IV

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Pensó que los folletos no regresarían, que sería una excepción, un quiebre que rápidamente se encargarían de arreglar. Había pasado tiempo, lo suficiente como para creer que el autor del volante había desaparecido y que no existía ninguna amenaza que corrompería aquella paz.

Se equivocó.

VAMPIROS QUE NOS HAN ROBADO.
HAN MATADO.
HAN BEBIDO DE NOSOTROS.
¿DEJARÁS UNO AL PODER?

Yeonjun no estaba al tanto de lo que ocurría en la ciudad. Si bien la visitaba de vez en cuando para comprar —comida para Soobin, ropa para Soobin—, no se involucraba en la política, menos en el tratado entre vampiros y humanos.

Había confiado en que las autoridades tendrían todo el tema bajo control. Sin embargo, el papel en sus manos indicaba que no era así en lo absoluto y que su suposición había sido errónea.

¿Una rebelión? Los humanos eran propensos a ello, a luchar por su especie y herir a cualquiera para defenderla. Se hallaban en la cima de la cadena alimenticia, hasta que los vampiros se tornaron en un peligro, en seres más fuertes y más capaces, amenazas para la raza humana.

Deshacerse de los vampiros era la solución. Una rebelión, una nueva guerra. Ellos tenían armas. Ellos sabían las debilidades de los monstruos chupasangre que robaban, mataban y bebían.

El fuego oculto entre las brasas iba avivándose.

—¿Qué es un vampiro?— preguntó Soobin inclinándose sobre él, observando el folleto. Tenía diez años. Para ese entonces había aprendido a leer, a escribir y a amar los libros en la biblioteca de la casa.

Yeonjun había procurado alejarlo de la realidad en la que vivían, sin desear diferenciar especies. Quería que Soobin pudiera tener lo que los vampiros y humanos solamente podían soñar. Aceptación, que ellos habían tardado décadas en conseguir. Quería que en el universo de su bebé no existieran etiquetas, no existieran razas. Sólo seres que al fin y al cabo anhelaban lo mismo, cosas tan mundanas como el amor.

—No es nada— dijo dándole una sonrisa reconfortante, arrugando el papel en su puño. Soobin  parpadeó antes de coger el valor para decírselo. Esa pregunta que acariciaba la punta de su lengua.

—¿Tú eres un vampiro?— Yeonjun retuvo el aliento, las murallas que había construido alrededor de su pequeño desvaneciéndose y derrumbándose hasta convertirse en ruinas. Tragó saliva, sus labios temblaban.

—¿Por qué dices eso?

—Lo leí— admitió Soobin—. Leí que los vampiros eran personas diferentes a los humanos. Que a veces sus ojos se ponen rojos, la mayoría del tiempo es porque tienen hambre— Guardó silencio y continuó—. A veces cuando me miras, tus ojos se ponen rojos.

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Yeonjun, hasta congelarlo en su sitio, donde lo único que resonaba en su mente eran las últimas palabras de su pequeño. ¿Se vuelven rojos cuando lo veo?

Los ojos rojos usualmente delataban el hambre, el deseo de beber sangre. Tomar y arrebatar. Puro egoísmo propio de sus instintos. Su respiración se hizo pesada, temiendo que el monstruo que reprimía y vivía bajo su piel estaba rugiendo y rasguñando para escapar.

—¿Por qué no me habías hablado de esto antes?— soltó con reproche. Soobin bajó la mirada.

—Porque lo leí en los libros que me prohibiste... Perdón— murmuró, rodeando con sus bracitos el torso de Yeonjun—. No te enfades, Papa.

Se turnaba. Entre las maneras de llamarlo, siempre variaba entre Papa y Junnie —nunca Yeonjun, lo que debería molestar al vampiro, pero no lo hacía—.

—No estoy enfadado— lo tranquilizó—. Supongo que de una forma u otra, un día ibas a enterarte.

—Sí... Pero no me gusta cómo te describen los libros, Junnie— Se incorporó para ver al mayor de frente—. Tú eres bueno. Eres tierno. Me cuidas mucho, aún si soy humano. Dicen que los vampiros asustan. Tú no me asustas.

Soobin no sentía miedo.

Yeonjun sí.

Tan inocente e indefenso. Tan seguro de que Yeonjun lo protegería, cuando era él la bestia que podía devorarlo. A su disposición, haría cualquier que le ordenara. Ni siquiera podría defenderse y luchar si Yeonjun llegaba a atacarlo.

—¿No tienes miedo?

Su pequeño negó. —Eres lindo.

Quería cuidarlo. Quería protegerlo. Quería amarlo hasta el cansancio. Quería alejarlo de la realidad y evitar que le hicieran daño. Quería guardarlo en su bolsillo y mantenerlo ahí.

Pero es fácil desencadenar a una bestia, es fácil liberar un monstruo que ha estado esperando años para huir. Es fácil consumir. Es fácil destruir. Y Soobin... Oh... De él era tan fácil beber.

¡Vamp, Junnie! ↬ YeonbinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora