• Capítulo 4.

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           Cash.

   Seguí corriendo con la respiración agitada fijándome en que Susette, una de mis primas menores se había quedado atrás sin poder seguirme el paso, por lo que disminuí la velocidad viendo cómo me miraba molesta en cuanto llegó hasta a mí.

–No necesito que te detengas, idiota. Puedo alcanzarte perfectamente.– reclamó, pero la ignoré y dejé que ella corriera adelante, y en cuanto fui a arrancar de nuevo el grito de alguien detrás de mí me hizo voltear fijándome en René, la secretaria que mi abuelo había contratado para que me ayudara en las cosas de la finca, quién se acercaba con unos tacones de unos seis centímetros y con una falda de tubo que no combinaba para nada con el ambiente de campo en el que estábamos.

Llegó hasta a mí con dificultad por las piedras que habían en el camino sin asfaltar por el que corría todas las mañanas.

–¿Qué haces aquí?.– pregunté tratando de no sonar tan fastidiado, pero al parecer no lo logré ya que me fulminó con sus ojos negros.– Tu turno empieza al medio día.– le recordé como si ella no lo supiera a pesar de trabajar conmigo desde hacía ocho meses.

–Vine a recordarte que hoy hay revisión de ganado. Y por cierto, Don Arturo me está pagando las veinticuatro horas del día semanalmente, Carsten, recuérdalo, así que no hay ningún problema que venga a la finca a esta hora.– exclamó tratando de ocultar su molestia.

Me limpié el sudor de la frente y empecé a caminar a los establos, los cuáles conectaban con una parte de la casa.

–Pero sí que vengas a molestarme con asuntos de la finca.– dije caminando con ella detrás, y estaba seguro de que me estaba matando con la mirada, pero estaba harto que estuviera pegada a mí todo el día. Necesitaba un respiro, y siempre lo tomaba a estas horas antes de enfrascarme de lleno a lo que debía hacer.

–¿Fuiste al club anoche?.– preguntó desde su lugar segundos después ignorando por completo el hecho de que indirectamente le estaba diciendo que se fuera.

Volteé viendo cómo trataba de cubrirse del sol con uno de sus brazos.

–No te incumben mis cosas personales.

Pareció ofenderse, pero de inmediato rodó los ojos para disimularlo.

–Sólo te pregunté porque la señora Hazel me llamó para preguntarme, pero como quieras.– dijo caminando hacia donde estaba yo para luego pasarme por un lado sin mirarme siquiera.– Me voy.

La vi caminar hacia los establos y aunque estaba molesta, como era de esperarse ni siquiera se escuchó un portazo ni algún paso furioso de su parte. Eso era lo que más me había fastidiado al principio de conocerla; que ni siquiera podía alterarla. La llevaba conociendo hacía ocho meses y nunca la había escuchado rezongar ni protestar por la presión del trabajo ni nada parecido, y aunque aún me fastidiaba su presencia entrometida no podía negar que en verdad me ayudaba con las cosas de la finca, por lo que ya había dejado de tratar hacerla renunciar. Ella se había criado allí y algunas veces hasta me aconsejaba algunas cosas que en ocasiones me habían ayudado, pero a pesar de eso no soportaba tener a alguien detrás de mí todo el tiempo y que estaba informándole a mi madre la mínima cosa que yo hacía.

Decidí seguir con mi trotada cuando vi a Susette aparecer con la respiración agitada y con el ceño fruncido, e iba a hablar, pero entonces vio a René quién estaba entrando a los establos.

Volteó los ojos viéndome.

–La perrita faldera ya terminó su rastreo.– dijo secándose el sudor con la toalla que llevaba en el cuello.– ¿Cuándo dejarás de tenerla como secretaria? Se supone que sólo eran dos meses para que obtuviera esa recomendación para la universidad, ¿no?.

Pecado Adictivo. / #TyrAwards2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora