Capitulo 5.- Zapatos ninja

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—Byron, no te veo desde que entré al reformatorio—dijo abrazándome Raúl Rodríguez, uno de los 7 hermanos, él tenía mi misma edad y en realidad nos parecíamos mucho físicamente, cabello castaño, mandíbula cuadrada, sólo que él tenía unos envidiables ojos azules y unos músculos, y yo castaño claro -por lo menos- y digamos que el único ejercicio que hago es el abdominal al despertar.

Sí, quizás debí visitarlo, pero ¿Querrían estar en el mismo lugar que mil delincuentes juveniles? Porque creo que yo no, y no digo que menosprecie a mi primo, pero creo que no quiero en mi círculo social a alguien que fue acusado de robo, quizás cambió, pero simplemente no lo veo igual. Solíamos ser compañeros del crimen, pero no tan literal.

—Sí...ha sido un largo tiempo sin verte, Raúl.

Y una chancla ninja que impactó justo contra mi cara interrumpió la conversación. Giré buscando quién lo había hecho y me encontré a uno de los trillizos, la última en nacer, Gira, encogida de hombros.

—Lo siento mucho Byron.

Por esa pequeña niña cambiaba a Rachel en dos segundos, aunque no es que tuviera que pensarlo dos veces -o siquiera una- antes de hacerlo, pero el punto es que esa niña es preciosa, con una puntería de francotiradora, pero preciosa.

—Te perdono Gira, no fue nada.

—Sí Gira, eso no fue nada, esto sí es algo—dijo lanzándome una bota el mediano de los trillizos, Ernesto.

— ¿Pueden parar de lanzarme cosas?

—Por favor, porque si lo harán, háganlo bien—y ese fue Hugo, el mayor, y entonces vi todo negro.

Quité el par de zapatos de tacón que estaba en mi rostro y me puse de pie.

— ¡¿Podrían dejar de lanzarme zapatos a la cara!?

—Primo Byron... ¿Qué haces con mis tacones? ¡No te pegaran con la ropa! —exclamó Ricarda de La Rosa quitándome los tacones de la mano.

—No sabías que te habías cambiado de lado primo, pero te aseguro que los tacones te quedarán DI-VI-NOS—dijo Ricarda Antonieta chasqueando los dedos en cada sílaba, haciendo que todos rieran en el salón, menos yo claro, que la miraba con fastidio.

Recordé los días en que Ricarda Antonieta, Raúl y yo éramos un trío inseparable, al tener prácticamente la misma edad nos la pasábamos los tres en las reuniones y en los recreos de la escuela juntos.

—Ya tienes los tacones, ¿Quieres que te busque alguno de los vestidos de Duquesa de la tía Gertrudys para que puedas ser toda una princesa?

Lo que faltaba, Arturo Rodríguez. Ahí todo explotó en risas y carcajadas, pero de nuevo, menos yo, que tenía la misma cara que cuando veía a Pepa la cerdita.

— ¡Ya me cansé!

 —Tranquilo Byron, es solo una broma.

—No, no Raúl, TÚ eres una broma, ¿No deberías estar buscando algo que robar y ya?

—Oye, tranquilo viejo.

— ¡Deja tus imitaciones de Drake! ¡No me calmaré! Estoy harto... ¡Salgan del cuarto!

Entonces hubo un paro en el tiempo, y vi encima del gavetero un peluche de gato y justo a su lado la figura del -asqueroso- payaso que se supone había enterrado en el fondo del gavetero. En ese mismo momento me di cuenta que lo que estaba haciendo era una estupidez, y que me había pasado con Raúl, aunque sea la versión joven de Clyde.

 Pero era tarde, todos iban saliendo del cuarto, menos Raúl, que se acercó hasta mí.

—Que sepas...solo estoy aquí porque me toca dormir en esta habitación y no cambiaré esto solo porque me toque quedarme contigo, ¿Crees que fui a prisión porque quise o maté a alguien?

—Eh... ¿No?

— ¿Tú que crees? —dijo, y entonces salió de la habitación. Ahora en verdad sí me sentía una muy mala persona.

Los...¿Espíritus de la navidad?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora