Capítulo 2

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Danny no se había vuelto a topar con nadie que no conociera desde la infancia, hasta que, a la hora de comer, alguien tocó su hombro. Antes de girarse, durante unos instantes, pensó que quizás sería Brett, o Chris, contándole algún desastroso y para nada novedoso cotilleo, pero cuando lo hizo, se encontró de cara con Pearcy. Había aparecido de la nada, y le sonreía feliz, de una forma distinta a como lo había hecho antes en el baño. Parecía otra persona.

—Hola... —dudó Danny.

—Esto... —Pearcy se rascó la nuca —. ¿Quieres comer con nosotros? —preguntó de repente. Antes de que pudiese decir nada, el rubio continuó hablando —. Es por agradecerte lo de antes y tal...

Sonaba tímido, como si de repente le hubiese entrado el miedo al hablarle. Le chocó un poco, dado que cuando se conocieron fue completamente distinto. Danny pensó que quizás sería así porque todo el mundo los estaba mirando, lo cual le hizo relajarse de cierta forma. Él era el estudiante más popular de todo el instituto, y si se hacía amigo de Pearcy, tanto él como sus hermanos dejarían de recibir acoso de forma instantánea. Ambos salían ganando: él podía comer con ese chico tan guapo, y los cuatro marginados se convertirían en la élite en cuestión de días.

—Me parece bien —dijo finalmente, ante las miradas atónitas de sus amigos, por lo que sonrió al rubio y se giró a sus compañeros, expectantes —. Chicos, voy a comer con Pearcy, espero que no os importe.

Todos sacudieron la cabeza de forma simultánea, aún sin comprender nada, pero deseosos de ver a dónde les llevaba esa situación.

Danny retiró su bandeja y siguió a Pearcy entre la multitud, pensando en cómo serían sus hermanos (los dos que no conocía, más bien), y deseando saber más sobre ellos. Porque después de conocer al chico, lo poco que había pensado mal de esa familia se había esfumado.

Estaban en una zona aislada del comedor, con las ventanas a sus espaldas, y con la bombilla que recaía sobre esa mesa titilando, por lo que parecían más lúgubres de lo que podrían llegar a ser.

—Ya estamos aquí —anunció Pearcy, sentándose en la mesa con una sonrisa en el rostro.

Eran dos, y cuando Danny se hubo sentado, pudo percibir la melena pelirroja de Molly, junto a un chico que no debía estar muy atento, porque ni siquiera levantó la vista. Entonces, pensó, faltaba alguien.

—Hola otra vez —sonrió Molly. De nuevo, al igual que con Pearcy, ella parecía una persona totalmente distinta, mucho más amable.

Contempló el rostro de Pearcy, algo sorprendido. Rio, algo avergonzado por la escena de la sala de música.

—Hemos coincidido esta mañana —le explicó, mirándola —. No me has dado tiempo a presentarme.

La pelirroja se dispuso a hablar cuando una bandeja aterrizó junto a él, haciéndole saltar sobre sí mismo, y haciendo reír a Molly y Pearcy. Cuando Danny se giró, contempló cómo se sentaba a su lado aquella chica tan... peculiar.

Durante unos minutos había olvidado las rarezas que todos cargaban, casi se había librado de todas esas cosas por completo, hasta que ella rompió el hechizo lanzando esa bandeja, casi como una espada cortando un campo de fuerza.

Rostro fino, ojos verdes, y nariz respingona. Cabello castaño, muy largo y trenzado. Cuerpo delgado, pero Danny pudo apreciar los músculos marcados tras la ropa. Llevaba un vestido rosa, pomposo, casi como si fuese un cosplay de anime.

—¿Qué me he perdido? -preguntó, sonriente.

—Pearcy ha traído a alguien —dijo Molly, apoyando su cabeza en las manos.

Hierro | El Laboratorio #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora