Era tan temprano que el sol aún no se asomaba entre las colinas, pero todo ya parecía en su lugar. Stacey dormía de forma plácida bajo su edredón de flores descolorido, y al otro lado de la pared aún se podían escuchar los ronquidos de su madre.
A hurtadillas, y como cada mañana, Danny despertó a su hermana para recordarle que debía ir a coger el autobús en media hora, y después salió del dormitorio mientras conectaba sus auriculares al teléfono, deseando que ese día su padre se hubiese quedado dormido viendo la televisión, como cada madrugada, y que en ese momento roncara con la boca abierta y los brazos estirados, con una botella de Whisky en la mano.
Así era. Tal y como había predicho, el borracho de su padre se encontraba durmiendo con la cabeza hacia atrás y el cuerpo de una forma que, aún sentado, ocupaba todo el espacio del sofá.
Danny suspiró y sorteó su último obstáculo: el pestillo de la puerta. Era como cuando iba al baño a medianoche y tiraba de la cadena. Solía ser un sonido que no molestaba a nadie, pero en ese momento, daba la sensación de asemejarse a un cataclismo. El chirriar de las cadenas y de la vara de metal oxidado hizo que se sintiera como en una película de James Bond, encogiéndose sobre sí mismo conforme lograba desbloquear con cuidado la salida al exterior, a la libertad.
De repente, escuchó a su padre soltar un fuerte ronquido y tartamudear en sueños, lo que le hizo estremecerse durante unos segundos. Finalmente, como cada mañana, su ritual para evitar problemas había sido completado con éxito.
Al abrir la puerta, se permitió contemplar durante unos minutos el paisaje tenuemente iluminado por la luz de un día, que, poco a poco, parecía establecerse. Era siempre la misma rutina, pero aquella mañana de octubre le estaba pareciendo distinta, como si estuviera contemplando todo desde fuera, como si fuese un intruso en su propia vida. Caminó hasta la verja (una fea, gris y carcelaria), que limitaba el perímetro de su casa, para dar con el candado de su bicicleta y desatarlo. Aquellos momentos en los que Danny iba hacia el instituto con tanta calma, subido en su bicicleta y dejándose caer por las colinas que inundaban el pueblo donde creció, eran todo lo que necesitaba para sentir la suficiente paz como para afrontar el día.
Se subió a la bicicleta y dio al «Play» para que sonara la primera canción de forma aleatoria de su gran lista de música. Se dejó caer colina abajo en dirección al instituto, y escuchó de forma abstraída la canción que se había empezado a reproducir, y Danny nunca olvidaría cuál fue: «Party In The USA», de Miley Cyrus, casi como si el mundo le estuviera advirtiendo de que aquel día cambiaría su vida por completo.
Pese a que después de esa escuchó otras cinco canciones, Danny aún tenía la primera metida en la cabeza. No recordaba haberla puesto nunca en su lista (no le gustaban ni Miley Cyrus ni el sentimiento de nación), así que supuso que su hermana se la habría añadido a su lista en algún momento, y él no se habría percatado porque abarcaba a más de tres mil canciones. Solía compartir canciones con Stacey, y ella compartía canciones con él. Cuando estaban tristes o preocupados por algo y no podían o no querían hablar de ello, ponían una canción en su lugar, una canción que hablara por ellos y que explicara las cosas mejor de lo que ellos podían, y siempre funcionaba.
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Hierro | El Laboratorio #1
Teen FictionEn un pueblo perdido de Estados Unidos, la mudanza de una familia un tanto inquietante marcará un antes y un después en la historia de Danny, un adolescente que trata de sobrevivir a su propia vida. DISCLAIMER: Esta historia contiene escenas de vio...