• Capítulo 1.

137 72 13
                                    


    Comencé a sujetar fuertemente el dobladillo de mi camisa tratando de contener mi manía de morderme las uñas como siempre hacía cuando estaba nerviosa. Mi estómago estaba en un constante revoltijo que me irritaba ya que sabía que en cualquier momento podría vomitar, y no había cosa que odiara más que eso. Me removí incómoda en mi lugar tratando de observar de nuevo por la ventana, pero como ya otras veces ese día; me mareé al fijarme a través de los vidrios polarizados de la camioneta en las colinas y los alrededores verdíos del pueblo al que no iba desde hacía ya nueve años. Sentí cómo otra punzada llegaba a mi cabeza.

Cerré los ojos respirando hondo.

–Se ve tensa.– dijo Jean, hombre de confianza de mi padre y en ese momento mi acompañante.

Maldije en mis pensamientos cuando me fijé en que estaba dando mucho a relucir lo nerviosa que estaba y me acomodé de nuevo en mi lugar tratando de lucir relajada. No me gustaba que me vieran vulnerable, y me molesté con papá al insistir en que sus hombres me acompañaran hasta la parada de autobuses en donde me esperaba mi Jeep. Mi padre no se quiso arriesgar ni siquiera en mi camino hacia ese lugar. Desde que lo conocía había sido sobreprotector, y aunque muchas veces me estresaba, en ese momento se lo agradecí por medio instante al observar a Jean. De alguna manera su presencia me tranquilizaba, siempre lo había hecho. Desde la primera vez que me había defendido en las calles de la ciudad en donde viví por un tiempo luego de escapar de donde vivía.

Volví a respirar hondo dándome cuenta de que hasta los recuerdos que había enterrado en el fondo de mi mente estaban resurgiendo de repente.

–Cuidado, chica. Respira antes de que mueras de un paro respiratorio.– exclamó Naomy, mi prima, y por primera vez desde que bajamos del jet sonreí a medias volteando a verla agradeciendo a lo que fuera que existiera por su presencia. Era un alivio saber que al menos llegaría con ella y no enfrentaría aquello sola. Gracias al cielo a ella se le había ocurrido irme a buscar sin darse por vencida en convencerme de venir, y sólo cedí ante la noticia de la enfermedad de nuestra abuela.

Decidí tomar unos meses sabáticos de la carrera que estaba estudiando a pesar de la rabia que sentí al hacerlo. Ni en mis sueños más locos imaginé un día que estudiaría veterinaria en una de las mejores universidades del continente, y tener que congelar mi segundo semestre por venir a cerrar ciclos de un pasado que por desgracia no estaba del todo enterrado era algo que hacía que quisiera con más ganas salir corriendo de aquel lugar. Estaba llena de rabia, rabia acumulada, pero aquello era necesario. No se sabía cuánto duraría la señora que le había dado la vida a mi madre, y no podía ser tan perra como para negarle su último deseo; el ir a verla al pueblo del que me había ido con mi madre por problemas en los que me habían metido antes de nacer siquiera.

Respiré hondo mentalmente apretando los dientes con fuerza. Quería darme en la cabeza contra la puerta con fuerza. Quería gritar, llorar y correr hasta caer desfallecida, pero en vez de eso tomé mi bolso de mano y bajé con el semblante más sereno que pude tallarme en el rostro cuando el auto se detuvo y abrí la puerta antes de que alguien más lo hiciera.

–Ya sus maletas están en el Jeep, señoritas.– nos informó Jean a Naomy y a mí mientras hacía que el resto de los hombres vigilaran la zona de la parada ante cualquier peligro mientras nos despedíamos sin prestarle atención a las personas a nuestro alrededor quiénes nos observaban curiosos.

–Gracias, Jean.– le agradecí sintiendo de repente el cambio de temperatura en el ambiente. Había olvidado lo realmente frío que era el pueblo en el que me había criado.

–Siempre a la orden, señorita.

–Infórmale a papá de la mala cobertura aquí, por favor. No quiero que se preocupe cuando no responda a sus mensajes.

Pecado Adictivo. / #TyrAwards2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora