La leyenda del reloj de pared

127 16 108
                                    

Olivia consiguió atravesar al fin el angosto bosque que había recorrido durante un tiempo que se había antojado eterno. Angustiada, con el corazón en un puño y las lágrimas mojando sus mejillas. No podía creer que Morgan se hubiese marchado para siempre. Que ella hubiese despertado, desorientada y perdida, y se hubiese encontrado a su amado convirtiéndose en árbol.

El dolor le había oprimido el pecho durante toda la huida, mientras imaginaba con horror que aquellos troncos que la rodeaban habían sido en otro tiempo cuerpos humanos. Ahora, al igual que Morgan, eran meras estructuras de madera robusta. Inertes. Olivia luchaba en su interior por asimilar que, en efecto, su amado estaba muerto.

La extraña anciana de la mecedora le había advertido de que aquello no podía revertirse. Que a ella le había sucedido lo mismo mucho tiempo atrás, y había decidido esperar a que su amado volviese a ser de carne y hueso. Pero lo cierto era que antes había perdido la noción del tiempo y el sentido de la existencia que había visto un mínimo cambio en el viejo árbol.

En ese instante solamente tenía fuerzas para llorar frente a los pies enraizados del que fuere Morgan. Aunque la prioridad cambió cuando la mujer pronunció cuatro espeluznantes palabras, que recorrieron su columna vertebral de abajo a arriba y provocaron un sudor frío que empapó su nuca.

—Ahora es tu turno.

Había sido suficiente. Olivia echó a correr bosque a través bajo el nocturno cielo, presidido únicamente por la luna. Imponente, amenazante. Quizás triunfante, por haber hecho huir a Olivia tal y como había hecho anteriormente con las estrellas.

Y entonces se encontró con una carretera. El gris del asfalto rompía con el verde sombrío del bosque, invitándole a seguir el camino. Olivia, situada en el arcén, empezó a caminar por la dirección izquierda, rumbo a no sabía dónde. Caminó durante algún tiempo más que no sabría definir hasta que de pronto una potente luz azulada enfocó hacia ella a sus espaldas. Ella se giró apresuradamente y escuchó el inconfundible sonido del motor de un coche cada vez más cercano.

Sin pensarlo, cruzó al carril derecho y se situó en medio. La luz azul se hizo más intensa y cegó la visión de Olivia por completo, que se protegió los ojos con el antebrazo derecho mientras sacudía la mano izquierda, implorando al vehículo que se detuviese.

El coche frenó en seco. En mitad de la oscuridad de aquella noche, la luz azul de los faros del vehículo brillaba con un fulgor especial. Olivia se acercó hasta la ventana, donde un hombre le miraba con preocupación.

—¿Estás bien? —preguntó con amabilidad.

Olivia negó con la cabeza, todavía con el miedo instalado en lo más profundo de su alma.

—Sube, te llevaré a un lugar seguro.

Olivia subió en el asiento de al lado. El vehículo se puso en marcha de nuevo, iluminando con su luz azul el bosque a cada lado de la carretera, que parecía no tener fin.

—¿Dónde estoy? —preguntó ella, frotándose los ojos todavía brillantes.

—Fronteramarga —anunció el desconocido mirándole de soslayo—. Imagino que acabas de llegar. No te asustes, es un lugar extraño. Nadie recuerda nada de su vida cuando despierta.

Olivia se limitó a mirar por la ventana, afligida. Ella sí recordaba algo, una única cosa: su amado. Prefería no haberlo recordado, pues su simple recuerdo le desgarraba las entrañas. Sin previo aviso, el desconocido se salió de la carretera y torció hacia la derecha, por un terreno pedregoso y libre de árboles. En el borde de la carretera había una modesta construcción de madera, desgastada y carcomida. El desconocido detuvo el coche y la luz azul se desvaneció, dejando el lugar iluminado únicamente por un fanal situado en el exterior de aquella construcción.

Leyendas de la fronteraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora