LA LLEGADA.
Oscuridad. Frío. Motores de autos. Doblamos... ¿a la izquierda? ¿a la derecha?. Dos hombres hablan. Cuero. Llanto. Suspiros. Golpes, no quieren que lloremos.
Lo último que recuerdo fue mirar a Trev a los ojos, él me devolvió la mirada, estábamos bajo el gran Olmo, punto de reunión de Las Calaveras, pero los encontraron hace tres semanas y se los llevaron, como hacen con todos los rebeldes. Sabíamos que reunirnos bajo ese vetuso árbol no era seguro con el apresamiento de nuestros compatriotas hacía tan poco tiempo, pero Trev nos había citado, dijo que era urgente. De pronto me llegó un olor extraño... como a hiero o... como la sangre. Nos miramos entre todos, Magdalena nos dio que no era seguro y que estábamos muy expuestos ahí, pero no conocían nuestros rostros así que no había de qué preocuparse, le dijimos que en todas las manifestaciones habíamos sido muy precavidos y no nos habían visto, que fuimos muy cuidadosos y no iba a pasar nada. Magda, tan premonitora como siempre... debimos haberle hecho caso.
Magdalena... conozco a esa chica desde el reclutamiento a los tres años, pero nos volvimos inseparables luego de que los Azules se llevaron a su padre a nuestros 12/13 años, habían tirado la puerta y esparcido un gas color azul (de ahí el nombre por el que se los conocía, ya nadie se acordaba siquiera del nombre verdadero de esa organización gubernamental, sólo que comenzaron a llamarlos "Azules" por el gas que tiraban cada vez que iban a hacer acto de presencia en algún sitio), luego de despertarse del desmayo ocasionado por el gas descubrieron dos cosas: una, que había un sobre con dinero suficiente para vivir por al menos un mes (aunque, de hecho, sólo alcanzaba para una compra de alimentos, pero los de arriba no lo sabían ya que ellos no compraban, vivían de las reservas que nosotros les debíamos dar por permitirnos caminar por las calles de la ciudad de seis de la mañana a una de la noche, y el monto sólo se actualizaba cada cinco o siete años dependiendo del humor de los de arriba en general), y la segunda, que el padre de Magdalena no estaba por ningún lado (tampoco es que lo hayan buscado mucho, era sabido que si al despertar había un sobre con algo de dinero entonces al menos un habitante del lugar ya no se encontraba allí). La semana próxima de la desaparición de su padre, los Azules se llevaron a un tío mío, y la única que en ese entonces comprendía mi dolor fue ella, así que luego de lamernos las heridas mutuamente nos dimos cuenta de que ninguna se iba a quedar de brazos cruzados.
Retomando lo del Olmo: Magdalena estaba más inquieta que de costumbre, así que mientras esperábamos a que Trev hablara, Scott se la llevó a un lado para calmarla antes de que alguien avisara a las Fuerzas sobre su actitud. Finalmente Trev comenzó a hablar, pero había algo en su mirada... algo que ni siquiera yo, su novia desde hacía dos años, lograba comprender del todo.
-Creo que debemos irnos, caminar, si nos quedamos bajo un árbol que solía ser un punto de encuentro de rebeldes y alguien nos ve podríamos correr peligro.
Eso fue todo lo que dijo Trev antes de comenzar a andar.
[Trev era mi novio y mi primer y gran amor, lo adoraba con todo mi ser. Lo conocí al mismo tiempo que el resto del grupo durante una de las tantas tormentas de ácido causadas por el "gobierno", llegó corriendo a la puerta de nuestra guarida para tormentas (un lugar seguro, construido específicamente para evitar que cualquier tipo de sustancia tóxica llegara a traspasar esas paredes), gritaba que necesitaba ayuda, que era miembro de Las Cavernas, uno de los tantos grupos rebeldes, como nosotros.
-¡Por favor! ¡Necesito su ayuda! ¡Sé que son rebeldes! Ustedes... ¡ustedes son Las Calas!
-¿Qué te hace creer que somos rebeldes? Ni siquiera sabemos tu nombre y nos estás pidiendo ayuda, ¿no te parece que no estás en condiciones de andar acusando y blasfemando sobre nosotros? Los rebeldes son una peste, y cualquiera que crea que lo somos no merece nuestra ayuda.- Simonett, siempre tan desconfiado. Recuerdo que en ese entonces pensé que un día iba a desconfiar de su propia sombra y creer que era de alguien más.
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Plomo, hierro y venganza.
Teen FictionCreyeron que no nos dábamos cuenta de nada de lo que estaba pasando. Creyeron que nos conformaríamos. Creyeron que podrían vulnerar nuestros derechos, alguna vez existidos, y que no habría consecuencias. Creyeron. Creyeron. Y siguieron creyendo... ...