Malaquita

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El payaso observaba aburrido los largos pasillos del supermercado. Veía como la gente revoloteaba apurada por agarrar las provisiones que necesitaban para volver rápidamente a su casa. Algunos preocupados por reparar su vivienda y otros asustados de que volviera la tormenta. El pelirrojo veía a Eliza tomar algunas cosas y dejarlas en el carrito de compra, sumida en sus pensamientos, repasando una lista imaginaria. Él se había limitado a agarrar objetos de tocador que había visto en las casas de sus pasadas víctimas y que podrían considerarse como esenciales. Había echado al carrito un cepillo de dientes, un peine, una navaja de afeitar y un desodorante para hombre, todas cosas que no planeaba usar. En cuanto a ropa había elegido tres cambios básicos. No le gustaba la ropa que había en ese supermercado, pero no era como que tuviera mucho de donde elegir. Por extraño que pareciera, el payaso tenía una noción básica de lo que era el sentido de la moda. Prefería con creses las prendas que él podía crear, pero tenía que aparentar ser una persona normal con la castaña. Además, esta ropa era mucho mejor que el ridículo conjunto navideño que le había prestado Eliza.

No había niños en el supermercado, probablemente porque los padres preferían mantenerlos seguros en casa, y el pelirrojo agradecía eso mentalmente. Haber visto a los dos perdedores vigilando la entrada de su casa le había hecho hervir la sangre de pura rabia, y aunque jamás lo admitiría, sentir un poco de preocupación y miedo. Aun no se había recuperado completamente del ataque de esos mocosos. Necesitaría de varios días y de varias personas más para poder recuperar su fuerza original. Oh, pero cuando lo lograra y los perdedores hubiesen bajado su guardia, iría por ellos. Uno. Por. Uno.

—Creo que ya tengo todo lo que necesito para esta semana, ¿te hace falta algo a ti? — Preguntó la joven, sacando al payaso de sus oscuros pensamientos. El payaso se aseguró de que sus ojos volvieran a su bello y brillante color azul antes de darse la vuelta y contestarle a Eliza.

—No, ya estoy listo para irnos— contestó con una sonrisa que escondía sus turbios sentimientos.

El payaso acabó calmándose y siguió a Eliza hacia las cajas para pagar todo lo que llevaban. La fila para pagar era enorme. Suspiró aburrido y recorrió con la mirada los rostros de la gente en el supermercado. El pelirrojo divagaba aburrido hasta que su mirada se cruzó con unos vibrantes y conocidos ojos verdes. El joven se paralizó por un par de segundos.

Beverly Marsh le sostenía la mirada con una expresión seria mientras sus ojos lo observaban con curiosidad. El payaso sentía como la fuerte mirada de la joven lo atravesaba y analizaba con cada segundo que pasaba. Apartó la mirada lo más rápido que pudo. ¿No podía haberlo reconocido tan fácilmente o sí? ¿Cómo podría haberlo hecho? Estaba con Eliza, él podría ser cualquiera. La mente del pelirrojo pensaba rápidamente mientras volteaba para ver cuánto más tendrían que esperar para pagar e irse. Solo quedaba una señora de unos sesenta años frente a ellos. Eliza empezó a poner sus cosas sobre la banda en lo que la señora sacaba dinero de su abultado monedero. El pelirrojo revisó la billetera robada para confirmar que tenía suficiente dinero para pagar lo que llevaba.

Beverly frunció el ceño. Algo en la mirada del alto joven la había perturbado. Era una mirada que sentía que ya había visto antes, una que conocía mucho mejor de lo que le hubiera gustado. En esos últimos días ella y los perdedores habían estado muy pendientes de cualquier signo que indicara que el payaso había sobrevivido, tanto que empezaba a rayar en la paranoia. La joven de ojos verdes se acercó caminando a donde se encontraba el pelirrojo. Estaba a punto de hablarle cuando vio a la chica castaña que se dirigía a él alegremente. Eliza Soler.

La pelirroja se sorprendió. Ella ya conocía a la joven de cabellos castaños. Ella la había salvado de un muy mal rato apenas un año atrás.

Beverly se encontraba en una tienda departamental viendo distraídamente una mascada que le recordaba a las que usaba su madre cuando aún vivía. Por el rabillo del ojo vio como entraba Greta Bowie con sus desagradables amigas, Sally Mueller y Marcia Fadden. Beverly ahogó un suspiro de exasperación y volteó a todos lados tratando de encontrar una posible ruta de escape.

White DemonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora