Primera parte. Capítulo 1.

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ESCAPAR.

A veces pienso que todo está planeado por algún ser o ente, pienso que nada de lo que hago o pienso es en realidad mío o que lo que hago o pienso yo no lo elegí, que el libre albedrío es sólo un invento de alguien que quiso hacerse el gracioso y en realidad se estaba burlando de todos nosotros.

Otras veces también creo que puedo hacer lo que quiera, que todo es posible, que si quisiera puedo cambiar el rumbo de mi vida de un momento a otro, que la única que toma las riendas de mi vida soy yo, y que si quisiera un día podría levantarme y tirar una moneda al aire "cara o cruz, cara hago esto, cruz lo otro" y todo es así de simple.

También pienso en ti, pienso en tu cara, tu sonrisa, pienso en los atardeceres que pasamos en las colinas mirando el ocaso tomados de la mano, pienso en nuestros besos, en la profundidad de tu mirada, en ese brillo que tenían tus canicas verdes cada vez que hablabas de algo que te interesaba o cómo fruncías el ceño cuando algo te era incomprensible, en tus pómulos y tu ancha espalda, en cómo rengueabas después de correr, en la fuerza de tus brazos cada vez que me tomabas en ellos y me hacías girar, en el sonido de tu sonrisa cada vez que algo te hacía gracia, en los bailes y las canciones. Pienso en todo eso y deseo que podamos volver a ese momento, el momento en el que la oscuridad te absorbió, nos absorbió a todos y cada uno de nosotros, y nos besó demostrándonos que en realidad sólo estuvimos en una pequeña burbuja llena de jardines, muñecas y hadas, llena de soles y lunas que no eran más que nuestra ilusión y ganas de vivir una realidad totalmente diferente que esa que nos carcomía por dentro y amenazaba con salir y pinchar nuestra burbuja, una burbuja que iba a terminar por romperse siendo pinchada o por el simple roce con el suelo, el frío suelo de mármol rojo en donde nos vimos por última vez antes de que te arrancaran de mi lado. Ahora estoy sentada entre las sábanas amarillentas, escribiendo esto con una linterna que robé de la cocina, oyendo el viento romper contra los árboles, helándome hasta los dientes, con un extraño en la cama contigua y otro en el colchón del piso que tuvieron que agregar luego de la llegada del nuevos. A veces deseo que nos comuniquemos y planeemos una huida, al desierto, la playa, las montañas... donde sea... pero luego recuerdo que ya no debes ser el mismo, que este lugar cambia a las personas, que quienes salen no son los mismos que entraron, todas las cosas horribles que nos hacen hacer y que no se deben parecer ni en un gramo a lo que te someten en tu bloque, porque claro, a los rebeldes no les dan el mismo trato que a los dirigentes de las rebeliones... y es ahí donde me doy cuenta de que aunque logremos escapar ahora seríamos completos desconocidos, que ya nada en ninguno de nosotros es como lo era antes, y menos las cosas entre nosotros... es ahí donde me doy cuenta de que el tiempo no va a volver y que ya no sirve de nada seguirte escribiendo ni pensándote.

Plomo, hierro y venganza.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora