VI. El Poder

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Jamás las personas pueden saber qué día su vida dará ese giro trascendental que ni en la mejor de sus utopías imaginaron. La espontaneidad puede llegar como un puñal clavado en tu espalda abriéndote los ojos o cerrándotelos para siempre, justo en el momento que menos lo esperes. A mí, los efectos me llegaron mucho tiempo después. Mis ojos se cerraron pero no sin antes adentrarme lo más posible en ese limbo criminal, de sangre fría, impulsado por la corrupción que Ágata había incentivado en mí. Mis ojos se cerraron mucho tiempo después, pero no sin antes conocer al verdadero amor de mi vida en medio de un vendaval.

Lo que sí llegó temprano, y creo yo que más de lo debido, fueron las ansias, el insomnio, la obsesión por destrozar a cualquier criminal llevándolo ante un juez, el zambullirme en el gran mundo contra el crimen y así, convirtiendo mi vida en una digna de estar a la altura de los libros de Sherlock Holmes. Toda mi exitosa carrera fue un augurio en Europa, pero fue desencadenada desde mi primera noche de orfanato, desde la primera vez que presencié un disparo por parte de quien ahora, tenía los sesos reventados a causa de una venganza que planeé toda mi vida pero no tuve el valor de ejecutarla hasta esa noche en la que estaba más que convencida que yo, Maria Eva Spinetta, era el poder.

Si haríamos un panorama de qué fue lo que me llevó a saber semejante verdad, podría resumirlo en dos palabras la vanidad e inteligencia criminal de Ortega, mi novia, la detective de la zona norte de Madrid porque claramente no estaría enamorada ni por comprometerme con una criminal. Yo podía jurar que Agatha Ortega era de buena madera, igual que Watson, que yo. Que vivía para lo suyo y para combatir las mentes criminales pero estaba segura hasta esa noche en la que fue como si en vez de protagonizar el relato de Doyle, el de Sherlock, estuviera siendo la víctima de la novela de Robert Louis Stevenson, la de Jekyll y Hyde. Y que el elegante protagonista de la historia, prolijo, responsable y buena persona, que por las noches al beber la mágica poción, se convertía en un monstruo terrible, casi imposible de verlo a los ojos por su semejante crueldad y sed de sangre, era Agatha, ciega y cautivada del poder y las facultades que el gobierno de España me había otorgado para estar por sobre los jueces e inteligencia. La poción mágica que hacía explotar y salir a esa bestia intrépida de adentro suyo, en la realidad, era el agotamiento de paciencia de hacerse pasar por alguien que no era.
Agatha Ortega, la misma persona a la que le había entregado mi corazón y no hacía más que tenerlo de decoración antigua en una repisa hacía años, tenía una mente criminal profesional, una inteligencia que excedía a la mía, pero no a la de mi querido Watson que desde hacía diez años insistía en que Ortega estaba a mi lado solo para tener el poder.

Mi cabeza tan trabajada y manipulada por Agatha, esa noche no se frenó a pensar en cuestiones de romance artificial o no. Todo mi ser, quería utilizar bien el poder que se le había otorgado por largos años de estudio y sacrificio, por tanta vida que Vidal le había arrebatado al árbol genealógico de los Spinetta en un contexto post golpe de estado, post desaparición forzada y tortura de personas a las que mi familia había sobrevivido pero el militar los borró del mapa a pesar de que toda esa pesadilla y persecución política "había terminado" en la Argentina.

"Yo soy el poder, nada ni nadie puede ir sobre mí" repetía yo una y otra vez en mi cabeza como si de un trabalenguas de difícil solución se tratase, planeando un acto de total corrupción para manipular absolutamente todas las pruebas, culpar inocentes y quedar limpia yo. El plan no era mío, era de Agatha para mí. Es que en mi mente policial, jamás se me hubiera ocurrido semejante acto de criminalidad pero Ortega, por lo visto pensaba y actuaba como una mente criminal y según Watson, ella realmente era una criminal.

— Eva, por primera vez haces lo debido con todo el poder que llevas— me decía Agatha mientras me limpiaba la sangre que me había quedado en la frente señal del salpique del disparo y me sonreía orgullosa. Yo miré sus joyas, de oro puro y me fue imposible no pensar en mi Watson y en sus casi juramentos que me gritaba en la cara para que yo abriese los ojos y vea que el dinero con el que conseguía esas joyas no era limpio. Pero en el instante, no me preocupó en lo absoluto el tema del dinero, si no, la procedencia de aquellas joyas.

𝐍𝐈𝐑𝐕𝐀𝐍𝐀-𝐙𝐔𝐋𝐄𝐌𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora