La leyenda de la desaparición

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Hugo entró en el despacho de Simon, el candidato favorito a las nuevas elecciones de Fronteramarga tras la repentina desaparición del presidente.

—Bienvenido, Hugo —saludó él, señalando una butaca de piel con su único brazo completo—. Toma asiento, por favor.

—No es necesario —rechazó él con aspereza—. Me habías llamado por algún motivo, ¿no?

Simon suspiró.

—La gente necesita saber qué pasó con su presidente Tim —anunció, haciendo alusión al anterior cargo—. Y ya no sé a quién pedir ayuda. Tú eres quien más tiempo lleva en Fronteramarga.

Hugo ahogó una carcajada. Que llevase medio año con vida no significaba que fuese capaz de desentrañar los secretos de aquel lugar.

—¿Y no se lo pudo haber llevado el bicho del otro lado del muro? —objetó.

—No —respondió Simon con firmeza—. Cuando ese bicho salió del agujero yo estaba delante. Y no se separó de mí ni un instante —añadió, señalándose con su único brazo el vacío que había dejado el otro.

Hugo le aguantó la mirada y carraspeó.

—Mira, no sé qué era antes de aparecer aquí —empezó—, pero estoy seguro de que no era detective.

Simon se masajeó la sien con su única mano.

—Escúchame. Ser presidente de Fronteramarga implica conocer y guardar multitud de secretos.

Hugo le miró expectante, esperando a que acabase.

—Sé por qué desapareció Tim —prosiguió finalmente el candidato, después de una pausa—. Encuéntralo y sabrás lo que sabe él.

—Y lo que sabes tú, por lo que intuyo —le espetó Hugo, frunciendo el ceño.

Simon suspiró.

—El emisario se apareció y me advirtió de todo —respondió de forma enigmática—. Eso significa que Tim está verdaderamente en peligro.

Hugo asintió, sin saber muy bien dónde pretendía llegar el candidato.

—En cualquier caso, descubre qué ha pasado con él —anunció finalmente—. Si está muerto, yo mismo te daré la información.

Hugo sopesó si valía la pena el interés que le suscitaba aquel asunto. Pero, tras unos instantes de reflexión, se convenció de que Simon podía tener la clave para huir de aquel infierno en la tierra. Y después de seis meses con vida, Hugo temía que su buena suerte empezara a agotarse.

—Está bien —aceptó, poniéndose en pie—. Lo encontraré.

Hugo se volvió hacia la puerta.

—Espera —le frenó Simon—. Debes saber que no eres el único que va tras él.

Hugo frunció el ceño.

—¿Quién más?

—Alguien del otro lado —respondió de forma escueta—. El heraldo se asegurará de que la verdad permanezca oculta. Tendrás que ser más rápido. Y no te despistes: la caza ya ha comenzado.

Hugo le aguantó la mirada unos instantes más y finalmente abandonó la casa. Caminó distraído por las sombrías calles de Fronteramarga con un solo objetivo en mente: encontrar a Tim. Para ello, era necesario echar un vistazo a la vivienda donde este se había instalado. Llegó hasta ella y llamó a la puerta. Como era de esperar, no recibió respuesta alguna. Hizo un poco de fuerza contra la puerta con tal de que cediese, pero no fue necesario. La puerta no había sido cerrada con llave. Hugo entró en la vivienda y se sumió en la densa oscuridad que se vislumbraba en su interior.

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