Tres árboles plásticos (19)

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La segunda de mis marcas, y una de las más dolorosas es haber quedado sola en un mundo tembloroso e inestable, donde ahora no hay pilares en los que apoyarse. Me refiero a la muerte de mi confidente, mi mejor amiga: mi madre. 
Ella era la alegría de la casa. Gracias a ella, la casa siempre estaba impregnada con un olor  miel pues ella, amante de las flores, adornaba hasta el más mínimo rincón con ellas. En la habitación, en la mesa, en todas partes podrías encontrar flores frescas. 
Ahora, sin ella aquí, solo huele a algo marchito, huele a tristeza: reina el polvo en todas partes.  

Su dejada de este mundo fue casi repentina, pero prevista. Todas las mañanas despertaba a todo el mundo con su canto melódico, hasta que un día se transformaron en quejidos y muchas tos. Y así aquellos sollozos de dolor fueron reemplazando la armonía de su voz. 
Madrugadora podría ser la palabra que mejor la defina, pero poco a poco le costaba más levantarse. 

Un día no hubieron sollozos pero tampoco cantos, no hubieron quejidos, pero tampoco palabras de alivio. Así es, mi madre había muerto. 
En la casa reinaba un silencio que desgarraba cada parte del alma, las flores estaban marchitas; y como señal del destino, su foto yacía boca abajo en el piso. 
Abrir la puerta de su habitación para luego entrar, fue el acto más doloroso que pude haber experimentado pues ya sabía lo que había pasado. Sin embargo, entrar al cuarto y verla ahí con una expresión tranquila y una sonrisa esbozada en su rostro, irónicamente, me tranquilizó. 
Verla ahí era como ver a una muñeca, y entre las lagrimas, solo lograba apreciar la belleza con la que se había ido. 

Si antes en la casa abundaba la alegría y los colores provenientes de las flores frescas y siempre estaba ambientada con una dulce melodía como de gorrión. Ahora solo hay silencio, una paz despojadora. Si antes las mesas se coloreaban con la naturaleza del jardín, ahora solo hay tres arboles plástico sobre la mesa, acumulando en polvo la pena que inunda en la casa 

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