IV. Frenos de ser

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 Las maravillas del cielo, los amaneceres y atardeceres, siempre estaban ligados a los Pall-Man y a la buena vida. A veces las cosas buenas llegaban pasando por desapercibidas, como decía Albert Charó, mi padre adoptivo, y necesitaba que una cosa buenísima me llegase de la mano de esos Pall-Mall y un buen amanecer.

Ese atardecer fue contemplado por mí en plena investigación, pues el día anterior había ocurrido un asesinato de un anciano en la misma zona en la que venía investigando hacía bastante y que con Watson meses atrás habíamos comprobado un suicidio.
Vi que un globo de un color que no llegué a saber nunca, volaba por el cielo elevándose cada vez más. Y los gritos y risas de unos niños, acompañados por un joven con pinta de tener pocas luces que vivía por el barrio y que se había ofrecido a cuidar mi coche y le rechacé. Era muy entrometido, muy chusma. Como decíamos en mi querida Argentina. Pero de él hablaremos luego ya que no es importante.
No vale la pena ocupar palabras con él ya que fue algo pasajero.

Los contemplé con una cálida sonrisa desde el balcón, volcando las cenizas del Pall-Mall al vacío, hasta la vereda. Sonrisas que sabían pertenecer a mi querido amigo Watson, pues él era mi fiel compañía en las escenas de crímenes. Yo no sabía sonreír antes de conseguir el resultado de un misterio, pero Watson lo lograba. Pero de él no tenía noticias desde casi un mes. Desde esa noche en la que hasta yo pude sentir la sensación de traición efectuada por mí misma en su mirada color miel al reconciliarme con Agatha. El amor de mi vida, lo que Watson no entendía. Él no comprendía nuestra peculiar relación y la forma de ser de Ortega. Yo, mataba por ella.

Y Watson aseguraba que ella no mataría ni una mosca por mí. Su rechazo hacia mi amada era tal que yo llegué a crear en mi mente una imagen de él que jamás había imaginado que llegaría a crear. Es que desde la llegada de Agatha Ortega, la imagen de Watson se borroneaba en mi mente. Pero era imposible acusar a mi fiel compañero de sentir malos sentimientos hacia mí. Pues era la mejor persona que conocí en la vida y no imaginaba lo que sería de mí sin él. Su casa estaba herméticamente cerrada, lo que me preocupó bastante y me quitó el sueño por unas semanas y me impidió conectarme con Ortega en todo sentido. Sinceramente, yo no tenía más ganas de ver a alguien que no sea mi querido compañero, lo que fue razón de fuertes discusiones con mi prometida. Agatha sabía que lo mío y lo de Watson no era más que una profunda amistad. Pero a ella le prendía fuego saber que mi cabeza estaba ocupadísima en alguien más que no sea su persona. Lo que era muy contradictorio, pues, cuando yo me centraba absolutamente en ella y verdaderamente quería conectar con su ser, ella ni siquiera abría sus ojos para tomarse un tiempo y frenar la vida a mirarme.

La verdad es que, mi ser jamás se había frenado por el suyo por más que lo intentase y eso que nos conocíamos hacía años, y se suponía que por ser el amor de mi vida tendría que provocarme mucho más que eso. Pero Agatha ni siquiera era del todo consciente, creo yo, de lo mucho que la quería. Todo mi al rededor, y no solo mi fiel amigo Watson, esperaba que yo me cansara de ella y vea qué tan falsas eran sus promesas de amor.
Pero yo estaba tan ciega por ella, que ese atardecer al pensar en los frenos de mi ser, por mi cajón de recuerdos ni siquiera pasó esa extraña mujer de pelo oscuro y de esencia peculiarmente misteriosa e inquietante que logró frenarme la tierra, el aire y el cielo en tan solo segundos con ese Pall-Mall entre los labios y con el verde eléctrico de sus ojos llenos de peligro.

- ¿Cómo hace pa' llevar semejante curro, señora Spinetta?- mientras yo chequeaba mi celular en la vereda musgosa de esa terrorífica casa que no me movía ni un pelo del cuerpo, sentí una voz masculina que ya había oído anteriormente. 

- ¿Quién sos vos?- le pregunté al joven de ropas algo sucias, sus manos estaban curtidas de tierra, señal que trabajaba en alguna finca. Tenía una cicatriz de un corte en su mejilla derecha, los ojos azules y el pelo rizado pero graso, tendría mi edad, quizá unos pocos años menos, de su cuello colgaban unas cadenas de plata, sus músculos del brazo eran visibles ya que llevaba una playera con una descripción coloquial. No era extraño que la gente me reconociera por las calles, por lo que no me sorprendí ante su interrupción.

𝐍𝐈𝐑𝐕𝐀𝐍𝐀-𝐙𝐔𝐋𝐄𝐌𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora