo, puertas, ventanas y muebles como buscando cosas que robar o simplemente disfrutándolo, aunque alguno parecían buscar más gente que asesinar. Aquiles los escuchó con asco pero también escuchaba algo más, eran llantos. "¡La niña!"  Se apresuró al lugar donde procedían los llantos, la cocina.

El ama de llaves estaba llorando también desde un rincón de la cocina, demasiado asustada pero no eran sus llantos lo que le atrajeron. Cuando avanzó por la cocina y se acercó, la mujer no hizo ningún intento  por alejarlo de la niña. La pequeña se hallaba en los armarios de la alacena, que eran los suficientemente grandes para una niña alta de doce años y una buena reserva alimenticia. No estaba herida, solo muerta de miedo, cuando vio a Aquiles ni siquiera lo vio con miedo o rencor, sólo lloró más. "La limpieza se encargará de ella"  pensó dándolo por hecho. De todas formas la jaló hacia él, estaba temblando. Intento hacer lo mismo con la mujer pero ella gritó aterrada.

TiranosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora