Capitulo 6

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El lunes arrancamos temprano hacia la escuela. Además de mi mochila, ese día llevaba una bolsa que contenia todos los ejemplares que poseía de los libros de Julia, ansiosos por recibir su firma. No vimos a Martín hasta segundos antes de ingresar a la primera clase. Nos saludó como siempre, sin demasiada expresión en su mirada, aunque no dejó de reparar en el techo de que, sin darnos cuenta, íbamos tomados de la mano. Él y Nicolás siempre se habían sentado juntos en la última fila junto a la ventana. Sin embargo, Martín dejó vacío su espacio habitual y se acomodó en la fila de adelante. Luciana fue la última en llegar. La expresión en su rostro al ver la nueva disposición de los asientos fue de notoria decepción -aunque no de tristeza-, y no le quedó más opción que sentarse junto Martín.
-¿Cómo estás? susurre al oído de Martín, inclinándome hacia adelante.
Lo vi tomar una hoja de papel y escribir a escondidas de Luciana. Hizo del papel un bollo y me lo arrojó. La conversación, oculta tanto a Nicolás como en Luciana, fue la siguiente:
¿Cómo estarías si fuera al revés?
¿¿¿Pero cómo sabes que yo sé???
Soy brujo.
No me odies.
¿Sos tarada? Si te odiara no habría ido a ese antro el viernes. En todo caso soy masoquista.
Pero en serio, ¿Cómo estás?
Mal Lila, qué querés que haga. Las cosas son como son. Y es evidente que el universo no conspira a mi favor. No tengo nada.
A nosotros nos tenés.
Los tengo a medias.
Quiero que te sientas bien.
Ya sé. No me vuelvas loco. Ya se me va a pasar. Supongo.

Mientras chateaba a la antigua con Martín, noté que Nicolás también intercambiaba mensajes con Luciana. Sentí enormes deseos de mirar el papel, muerta de curiosidad, pero me contuve. En ese momento, por primera vez desde nuestra despedida el viernes, caí en la cuenta de que Nicolás nunca había expresado su intención de pelearse con Luciana, sino más bien lo contrario.
  Durante el recreo, los tres tomamos una gaseosa sentado bajo el árbol sin demasiada conversación. Yo ya estaba abocada por completo a repasar mentalmente las preguntas, después del recreo era la hora de Almada.
  Al volver al salón, la preceptora nos dirigió a todos hacia el salón de actos. En la primera fila estaban los de segundo, por lo que nos acomodamos detrás de ellos. Al rato apareció Almada, un poco mejor vestida que lo usual, y al divisarme en la butaca me hizo señas de que avanzará hasta la primera fila. Me adelanté, llevando mí bolsita de libros, al tiempo que los nervios se me empezaron a notar un poco como rubor en la cara. Conocer a Julia había sido mí sueño desde niña y estaba a punto de hacerce realidad.
  Un cuarto de hora más tarde la vi entrar junto a la vicedirectora: su cabello era largo y castaño, vestía jeans y una remera de color gris, y en su mirada parecía haber mucha sabiduría. Se sentó en el borde del escenario, ignorando la mesita con mantel de encaje y la jarra con agua que había preparado la vice, y empezó charlar con nosotros de temas varios. En un momento, Almada le indicó que teníamos algunas preguntas para hacerle y todas las miradas se dirigieron hacia mí. Estaba tan nerviosa que no lograba empezar. Ella lo notó enséñame preguntó mi nombre, para romper el hielo.
  -¡Qué lindo nombre! -exclamó entre sonrisas, me invitó a hacerle una pregunta.
  Una a una fueron respondiendo todas, en ocasiones riendo a carcajadas por alguna anécdota que surgía y otras veces exclamando "¡Qué buena pregunta!"; A lo que yo no podía más que ruborizarme.
  Finalmente, llegué al último ítem en mi lista.
  -¿De dónde sacaste la inspiración para escribir La Feria de los Mundos?
  Por primera vez en la tarde, su expresión se endureció. Se quedó pensando unos instantes, con un dejo de preocupación en los ojos -que probablemente sólo yo percibí-, y un poco de incomodidad en la postura.
  El timbre del segundo recreo nos perforó los oídos (la campanilla estaba sobre la puerta del auditorio) y Julia se relajo. Algunos chicos se acercaron con sus libros para recibir firmas y otros (Martín y Nicolás incluidos) salieron disparados para el patio. Pronto las únicas personas en salón de actos llamo Julia, Almada y yo. Almada le agradeció varias veces la visita y le pidió que la esperara unos minutos, mientras buscaba a la vicedirectora para que se despidiera de ella. Entonces, Julia Robert y yo nos quedamos solas.
  - Te quedaste con ganas de escuchar la respuesta -me dijo-. Si te lo contara, no me creerías.
  Yo estaba demasiado avergonzada para contestarle. Afortunadamente, ese momento sonó su celular y ella habló unos segundos, quitándome la presión de encima.
  - Era Marcos, mí marido, que viene a buscarme. Se retrasó mostrando unos planos. ¿Querés que aproveché y te los firme?
  Mire la bolsa de libros a un lado de mi asiento. De los nervios, me había olvidado de ofrecérselos. Sentí que mi mutismo me estaba haciendo quedar como si algo estuviera mal conmigo, por lo que pensé en algo para decirle. Cualquier cosa, una frase, algo.
  - A veces, me gustaría cruzarme con la feria de los mundos y que todo desaparezca.
  Levantó la mirada de mi ejemplar de El sueño del hada triste y me observó con seriedad. Tapó la lapicera.
  - Dudo que esa sea la función de la feria. Es, más bien, un lugar para la reflexión. Para encontrarse con uno mismo, con sus miedos y deseos más profundos.
  -¿Es? -No pude evitar la pregunta. Ella hablaba como si el lugar existiera realmente.
  Sonrío nerviosa.
  - Cuando uno escribe un libro, para uno es como si los personajes y los lugares fueron reales. Se encariña. Toma. -dijo al fin, entregandome los libros. Y mirándome con cariño maternal, cómo a veces lo hacía Almada, agregó-: Todo problema tiene solución. A veces, cuando todo parece ir mal, hay que alejarse un poco, dar un par de vueltas y volver a observar con otra mirada. Y a veces, todo es como debería ser, sólo que no nos damos cuenta.
  Me dio un abrazo y se dirigió a la salida del auditorio, al tiempo que atendía su celular.
  Esa noche, durante la cena, Nicolás, mamá y yo hablamos distendidamente sobre la visita de Julia. Nicolás me hacía burla amistosamente, imitando mi cara de miedo mientras le hacía las preguntas, y todos reímos. Después de comer, mamá se fue a darle la mamadera a Lucas en su cuarto, y Nicolás y yo nos quedamos en la cocina, yo lavando y él secando los platos.
  - ¿Estás contenta?
  - Sí. Súper contenta.
  Me puso una mano en la cintura y apoyó su cabeza en mí hombro.
  - Hoy después del intercambio de papelitos, Luciana parecía más alegre que al principio de la clase -le dije como una reacción instantánea a su gesto de intimidad.
  - ¿A qué viene?
  - A que si vas a estar con ella, lo entiendo, lo aceptó y no te juzgó. Pero no vas a estar conmigo al mismo tiempo.
  - Nada más me apoye en tu hombro.
  - ¿Y cuántos segúndos iban a pasar hasta que estuvieras tratando de darme un beso?
  - Me la haces difícil.
  - No. Te la hago fácil. Si quisiera hacertela difícil dejaría abierta la puerta de mi cuarto -afirme con condición al tiempo que dejaba el último plato en el secaplatos. Y mientras subía, agregué-: no te gastes en chequear.

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Capitulo terminado.

El viaje de LilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora