III. Pall-Mall

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- ¿Y qué es lo que quiere de mí, Sherlock?- preguntó la mujer de pelo negro mientras el amanecer caía detrás de su espalda. Acercándose un poco a la mujer que estaba segurísima, era de Argentina, sin negar su extraña atracción a aquella mujer, ya que era el amanecer y no tenía ganas de retorcer su mente pensando en Hanbal, que suficientes problemas le traía. 

- Su celular, por favor- repitió expectante la rubia, estar frente a un personaje de tal magnitud, a Zulema le provocaba sensaciones extrañas, entre ellas, quizá admiración. 
El rostro de Eva Spinetta, salía casi todos los días en las masivas cadenas de periódicos físicos y virtuales. Debía ser muchísima la valentía de alguien que se enfrentaba con frecuencia a las peores bestias del euro mundo.

- Todo cuesta ¿No? Usted debería saber más que nadie por su profesión que no le daré absolutamente nada gratis- le dijo Zulema. Eva caló su cigarrillo antes de voltearse, decidida a pedirle ayuda a alguien más. Zulema maldijo internamente, ya que por alguna extraña razón ansiaba continuar esa conversación- Le cambio una llamada por un cigarro de esos- le gritó, porque la mujer ya estaba a unos metros acomodando su saco y buscando con sus ojos de halcón una ayuda más. Ella se volteó y no le quedó otra opción que acceder a la oferta, pues quería volver a su casa y esos borrachos no harían más que intentar aprovecharse de ella. Zulema era la única mujer fuera del boliche además de ella.

Eva sacó la caja de sus cigarrillos británicos y con sus delgadas y pálidas manos, le extendió uno. Zulema no lo tomó. Su mirada se desvió nuevamente al amanecer que les abrazaba en una perfecta escena.
Era una fortuna tener a esa rubia alta frente a ella, con el rostro anaranjado manchado de luz amanecida desprendida del astro encima de ellas. Es que en los periódicos se la mostraba en la mísera tinta negra y gris matizada por los intereses políticos inherentes a cada noticia.

- No tengo todo el tiempo del mundo...- le dijo Eva olvidando su nombre. Ya que su mente no estaba dispuesta a saturarse más de lo que ya estaba, con su boda, con Ortega, con Watson. Con Ortega y Watson juntos...

- Zulema- le recordó mirando sus zapatos que combinaban a la perfección con ese reluciente y sensual pantalón de cuero brillante.

- ¿Tomará el cigarrillo de una buena vez?- preguntó algo impaciente, porque Watson ya estaría por llegar a su casa, con todo el tiempo que había pasado. Aquellos, eran sus favoritos, y Eva era un tanto egoísta. Pero todo sea por ir a su encuentro con Watson, por tomar ese maldito taxi que debía llamar con el móvil de la extraña mujer.

- Creo que debería probar uno antes de encender el nuevo, ¿No le parece, Sherlock?- preguntó la morena dándole una sutil mirada a los labios de la más alta, quien le dio el suyo y observó como aquella extraña saboreaba el tabaco, olvidándose de Agatha, de Watson y de todas sus cosas pendientes que le atormentaban, por primera vez. La de ojos eléctricos le miró porque le estaba observando por demás, la sensualidad de aquellas mujeres se encontraba mutuamente- O ustedes los policías sois muy observadores o con esa mirada quiere decirme otra cosa, Sherlock.

- Cigarrillos Pall-Man, fabricados a nivel internacional por British American Tabacco- le dijo Eva desviando el tema, como si nada hubiera pasado. Como si se frenaría siempre en la vida a observar de esa manera a otras mujeres que no fueran su prometida Ortega. Por quien los hombres se mataban. Pero la única afortunada de compartir placeres con Ortega, era Eva.

- "Una manera de comprometerse con clase en el suicidio"- le dijo Zulema, Eva alzó sus cejas ya que conocía esa cita proveniente del autor Kurt Vonnegut y asintió.

- Prefiero que partícipe de mi suicidio, sea el tabaco y no una persona- le dijo ella. Zulema asintió y señaló su mente. Dándole a entender que todo lo que necesitaba para no dejarse vencer era su propia estabilidad y fuerza mental. Eva volvió a mirarle  pensando que absolutamente todos en el mundo tenían saturada su mente alguna vez, y que Zulema también tendría esos demonios en su cabeza y a su al rededor pero que batallaba con su mente. El mejor arma, la más efectiva.

- ¿Estás casada?- preguntó Zulema observando la sortija de la esbelta muchacha, quien le ignoró. Así que le extendió el móvil, sin decir una sola palabra, comprendiendo sus pocas ganas de relacionarse con ella. Por un momento, Zulema, al igual que la mayoría que rodeaba a Eva, se preguntó si no le estaría investigando por alguna razón. Pero recordó que no tenía nada que ocultar, ya que su conducta en Cruz del Norte era excelente, hasta le otorgaban salidas. Como ese día. Y además, no le molestaría que esa bella mujer esté a sus espaldas investigándola. 

No porque vaya a follarle o algo por el estilo como hacía con los hombres que se acercaban a ella. Ya que estaba negadísima a su gusto al genero femenino. Pues jamás había compartido placer con alguien de su mismo sexo. Sino, que simplemente, le divertía que la famosa Sherlock Holmes del siglo veintiuno esté tras sus pasos, y hasta quizá ser parte de sus relatos místicos. Aunque estaba algo segura de que eso de que la detective escribía acerca de los más terribles criminales, no era más que un mito de sus fanáticos. Quizá, pensó, hasta gozaría de asesinarle por descubrir las pruebas más comprometedoras suyas, sentir el placer de acabar con la vida de esa argentina metiche, entrometida  y sumamente inteligente.

El móvil con el que Eva llamó al taxi, ni siquiera era suyo. Castillo se lo había otorgado para que se mantuviese en contacto por cualquier urgencia y por intereses. El taxi llegó casi como si estuviera esperándole a la vuelta de la esquina, sin dejarles más tiempo para hablar. Eva le dio una última mirada y le extendió un cigarrillo sin encender, con una sonrisa agradable que Zulema se dedicó a recordar en su absoluta soledad y miseria de los días que pasaron luego de eso. Por fin, alguien le había dedicado aunque sea una sonrisa sincera. Y fue el único buen recuerdo y anécdota que tuvo en sus salidas. Ya que las desgracias y malos sentimientos le inundaban las salidas, Handbal y su abandono amoroso, Castillo y sus exigencias y la falta de comida, techo y amor. 

- Lo guardaré de recuerdo- sonrió alzando el cigarrillo, Eva la miró sin entender- Guardaré de recuerdo al Pall-Mall, de la vez que Sherlock Holmes recurrió a mí en medio de un amanecer caído-.

Ambas estaban pasando un mal momento dentro suyo, no eran aquellos sus mejores días. Pero al menos, Eva recibía amor, del malo y falso, pero recibía algo en fin y disponía de un techo, comida y un cálido lugar. Zulema ni siquiera eso. A veces tenía días en los que ni siquiera ella misma podía otorgarse lo suficiente para andar por la vida. Su alma no rodaba, solo se mantenía fuerte pero a veces sentía que ya no podía más y eso le quebraba en medio.


𝐍𝐈𝐑𝐕𝐀𝐍𝐀-𝐙𝐔𝐋𝐄𝐌𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora